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El pasado 28 de junio, Michela Parabita, de 30 años, se unió a las Hermanas Clarisas en la ciudad de Manduria, en el sur de Italia. Hizo sus votos de pobreza, castidad y obediencia en la plaza pública, formalizando su petición de su primera profesión religiosa de votos temporales en presencia de los fieles de la localidad y del obispo de Oria (de la que forma parte Manduria), Mons. Vicente Pisanelli.
Para Parabita, natural de la cercana Crispiano que trabajaba como enfermera, la elección de ser monja de clausura es una vocación radical, una vida consagrada al silencio y la soledad, compartida por otras clarisas mandurianas, de las cuales unas 15 estuvieron presentes en la Concelebración.
Qué significa elegir la vida enclaustrada
Michela está dispuesta a renunciar a todo para poseer “el 'todo' que es Dios”, dijo el obispo Pisanelli. “Ella, la nueva monja, fue llamada por Dios para hablar a la humanidad y convertir los corazones”, informó La Voce della Manduria el pasado 30 de junio.
“Sin olvidarse de uno mismo”
La hermana Michela dice que eligió ingresar en esta comunidad “porque me sentía como en casa”. “Lo tenía todo”, agrega a La Voce della Manduria, “y, sin embargo, me faltaba algo para dar plenitud a mi vida”. Para ella, la clausura es una respuesta, una seguridad, un don: significa “entregarse enteramente a Dios y a los demás”, prosiguió, “sin olvidarse de uno mismo”.
“Sí, tengo miedo”
Para Michela Parabita, la elección de convertirse en monja de clausura fue un proceso cuesta arriba, requirió tiempo para comprender su significado y el significado de su vida, aunque todavía experimenta cierta inseguridad: “Sí, tengo miedo, pero también tengo mucho confianza en Dios sobre todo, y en los hombres.” Y confiesa valientemente el punto de vista de su familia: “No están muy de acuerdo (con mi decisión), pero cuando amas a una persona tratas de aceptarlo todo”.