"En el ámbito cristiano hay una falta de formación cultural para afrontar los retos del tiempo que vivimos": Entrevista a Luis Seguí, profesor de Filosofía y coordinador del máster sobre Cultura e Identidad de la Fundación Francisco de Vitoria
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Cada vez hay más conciencia en el universo católico de que el mundo contemporáneo camina a la contra de los valores que el cristianismo lleva siglos inspirando. Y, por lo mismo, cada vez hay más necesidad de una formación adecuada para afrontar los muchos problemas que este choque cultural provoca.
Una de las últimas iniciativas es el máster de posgrado ‘Experto en Humanidades. Cultura e Identidad: el hombre de hoy’, de la Universidad Francisco de Vitoria, que comenzará a impartirse, online, en septiembre, a un ritmo de dos clases semanales de 90 minutos cada una, y con un año de duración (hasta junio).
Aleteia ha hablado con el coordinador del título, el profesor de Filosofía y director de la Fundación Ecucat, Luis Seguí. Con él hemos conversado sobre ese conflicto de fondo entre los cristianos y el mundo actual y acerca de sus muchas implicaciones y consecuencias, que van más allá de lo cultural.
– ¿Por qué un máster como éste en la Francisco de Vitoria? Ustedes han llegado a hablar de una situación de desastimiento, de indefensión de los católicos ante el debate cultural.
Detectamos que en el ámbito cristiano se da una falta de formación cultural para afrontar los retos del tiempo que vivimos. En muchos ambientes, la gente tiene una formación moral, sabe las cuatro cosas básicas que hay que saber, el catecismo, las normas, pero no tiene un juicio sobre el mundo contemporáneo.
No entienden por qué sus hijos tienen cierto tipo de problemas, por qué sus compañeros de trabajo se comportan de determinado modo, y, al no saberlo interpretar, les cuesta mucho reaccionar ante lo que está sucediendo.
El origen del problema está en haber perdido de vista las cuestiones fundamentales. Eso se manifiesta sobre todo en lo cultural, aunque luego tiene sus consecuencias morales, por supuesto.
Cualquier ley, el aborto, la eutanasia, no es sólo un problema moral. Se aprueba una ley de la eutanasia cuando hay gente que no tiene ganas de vivir. La nueva ley sólo consolida una situación de hecho. En tiempos de mi abuela hubiera sido imposible aprobarla.
– Las sociedades occidentales parecen cansadas de vivir y con pocas ganas de futuro. ¿A qué lo atribuye?
Eso es lo que hay- Ambos fenómenos son un dato de la realidad. Que tiene raíces filosóficas de largo recorrido que nosotros afrontamos en el máster, entre otras cosas. Pero, la cuestión es que, siendo así el mundo, ¿cómo es posible que los católicos estén, más o menos, en la misma situación que los demás?
A nosotros, además, nos preocupa el fracaso institucional. Muchas universidades católicas -la Francisco de Vitoria es una excepción- explican economía o política exactamente igual que las demás, sin ningún sello diferencial, como si no existiera la Doctrina Social de la Iglesia, por ejemplo. Después de papas tan relevantes como Juan Pablo II o Benedicto XVI, no hemos aprendido nada.
La consecuencia es que nuestro juicio sobre el mundo es mundano y no formamos a la gente. Pese a los pontificados de Juan Pablo II o Benedicto XVI, que pusieron mucho énfasis en esto, no ha cambiado nada. Pero no nos interesa tanto juzgar al mundo, como saber por qué ocurre lo que ocurre y poder tener una posición más consciente y verdadera. En el fondo, para ser más capaces de acompañar a este mundo, que pide a gritos ser acompañado.
– Es la gran paradoja. Es el momento en el que el mundo más necesita a los cristianos, pero los cristianos estamos perdidos.
En realidad creo más bien que estamos muy cómodos en nuestro mapa actual y poco dispuestos a salir a las periferias. La gente entiende las periferias desde la idea de pobreza, pero la pobreza puede ser de orden espiritual.
Yo vivo en Cataluña y aquí la primera causa de muerte en menores de 40 años es el suicidio. ¿Y dónde estamos frente a ese problema? ¿Estamos dispuesto a ayudar no sólo técnicamente sino desde la fe?
– Ha hablado del fracaso institucional y de los colegios católicos. Y ahí aparece un problema cada vez más visible: en las clases de religión cada vez se habla menos de Dios.
Tenemos dos problemas. Ese es el más visible: llevamos años hablando de valores y es verdad que eso desnaturaliza la fe. Pero lo más grave aún es que, incluso en aquellos lugares donde se enseña bien la religión, cuando se enseña Historia, Economía y Filosofía, los principios de los que se parte son otros.
