Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
En mi vida, hay ocasiones en las que el día se siente diferente a los otros, el tiempo parece detenerse, la mañana parece ser más fresca, algo en el ambiente se siente agradable, y me lleva a imaginar que Dios está llamando mi atención haciendo que me sienta arropada por su presencia. Y me lleno de gratitud por poder albergar esta experiencia, por saberlo cerca.
Este sentimiento es mucho mayor cuando puedo meditar sobre la forma en que Dios elige darse a los hombres y entonces puedo entender un poquito de Su amor, conocerlo mejor y siento que no puedo contener el sinfín de emociones que se van sucediendo en mi interior.
Hace unos días, tuve esta experiencia. Durante las vacaciones, me tocó pasar el domingo en otra ciudad. Busqué una parroquia que estuviera cerca y fuimos a misa en familia.
Una imagen singular
En esta parroquia, llamó mucho mi atención el Cristo que tenían en el altar. Jesús, un hombre de tamaño real, colgado de la cruz, iluminado desde atrás. Daba la impresión de estar realmente colgado por los clavos que lo atravesaban, el peso del cuerpo provocaba que se inclinara hacia adelante. Podía ver ante aquella imagen, el extremo de su sufrimiento y la magnitud de su esfuerzo al entregarlo todo. Verdaderamente El Todo fue entregado en aquella cruz.
Nos entregó más de lo que puedo llegar a mencionar, pero haré un intento por ponerlo en palabras. Nos dio Su Presencia entre los hombres, Su Sabiduría y Su Atención. Nos mostró el rostro de un Padre, ahora Nuestro Padre, alejando para siempre la imagen de un Dios lejano. Nos dio Su Vida, y para ello tuvo que también dar Su Libertad y derramar Su Sangre de una manera terrible. Incluso nos dio, con su último aliento, ¡a su propia Madre!
Nos dio su Resurrección
Nos dio también Su Muerte, como sacrificio de expiación, nos dio entrada al cielo, cerrado tras el pecado cometido por los primeros hombres. Nos dio Su Resurrección, Su Espíritu, se dio a sí mismo como alimento y con ello nos dio ¡la vida!
Esta descripción, desde luego, se queda corta, porque nos dio mucho más de lo que podemos llegar a imaginar. No me alcanza ni las palabras ni la inteligencia para narrar cabalmente cuánto Dios entrega cada día a los hombres.
Pero entonces, en aquella parroquia, mientras miraba este Cristo totalmente colgado de aquella cruz tan tremenda, tras haber comulgado, puesta de rodillas mirando aquel cuerpo lánguido, empecé a pensar que Dios no viene a nosotros con cosas solamente externas, Él pensó en darnos algo de modo que podamos recibirlo tantas veces como días hay en nuestras vidas y así ser transformados en otra cosa. Pensó que, si se daba a sí mismo, en su cuerpo y en su sangre, entonces, permanecería en nosotros y entonces ¡estaría dándolo todo!
Cada vez que recibo la Santa Eucaristía, sabiéndome en su presencia, quiero abrazarme a Él, y no puedo dejar de pensar, en aquellos que no lo reciben, y le digo “perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen” … y si supieran Señor, que en este momento, yo tengo nada más y nada menos que a Dios en mi boca, que diría el hombre ingenuo que pregunta que hay en ese cáliz, y en aquella cajita a la que le llaman Sagrario y ante la cual algunos se ponen de rodillas, y quisiera susurrarles este gran secreto mío: ahí, mi querido amigo, ahí está escondida la mayor grandeza, el tesoro invaluable, el mismísimo Dios del universo… y como cristianos, tenemos el extraordinario privilegio ¡de tenerlo como alimento!