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Rosario de Velasco sentía pasión por el arte y así lo transmitió en su obra. Una obra que fue aclamada por la crítica y recibió un sinfín de premios y reconocimientos. Pintora figurativa, Rosario fue testigo de todos los acontecimientos clave en la historia de España y a punto estuvo de morir por defender sus ideales.
Rosario de Velasco Belausteguigoitia nació en Madrid el 20 de mayo de 1904. Sus padres, el oficial de caballería Antonio de Velasco y su madre, Rosario Belausteguigoitia, formaron una familia católica de tres hijos. Rosario recibió una muy buena educación y pronto se decantó por el mundo del arte. Sus padres apoyaron la decisión de su hija, poco habitual en aquella época de que una mujer quisiera ser artista. Tuvo el privilegio de estudiar con Fernando Álvarez de Sotomayor, pintor de retratos y director del Museo del Prado quien le descubrió los secretos de los grandes pintores.
La carrera de Rosario fue pronto reconocida
En 1924 mostró su talento en público por primera vez en la Exposición Nacional de Bellas Artes, con dos cuadros, Vieja Segoviana y El chico del cacharro. Fue su maestro Fernando Álvarez quien las seleccionó para la exposición.
En 1931 expuso en el Primer Salón de Dibujantas. Un año después recibía un reconocimiento clave en su trayectoria como artista al obtener la segunda medalla de pintura en la Exposición Nacional de Bellas Artes con una de sus obras más conocidas, Adán y Eva.
Rosario realizó una interpretación personal de los personajes bíblicos, convirtiéndolos en dos jóvenes de su tiempo. La obra, que hoy en día se puede contemplar en el Museo de Arte Reina Sofía de Madrid, viajó por distintos puntos de Europa, desde Copenhague a Berlín, para ser mostrada en distintas exposiciones. Rosario formó parte de la Sociedad de Artistas Ibéricos, nacida en 1924 con el objetivo de vincular a los artistas españoles con las vanguardias europeas.
En 1936 pintó otra recreación bíblica, La matanza de los inocentes, hoy en el Museo de Bellas Artes de Valencia. La década de 1930 fue la etapa más exitosa de su vida, en la que sus obras fueron expuesta en Pittsburg, París y en lugares más cercanos como Valencia o Zaragoza, donde participó en una exposición dedicada exclusivamente a jóvenes pintoras.
Además de la realización de obras de arte, en aquellos años se dedicó a la ilustración de revistas y de libros. Una de sus primeras colaboraciones fue con la escritora María Teresa León, cuyas obras Cuentos para soñar y La bella del mal amor fueron ilustradas por ella. Rosario y María Teresa, a pesar de tener creencias y posturas ideológicas muy diferentes, entablaron una amistad en la que la admiración mutua fue su principal punto de encuentro.
Rosario de Velasco no fue ajena a los acontecimientos que sumirían a su país en una guerra civil. En aquellos años convulsos, ella se decantó por la defensa de los ideales falangistas y no dudó en apoyar a las personas que no querían renunciar a su fe católica por ningún ideal político. Parece ser que un día vio cómo unos republicanos intentaban detener a unas religiosas para fusilarlas. Dispuesta a salvarlas, les lanzó unas bombillas de gas que encontró deprisa y corriendo. Eso fue suficiente para que los hombres huyeran y las monjas salvaran la vida.
Un encargo de unos amigos para que realizara unos retratos la llevaron a viajar hasta el pueblo catalán de Llavaneras. Fue allí donde conoció al que se convertiría en su marido, un reputado doctor llamado Javier Farrerons Co.
Por aquel entonces, la tensión en las calles hacía el ambiente irrespirable. Acusada de falangista, Rosario fue detenida y llevaba a la cárcel Modelo de Barcelona donde la CNT pretendía fusilarla. Por suerte, Javier hizo todo lo posible para salvarla. Ayudado de un doctor que trabajaba en la misma cárcel, pudieron sacarla de la prisión.
Consciente del peligro que corrían, pero deseosos de formalizar su relación, Rosario y Javier se casaron en una ceremonia prácticamente clandestina en una iglesia de Barcelona. Sin esperar demasiado, los recién casados tuvieron como dramática luna de miel la huida hacia el norte para pasar la frontera con Francia y regresar a España instalándose en una pequeña localidad de Burgos. Poco tiempo después nacería María del Mar, su única hija.
Terminada la guerra, Rosario de Velasco se dedicó a su familia, pero no dejó de pintar, en su hogar de Barcelona, ciudad a la que habían regresado. Desde 1937 estaba colaborando como ilustradora en la revista Vértice. En 1939 expuso tres obras en la Exposición Nacional de Pintura y Escultura de Valencia. En 1940 volvió a colaborar en la ilustración de un libro, esta vez Princesas del martirio, escrito por Concha Espina y en el que se relataba la historia de las tres enfermeras de la Cruz Roja que fueron ejecutadas durante la Guerra Civil y beatificadas posteriormente por haber defendido su fe hasta la muerte. Un año después, exponía en la Bienal de Venecia.
Dos años después participó en la decoración de la capilla instalada en la Residencia de Señoritas a la que entonces se le añadió el nombre de Teresa de Cepeda. La obra, hoy desaparecida, representaba un Cristo Salvador y la pieza principal, una imagen de María situada en el altar mayor.
El crítico de arte Cecilio Barberan, definía así la capilla en el número de ABC de 14 de junio de 1942: “La nueva capilla de la Residencia de Señoritas Teresa de Cepeda consigue captar con las líneas de estilización arquitectónica moderna la más sencilla y profunda emoción religiosa. Por si esto no fuese poco, este templo se decora con unas pinturas murales que dan al mismo tiempo los más altos y clásicos valores. Se ha encargado de realizar estas la ilustre pintora Rosario de Velasco”. El artículo ensalzaba a la pintora como “una de las figuras de nuestro arte mejor dotadas de cultura y sensibilidad”.
En 1944, Eugenio d’Ors eligió a Rosario de Velasco junto a otros artistas, para participar en el Segundo Salón de los Once, una muestra que pretendía recopilar el arte de los primeros años de la posguerra.
Rosario de Velasco siguió pintando toda su vida, hasta que las fuerzas se acabaron. Imágenes en las que las mujeres de gran personalidad, protagonistas, ocuparon buena parte de su obra artística. Durante años, su obra estuvo presente en distintas exposiciones temporales en galerías de arte y aún recibió reconocimientos públicos como el Premio San Jorge en 1968.
Rosario de Velasco falleció en Sitges, el 2 de marzo de 1991. A pesar de que, tras su muerte, la figura de Rosario de Velasco como pintora española del siglo XX fue olvidada y silenciada, aún recibiría algún reconocimiento póstumo como el que le dedicó el Museo ABC al incluirla en la exposición “Dibujantas, pioneras de la ilustración” en 2019.