David Espitia Lerma, originario de Ciudad de México, tiene 42 años de edad y desde hace 15 años radica en Celaya (Guanajuato, México).
-David, ¿a qué te dedicas?
Soy misionero laico, realmente me dedico completamente a Dios. En la mañana estoy en un ministerio de enfermos. También me dedico a dar varios temas, incluyendo mi testimonio, en diversas partes de la república, pero principalmente en anexos y centros rehabilitación.
-¿Eres misionero consagrado o misionero voluntario?
Voluntario, porque sabemos que realmente no se mueve una hoja sin la voluntad de Dios, y Él es quien de repente me llama a través de una persona que me dice: “Oye, alguien me habló de ti, y quisiera que vayas a dar una plática acá”.
Así he recorrido muchos lugares, pero siempre sucede que yo no soy el que busca un lugar para dar mi servicio, sino que siempre es Dios quien ve el lugar, el momento y la persona que lo necesita.
-David, ¿dónde comienza tu historia?, ¿dónde empieza tu testimonio por el cual te buscan?
Tendría que empezar con el testimonio de la vida lamentable que yo llevé, ofendiendo tantos años a Dios; porque después ya llegó mi encuentro con Él. Y hablo de algo lamentable, porque no creo que haya sido voluntad de Dios todo lo que viví, Dios lo permitió, pero fue lamentable.
Somos seis hermanos y yo soy el más chico de todos. Pero vengo de una familia sin valores, con un papá alcohólico que a los cuatro años de casado empezó a golpear a mi mamá; le tiró los dientes a puñetazos y le rompió el tabique nasal.
Mi papá me comentó que se metió con más de doscientas mujeres, y mi mamá me dijo que de este modo él la contagió de enfermedades venéreas.
El mío es un papá que secuestró a una niña de 12 años de edad durante dos días y la violó. Un papá al que yo vi cómo a una de mis hermanas la agarraba a puñetazos hasta que se hiciera del baño. A uno de mis hermanos lo golpeó tanto que él se “empastilló” para matarse, para quitarse la vida.
Mi papá nunca me dijo “te amo”, y en vez de ser para mí una figura paterna, me causaba mucho, mucho miedo. Mi padre dejó muchas heridas y muchas secuelas.
Por el lado materno, todas las frustraciones de mi mamá ella las quería sacar, pero las sacaba con los hijos; así que era autoritaria y me hablaba con “mentadas de madre”, con groserías, y me golpeaba, me cacheteaba y me abría la espalda con cables, ¡a mí y a mis hermanos! Nos daba con palos en la cabeza y los rompía.
Así que era una mamá muy agresiva que tampoco me decía un “te amo”. Por consiguiente, ya es de imaginar cómo crecimos todos.
"En mi familia ha habido muchos asesinatos"
-Una violencia extrema.
Sí. Además en mi familia ha habido muchos asesinatos: una de mis hermanas abortó tres veces, otra hermana abortó una vez; uno de mis hermanos, mandó a tres de sus novias a abortar, otro mandó a una sola novia a abortar cuatro veces. Sumando los abortos de mi mamá, aproximadamente se ha matado a unos doce o trece niños dentro de mi familia.
La Biblia dice, cuando Caín mata a Abel, que “la sangre de tu hermano reclama justicia”. Realmente es sangre inocente, y todo eso manchó a mi familia.
Cuando yo tenía 8 años de edad, mi hermana de 14 años me violaba. Fue algo completamente impactante, ¡yo no sabía ni qué estaba pasando! Y fue mucho tiempo el que ella abusó de mí, y me marcó completamente.
Me obligaba a hacerle cosas aberrantes.
A mis 9 años de edad, hombres de 13, 14 y 15 –yo los veía como muy mayores- también me violaban sexualmente.
Una vez yo lloraba y le decía a mi abusador: “Dios nos va a castigar, no hagas esto”, pero él me respondió: “No, no pasa nada”, y seguía abusando de mí.
Yo una vez tomé un cuadro que tenía mi mamá de Jesús con la corona de espinas, y yo le pegaba mis lágrimas al cuadro y le decía al Señor: “Yo no quiero esto, yo no quiero sentir esto, yo no quiero que pase esto”.
-¿Cuáles fueron las consecuencias?
Después de ser violado constantemente, yo empecé como a los 11 o 12 años a ver pornografía porque mis papás y mis hermanos tenían revistas pornográficas.
Y, finalmente, entre los 12 y 13 años yo mismo empecé a abusar de otros niños. Cuando tuve mi encuentro personal con Dios ésta fue para mí la parte más difícil: perdonarme a mí mismo y pedir perdón a quien yo abusé.
A los 15 años yo ya era un adicto al sexo y a los 18 años tuve a mi primer pareja gay, un universitario mayor que yo, y a los 21 años empecé con lo que se llama “salir del closet”.
En toda mi relación con el mundo gay yo tuve alrededor de ocho o nueve parejas. Y después me hice alcohólico y fumador. También me hice adicto a cocaína, “tachas”, éxtasis y marihuana, y probé el “ácido”.
Y, como a mí ya no me llenaba la droga, llevaba una vida promiscua: hacía tríos, orgías; iba a los baños sauna, a los “cuartos oscuros” y a los cines pornográficos; en la calle o en el camión yo buscaba sexo, o en el internet. ¡Qué no hacía yo!