Este segundo problema es más difícil de detectar, pero es más grave, porque separa a la religión del resto de las materias y refuerza la idea del alumno de que la religión pertenece al ámbito de lo privado, y lo cultural quedaría fuera.
Un chico de 16 o 17 años descubre otros atractivos en la vida y tristemente descubre que la fe no tiene nada que ver con ellos, eso produce una rotura en su interior, y, poco a poco, su centro afectivo se va desplazando de la fe a otras cosas, las que sean.
Hay instituciones cristianas cuyo único propósito es ofrecer masters de Economía carísimos que no tienen la intención de cambiar el mundo. Tan sólo buscan hacer negocios y ganar dinero. Nada más. Que eso se haga desde la Iglesia, y con el dinero de la Iglesia, es un despropósito.
– De algún modo ¿pretende el posgrado de la Francisco de Vitoria proporcionar arsenal de ideas a los cristianos para que puedan participar mejor en el debate público?
Eso sería deseable, porque muchos cristianos no tienen argumentos más allá de los morales. Pero, a diferencia de otras instituciones que tienen vocación de formar a élites, nosotros pensamos en formar a cualquiera que esté interesado.
Nuestro curso es pequeño en carga lectiva pero intenso en contenido. nuestro propósito es humilde: aportar herramientas a la persona para que tenga una formación consistente, que en todo caso hará bien a las personas en su vida. Y a partir de ahí algunos se animarán al debate público y otros no.
– Porque lo que es innegable es que los cristianos no hemos participado lo suficiente en el debate público, no hemos confrontado, y eso, en parte, explica dónde estamos ahora.
Ya estamos fuera del debate en la mayoría de los campos y eso será difícil de revertir. Dicho esto, no se trata sólo de debatir, sino de estar presentes en la política y la cultura, que han quedado en manos de lo que vemos ahora: gente que no comparte ni las premisas cristianas, ni sus desarrollos, ni sus valores últimos.
Hoy en los libros de textos de educación afectivo sexual se les dicen a los niños de 13 años cosas que son demenciales. Y eso se hace sabiendo que luego los intentos de suicidio a los 16 son alarmantes, pero da igual; no importa.
Mucha gente formada en la tradición cristiana abandona porque luego el embate del mundo, de la cultura dominante, le arrasa la vida. Cuando todo va bien se puede vivir casi de cualquier manera, pero cuando aparecen las dificultades uno se da cuenta de que no tiene armas para sostenerse en pie.
– Para ser honestos, quizás haya que reconocer que la batalla era muy complicada. Que la que se nos vino encima fue enorme.
-Es comprensible. Los frentes son muchos. Pero las bajas son muchas también. No sólo dentro de la Iglesia, sino fuera, porque cuando un chaval toma un mal rumbo no importa tanto si es católico o no como si tenemos capacidad de acompañarle. La presión hoy en día es muy fuerte. Todo lo políticamente correcto es casi indiscutible ahora. Ahora bien, las batallas hay que darlas.
Cuando se quiso instituir Educación para la Ciudadanía sólo dos directores de España nos negamos a implantarla, los demás colegios católicos cedieron. Las guerras no se pierden en un momento; uno va cediendo posiciones y un día se da cuenta de que el enemigo está ya en su casa. Es verdad que la presión ha sido mucha, pero también la dejación ha sido mucha, porque teníamos una riqueza cultural y una capacidad muy grande.
Pero si los maestros miran para otro lado, y en los colegios lo que nos preocupa es salir bien en los rankings… Si valoramos con los criterios del mundo, saldremos bien en la foto del mundo, pero interiormente nos debilitamos.
– ¿Hay que dar la batalla cultural, entonces?
Soy pesimista con que Occidente pueda darla ya. Culturalmente, Europa se avergüenza de ser cristiana y los cristianos a veces también y queremos pactar. Entonces el desastre está servido. Hay que seguir dando la batalla a pesar de que la guerra está ya muy avanzada.
– ¿Es ya imposible revertir esto?
Hay que ver cuántas universidades católicas tenemos en España y qué fruto dan. Cuánta gente estudia en colegios católicos y luego se aparta; cuántos en la universidad católica tienen capacidad para tener un juicio católico mínimamente serio, de fondo, sobre lo humano.
No hace falta ser católico para oponerse a la eutanasia; no hace falta ser católico para querer casarse para toda la vida, aunque ser católico ayuda. Pero tal y como estamos en Occidente, se trata de reivindicar los últimos baluartes de lo humano, que están por los suelos. Y en este sentido es muy importante colaborar con otros que tienen esa misma sensibilidad, aunque sea desde perspectivas distintas.
– ¿Cuáles son esos baluartes de lo humano?
El principal es la dignidad de la persona. La persona ya no vale nada. No vale nada el no nacido; no vale nada el anciano; y no vale nada el matrimonio; el hombre y la mujer en su diferencia no valen nada, es lo mismo… ¿Qué queda? Culturalmente está todo arrasado.
