Hace pocos días el Papa Francisco nos ha vuelto a regalar una carta apostólica que merece no solamente el comentario, sino, sobre todo, el análisis a fondo para recuperar (el verbo, en muchos sentidos está perfectamente utilizado) la belleza de la liturgia y lograr la unidad dentro de la Iglesia católica.
Se trata de la carta apostólica “Desiderio desideravi”, una carta dirigida a la formación litúrgica del pueblo de Dios que, al parecer del obispo emérito de Querétaro (México) Mario de Gasperín, reconocido biblista, fue escrita para ayudarnos a descubrir la “inmensa grandeza” del amor de Cristo que se hace presente en la sagrada liturgia.
En una artículo que se publicará esta semana en el periódico El Observador de la Actualidad, De Gasperín hace notar que si bien el Concilio Vaticano II fue el evento más significativo en la vida de la iglesia del pasado siglo, no debe extrañarnos que el sucesor de Pedro “nos exhorte e instruya para salvaguardar la unidad de la fe en el vínculo de la caridad” en lo que concierne a la liturgia.
Para el obispo emérito de Querétaro con esta carta pastoral, Francisco busca con esta carta salvaguardar una “dimensión fundamental para la vida de la Iglesia”, a fin de “contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana”. Ni siquiera sospechamos la riqueza que tenemos, "porque “la desproporción entre la inmensidad del don y la pequeñez de quien lo recibe es infinita”.
Sobre esta idea del Papa, el obispo De Gasperín dice que “se trata, pues, de la inmensa desproporción entre el regalo que Dios nos ofrece, y la indignidad nuestra para merecerlo. Y agrega: “A este gran ´misterio’ de nuestra fe llamamos la Pascua de Jesús, que él ‘deseó celebrar con ardiente deseo`, sabiendo que él era el Cordero que iba a ser sacrificado”.
Más adelante, en su artículo de *El Observador, el prelado mexicano señala que la liturgia lo expresa en términos precisos y audaces cuando habla en la Misa de la “pasión gloriosa” de Cristo, o de “su pasión voluntariamente aceptada”.
“Gloria y humillación, gozo y dolor, vida y muerte maravillosamente entrelazadas en el corazón de Cristo, constituyen el misterio insondable donde se fraguó nuestra salvación. Eso es lo que tenemos sobre el altar a nuestra disposición”, enfatiza el prelado en su artículo.
De Gasperín explica que a toda esta oferta de salvación respondió la iglesia en el documento del Concilio Vaticano II que se llama Sacrosantum Concilium, aprobado por el papa San Pablo VI y saludado con entusiasmo en la segunda sesión conciliar. “Su aplicación fue generosa aunque a veces desfasada por la inventiva tropical – ‘salvaje’ le llama el Papa- de sacerdotes insuficientemente ilustrados, si bien no mal intencionados”.
De acuerdo con el obispo emérito de Querétaro, “la ignorancia prefiere la audacia a la prudencia”. Por ello, el pueblo santo de Dios vivió esta aplicación de la liturgia emanada del Concilio Vaticano II “con desconcierto, algunas veces con lágrimas, y unos cuantos en franca rebeldía". Por eso, el Papa Francisco, como tantas veces lo hicieron san Juan Pablo II y el papa Benedicto XVI, "insistieron en la reflexión profunda que debe acompañar la celebración de los misterios de nuestra fe”.
A continuación proponen la necesidad de un conocimiento vivencial, tanto para clérigos como para fieles laicos. Y da las directrices de este conocimiento en el siguiente párrafo:
El arte de celebrar comienza con las normas elementales de educación, de saberse conducir en público, a la mesa, de hablar, gesticular y entonar tanto la voz como el micrófono; es indispensable actualizar y ampliar la cultura bíblica, sin ella andamos perdidos; es preciso adiestrarse en el uso correcto del idioma y del lenguaje, percibir su dimensión poética y metafórica y el uso polisémico de los símbolos bíblicos; importantes son los ademanes, del lenguaje no oral, el saberse mover al ritmo que marcan los textos y, sobre todo, el dejarse guiar y educar por el soplo del Espíritu santo: Él es quien nos educa durante el silencio sagrado y nos da el gozo de conocer al Señor.
Al finalizar su artículo en El Observador de la Actualidad, el obispo De Gasperín recuerda que la liturgia cristiana “no es teatro, sino misterio; para bien o para mal, dice el Papa, el pastor imprime su huella en la comunidad a su cargo”.
Y termina con una nota sobre la verdadera evangelización y el camino a la santidad a la que todos estamos llamados:
Celebrar dignamente los misterios santos, no impedir sino saber incorporar a la comunidad a esta auténtica participación activa y consciente, es el camino hacia la verdadera y siempre nueva evangelización. Y a la común santidad.
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