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Más bien parece ocurrir lo contrario. Heráclito fue particularmente claro en este punto cuando afirmó que “la guerra es el padre de todas las cosas”, todo está internamente constituido de un modo polémico, por fuerzas en tensión. En eso coincide con la célebre afirmación del libro de Job: “La vida del hombre sobre la tierra es milicia y sus días son días de mercenario”.
Sobre el trasfondo de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), Bertolt Brecht (1898-1956) hace discurrir las vidas de sus personajes en la célebre Madre Coraje y sus hijos (estrenada en Zürich en 1941).
El contexto de guerra real (y no de mera tensión simbólica) permite a Brecht hacer ver al lector y al espectador los resortes fundamentales, diversas actitudes, avances y retrocesos y, en definitiva, cómo les va a los hombres en la vida.
Centra la acción en una cantinera en cuyo carácter radica su apodo y su modo de enfrentar la vida y la guerra (si es que, al final, no son lo mismo). «Me llamo Coraje porque tuve miedo de arruinarme, sargento, y atravesé el fuego de artillería de Riga con cincuenta panes en el carro». Son tiempos difíciles, pero sabe que de nada le sirve intentar quejarse o esquivar los golpes de la vida. Sabe que su única salvación es trabajar, pelear, bregar, aunque haya que pasar bajo el fuego de la artillería. En la vida y en la guerra «los pobres necesitan coraje».
Una primera constatación sobre la guerra y la vida es que no significa lo mismo para todos, que donde a unos les va bien, otros son derrotados: «Las victorias y derrotas de los peces gordos de arriba y las de los de abajo no siempre coincide, en absoluto. Hay casos incluso en que, para los de abajo, la derrota se ha traducido en un beneficio».
Y Madre Coraje asume la perspectiva de «la gente corriente (Die gemeinen Leuten: el pueblo llano, la gente de a pie)». Para estos los acontecimientos tienen significado en cuanto que les permiten subsistir, paliar el hambre. Cuando se sobrevive, aunque se haya perdido, la gente corriente pude decir que «se ha perdido el honor, pero nada más».
Desde esa perspectiva, la guerra y la vida son algo magnífico, «¡Una bonita fuente de ingresos!», «La guerra es sólo un negocio más». El ideal de Madre Coraje es aprovechar las circunstancias para comerciar, comprar y vender, obtener beneficio con el que mantenerse a sí misma y sus hijos. Pero ocurre que esa neutralidad no siempre es posible. Se lo advierte el sargento: «Quieres vivir de la guerra, pero mantenerte al margen con los tuyos, ¿no?». Eso no será posible sino que «quien quiera de la guerra vivir, con algo habrá de contribuir».
La guerra, la vida, le irá haciendo pagar tributo tras tributo. Un hijo tras otro, una circunstancia tras otra. Y, finalmente, la vida y la guerra son más grandes que los cálculos que había hecho la astuta Madre Coraje. El hijo que partía con mejores cualidades no es el que mejor acaba y la hija muda «Mi hija no vale nada. Pero, por lo menos, no habla. Y eso ya es algo»; la muda, es la que logra hacerse oír con mayor claridad y rotundidad. Porque en la guerra y en la vida no todo puede comprarse y venderse, ni la gente corriente está obligada a ser ramplona. Hay libertad, hay grandeza. Y eso rompe el esquema dispuesto por Brecht para la gente corriente.