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Desde que escribió Brighton, parque de atracciones en 1937, Graham Greene fue «descubierto» por la crítica literaria inglesa de entonces como un «escritor católico». Sin embargo, Greene se había convertido al catolicismo en 1926, y ya había escrito varias novelas como católico.
El hecho no deja de ser interesante. Greene nunca había hecho «una novela católica» en el sentido en que la mayoría entiende por «novela católica»: algo que tiene que ver con las buenas obras, el sacrificio, el desinterés y la santidad. En suma, algo que tiene que ver con la bondad cristiana (muchas veces envuelta en algodones y ángeles tocando el arpa).
Por esos años Greene se definió mediante una fórmula que sigue siendo utilizada por muchos escritores, periodistas y artistas católicos del mundo occidental: «Desde la publicación de Brighton, parque de atracciones muchas veces me he visto obligado a declarar que no soy un escritor católico, sino un escritor que además es católico» (Vías de escape, Barcelona, 1980).
La definición (o defensa, según se mire) de Greene se basa en un párrafo de san John Henry Newman en su libro La idea de la universidad:
Poco después de Brighton, parque de atracciones, Greene fue enviado por un periódico inglés, como corresponsal, a México. Iba a investigar los resabios de la persecución religiosa de Plutarco Elías Calles que derivó en la Guerra Cristera (1926-1929) en los estados del sureste mexicano (Tabasco, Chiapas y Campeche) donde persistía la persecución a la Iglesia.
Detrás de esta experiencia está uno de los libros más famosos de Graham Greene: El poder y la gloria. La historia de un cura pecador y borracho que es perseguido por la policía y que termina entregando su vida por las almas que quiso salvar a través de su ministerio errabundo, dislocado y lleno de amor al mártir del Calvario.
En esta novela –y en el reportaje que tiempo después publicó sobre México y que intituló Caminos sin Ley—Greene confesó que en este escenario brutal, comenzó a examinar con más interés el problema de la fe en acción. Esto al tiempo que descubre «cierta fe emocional en las iglesias ruinosas y vacías de las cuales habían expulsado a los sacerdotes, en las misas secretas de (San Cristóbal) De las Casas, oficiadas sin el campanilleo del Sanctus y en la fanfarronería de los pistoleros».
Después de la publicación de El poder y la gloria el Santo Oficio condenó la novela porque era «paradójico» y exponía «circunstancias extraordinarias». Y Greene escribió sobre esto: «El precio de la libertad, aún dentro de la Iglesia, es la eterna vigilancia». Y agregó algo fundamental:
Finalmente Greene recuerda una conversación al respecto que tuvo con san Pablo VI quien había leído El Poder y la Gloria. Le dijo el escritor al Papa que el Santo Oficio la había condenado:
—¿Quién la condenó?
--El cardenal Pissardo.
Repitió el nombre con una sonrisa forzada y agregó:
--Señore Greene, sin duda hay partes en sus libros que pueden ofender a algunos católicos, pero no debería prestar demasiada atención a ese hecho.