Sé que puede parecer muy pesimista, pero conviene ver cómo está la gente joven. Veo todos los días a mucha gente rota, y la mayoría viene de familias católicas y de familias normales, pero están rotos porque el ambiente social y cultural los ha comido.
– Y sin embargo, no hacemos más que hablar de derechos humanos.
Eso es política, y política de cara a la galería. Está más penado abandonar a un perro que abandonar a una persona de determinada edad. Hablar de derechos humanos ya no implica nada. Sobre todo porque la idea se ha deteriorado y ya sólo reivindicamos derechos individuales o de pequeños grupos, que se quieren imponer hegemónicamente a todos los demás.
Nos enfrentamos a un discurso falaz que utiliza cierta mentalidad nihilista para apoderarse de los espacios de poder que todavía no ocupan. Si es que, a día de hoy, uno no puede ni escoger el colegio para sus hijos. Es espectacular y la gente lo asume bien. O los cambios en los planes de estudios que nos han impuesto y pocos se quejan. Estamos cavando nuestra propia fosa.
– Uno de los problemas de todo esto son identidades, convertidas en fetiche. Pero quizás las identidades sean tan sólo un refugio para protegerse de la intemperie.
Claro, es normal y comprensible, aunque haya que luchar contra ello. Cada uno se refugia en lo poco que le queda, pero, a la postre, también la identidad está destrozada. Si uno tiene amigos en la psiquiatría sabe que las consecuencias tras los cambios de sexo son enormes, medidos en índices de suicidio y de malestar personal, aunque apenas se hable de ello.
La identidad es el último baluarte, pero hoy en día es absolutamente frágil, y se la lleva el último soplo de viento, la última moda, la última explicación… y por eso hay tanta gente que cambia de identidades. Es terrible la gente que cae en las garras de estas ideologías porque destruyen la persona.
El último objetivo es destruir el yo, que es el último reducto de la conciencia donde el hombre puede entender que está hecho a imagen de Dios. Que tiene que mirar hacia arriba para entenderse.
Ahora bien, este es un problema de Occidente. En los países emergentes, China, India, y menos aún en los islámicos, no se tragan estas cosas. Occidente ha hecho una apuesta que ya veremos como acaba, pero que no va a salirnos gratis. De hecho, ya estamos pagando el precio, aunque quizás lo peor está por llegar.
– El teólogo Olegario González de Cardedal advertía de que es difícil el encuentro con Dios cuando en vez de personas hay individuos convertidos en manojos de emociones.
Lo que ha distinguido al hombre desde el mundo clásico ha sido la razón, no la emoción, pero estamos en una era de exaltación de los sentidos. Porque es lo fácil engañar a la gente con estas cosas; es mucho más fácil tener sensaciones, que pensar. Para poder pensar, a la gente hay que educarla. Es un proceso mucho más lento y que requiere un equipo. Lo otro es más fácil, se puede hacer en el aula, pero también desde la televisión y los resultados son inmediatos.
Ya nos alertó Tocqueville a mediados del XIX, en ‘La democracia en América’. Allí se preguntaba sobre la aparición de un posible poder despótico y democrático y decía que sería un poder que le prometería al individuo el placer, con tal de que el poder sea el único árbitro de su placer; le garantizará la seguridad, con tal de que el Estado sea su único agente.
Son unas páginas memorables. En 1840 Tocqueville ya advierte de que la igualdad le va a ganar la batalla a la libertad, como estamos viendo, y las nefastas consecuencias que tiene esto a nivel personal y político.
– Hay que añadir, además, el modo cómo ahora estamos interpretando la igualdad, que es igualdad de resultados.
La igualdad de ahora niega la verdadera diferencia. Eso es terrible porque, al final, impide el encuentro con el otro. Si todos somos iguales no tendré interés más que en mí mismo, porque lo que me mueve al otro es la diferencia. Y el encuentro con el otro sólo se produce desde el respeto a la diferencia.
– Ahora mismo el dogma es la no normatividad, el rechazo de cualquier criterio de normalidad.
-Sí, aunque vivimos en el mundo más normativo. Son estas paradojas del mundo contemporáneo, sobre las que nosotros trabajaremos para hacer pensar. Estoy cansado de ver a exalumnos con problemas graves que nacen de un error intelectual. Y es que unas ideas intelectuales erróneas te pueden arruinar la vida.
Tienen una visión equivocada de las cosas que los ha llevado a jugar con algo que les ha destruido la vida. Han estado diez años con el mundo de la droga, se han enfrentado a sus propios padres… desastres por partir de principios intelectuales equivocados. Es terrible.
Por eso es tan imprescindible educar a la gente, para que piense, para que haya una coherencia entre los principios y la praxis. Y con la realidad.
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