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El individuo en la red, sobre El montaje de Volkoff

VOLKOFF
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Manuel Ballester - publicado el 24/07/22
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No son pocos quienes sostienen que estamos inmersos en una nueva guerra fría. Y bien podría ser.

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Vladimir Volkoff (1932-2005) es un prolífico escritor que cuenta con novelas y ensayos entre los que destacan los que dedica al estudio de la manipulación y la desinformación (Pequeña historia de la desinformación, 1999 y Manual de lo políticamente correcto, 2001, entre otros).

Su novela El montaje (1982), traducida a doce idiomas, le valió el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa por la novela.

Los lectores de John Le Carré o Tom Clancy disfrutarán especialmente El montaje pero hay que decir que, mientras estos autores usan la Guerra Fría como marco en el que se desenvuelven sus personajes, Volkoff da un paso más y mira qué hay detrás del decorado.

Muestra cómo se construye el contexto, quién lo hace, por qué y qué consecuencias tiene para nosotros, sus lectores (si es que, al final, la novela y la vida son lo mismo).

Volkoff está preocupado por el modo en que la gente es manipulada mediante la desinformación. La novela sigue las peripecias de un ruso blanco exiliado en París. Como a tantos otros, le puede la nostalgia de la madre Rusia. Quiere volver, pisar el suelo patrio y vivir entre su gente. Ese es su deseo más profundo. Contacta con las autoridades rusas que lo investigan y mantienen sus esperanzas hasta el final, si bien ponen sus ojos en los servicios que puede prestar a la patria no él sino su hijo, Alexander Psar, que en ese momento cuenta con 16 años.

A la muerte del padre, el hijo hereda el anhelo por volver a Rusia. El relato sigue ahora el proceso de formación de un agente de influencia soviético en Francia ya que en eso se va convirtiendo Psar.

Con la promesa de volver a Rusia treinta años después, es decir, con una planificación de varias décadas por delante por lo que respecta al protagonista. Pero es una planificación más amplia y en más niveles; igual que la carrera de Psar es diseñada con décadas de antelación, se hace lo propio con «un puesto de futuro diputado, uno de futuro obispo, uno de sindicalista no comunista, uno de cineasta y otro de periodista» porque se piensa a lo grande: «Nosotros hemos planificado el siglo XXI».

Si, como se ha dicho, “el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia”, bien pudiera haberlo hecho por la rendija que muestra esta novela. Porque «estamos aquí para enredar al mundo», con la célebre doctrina del entrismo, con la manipulación de las masas, haciendo exactamente lo contrario de lo que se dice («cuando se habla de “movilizar” a las masas no se apunta más que a un solo objetivo: inmovilizarlas») o, lo que es lo mismo, mintiendo.

Además de en las obras canónicas del comunismo, el personaje que mueve todos los hilos se apoya en la célebre obra de estrategia El arte de la guerra. De su autor, Sun Tzu, dice que «no disponía de los medios adecuados a su genio […] nosotros los tenemos, pero no únicamente para atacar los planes del Estado Mayor, lo cual sería irrisorio, sino todos los planes del enemigo desde su natalidad hasta su literatura, desde su sexualidad hasta su religión».

Se trata de cambiar el mundo, derribar la civilización occidental, hacer la revolución, teniendo claro que «las revoluciones modernas se hacen contra la mayoría», “moldeando” la conciencia de esas mayorías mediante la des-información.

Quienes crean la opinión pública, moldeando, manipulando y des-informando, ¿saben la verdad? «Quienes tienen las llaves de la des información deben tener también las de la información, y las llaves de la información son las del mundo». El príncipe de la mentira conoce la verdad. La actividad de la serpiente (Chitane) con Adán fue la primera operación de desinformación: «El Chitane, […] es el Gran Desmontador» que, por otra parte, no anda lejos de el Gran Inquisidor al que se refiere Dostoievski ya que «toda ideología, de derecha o de izquierda, que implica la violación de una realidad, es luciferina en su esencia».

Conocer la verdad, estar en la realidad y tomar como tarea la desinformación, la confusión de las conciencias, hacer que la gente viva y piense según la mentira, creando estructuras que continúan en el tiempo: esa es la tarea en la que se ocupa el departamento del KGB que capta en sus redes a Alexander Psar.

Si El montaje es sólo una novela, hay que reconocer que supera al género. Si es algo más, entonces hay que entender que la caída de la Unión Soviética no hace desparecer el proceso manipulación y desinformación, hay que ser conscientes de que el siglo XXI sigue en la tupida red tejida por esa ideología aunque ahora no se llame comunismo sino NOM, Agenda 2030 o políticamente correcto, que por nombres no va a quedar. Al margen del nombre hablamos de guerra cultural y, en esa batalla, Volkoff está en primera línea: conocer su obra proporcionará abundantes momentos de agradable lucidez.

Si es así, tenemos un diagnóstico. Toca ahora diseñar el tratamiento que permita una vida sin mentiras (que diría Dreher), una vida según lo más noble y mejor de nosotros mismos.

El anhelo constante de Psar es volver a la madre Rusia. Su entrega y dedicación, su obediencia a lo largo de tres décadas, ¿le habrá valido la pena? ¿Volverá, finalmente, a casa? Volkoff nos hace esperar hasta la última línea del último capítulo para averiguar la respuesta que, por otra parte, sólo puede ser una.

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