Después empecé a vestirme de mujer, y a ir a zonas de prostitución; daba shows travestis. Yo me metí aproximadamente con más de 700 hombres, ¡no podía parar! ¡Yo estaba enfermo, y mi enfermedad avanzaba cada vez más!
Echar las cartas, brujas, horóscopo
Luego comencé a jugar a la ouija, le entré a la lectura de cartas e iba con brujas. Creí en la ley de la atracción, en la reencarnación y en los horóscopos, ¡era supersticioso! Así que me empecé a meter del lado del ocultismo y la Nueva Era.
-¿Alguna vez pensaste matar a tu papá o a tu mamá por tantos abusos?
No, nunca, aunque me hirieron mucho.
-¿Has sufrido ataques, persecución?
La verdad es que todavía no, porque no me he hecho público. Y las personas con las que yo me juntaba me respetan.
Una vez un ex amigo se empezó a burlar de mí y entonces yo le dije: “Si realmente fueras mi amigo, estarías muy contento por mi cambio de vida. ¿O acaso hubieras preferido que yo muriera por una sobredosis de drogas, o de sida? ¿Eso es lo que hubieras querido, eso te habría hecho más feliz? Si eres mi amigo deberías estar contento porque dejé droga, porque dejé alcohol, porque dejé mi vida promiscua”.
Y entonces como que “le cayó el veinte”, como que entendió.
-¿Cuál fue el momento que te llevó a la luz de Dios?
Dios me mandó a una persona que durante cuatro años me hablaba de Dios; esa persona se llama Alfredo de León Jacobo, y actualmente es un consagrado a la Divina Voluntad, de Luisa Piccarreta, allá en Jalisco (México).
Él me estuvo hablando de Dios durante 4 años de amistad e hizo algo que nadie había hecho por mí: rezar durante un año para que yo me convirtiera; aunque eso lo supe después.
Un día yo fui al antro, y ahí inhalé cocaína, me tomé una “tacha” y me alcoholicé.
Me contaron que yo estaba tan inconsciente que me estuvieron violando varios en un “cuarto oscuro”. No me di cuenta de nada. Llegué a mi casa y sentí un vacío sobrenatural, sentí un dolor interior y, por primera vez en mi vida después de aquella en que yo, de niño, le pegaba mis lágrimas al cuadro de Jesús, volví a llorarle a Dios.
Empecé a llorar, a levantar mis manos al Cielo y le dije a Dios: “Señor, si Tú existes, sácame de esto”.
Porque yo no era feliz, pero no podía parar. ¡Y yo no sabía qué hacer! ¡Yo no tenía conocimiento de nada! Solo tenía vacío y dolor. Así que me doblé y le dije a Dios: “¡Ayúdame, por favor! ¡Si existes, sácame de esto!”.
Entonces tuve una sensación como de amor o paz, aunque yo no sabía qué estaba pasando y simplemente lloraba y lloraba.
Me quedé dormido después de tanto llorar, aunque no sé cómo pude dormirme teniendo tanta cocaína dentro.
-¿En ese momento cambiaste?
No. Después de ese año en el que mi amigo oró por mí, un día me dijo: “Quiero que vayas a un retiro católico de tres días”.
El retiro se llama “Cursos bíblicos para hombres y mujeres”, y yo le contesté: “Yo soy protestante, así que no voy a retiros católicos”. Pero fui al retiro por curiosidad, a ver qué hacían ahí.
Recuerdo que cuando llegué al retiro vi una imagen de Jesús crucificado y me lo quedé mirando.
Entonces, viendo su imagen, le dije a Jesús: “Pues yo no sé si existas, pero de una vez Te lo digo: yo no voy a dejar a mi pareja, ni el alcohol ni la droga; aquí nada más vengo a ver qué se siente”.
Y me crucé de piernas y empecé a decirme: “¡Qué gente tan corriente! ¡Aquí huele a vaca! ¡Qué horror! ¡Para qué vine!”. Yo tenía una soberbia tremenda cuando llegué ahí.
El primer día del retiro yo ya me quería ir porque me hablaban de los sacramentos, ¡y yo no entendía qué eran los sacramentos, nada!; pero una fuerza hizo que me quedara.
El sábado, en el segundo día del retiro, quedé asombrado porque los predicadores laicos ¡Estaban tan ungidos de Dios! Que cada cosa que ellos hacían, cada cosa que decían y cada dinámica que usaban, me estaba pegando en mi corazón.
Y a mí me empezaba a brotar alguna lagrimita y yo me decía: “¡Pero qué es esto que siento!”.
Lo que ellos hicieron fue sensibilizarme a través del Evangelio, pero me queda claro que estaban muy entregados a Dios porque no cualquiera hubiera podido entrar en este corazón mío.
A las 8 de la noche...
Y a las 8 de la noche puedo decir que fue mi conversión, porque llegó el sacerdote con el Santísimo, y yo ni siquiera sabía qué era el Santísimo; habían apagado las luces y yo veía que sólo iluminaban una bolita blanca y que la gente se hincaba; así que, pensando que era una dinámica, pues también me hinqué.
La gente levantaba las manos, y yo, como borrego, también las levantaba, pero sin saber nada.
Exactamente cuando pasó el Santísimo al lado de mí, sentí dentro una fuerza, un amor sobrenatural, ¡y te puedo decir que por primera vez en mi vida sentí que alguien me amaba! Y en ese momento quise buscar la razón de ese sentimiento y Dios me reveló: “Soy Yo, Jesús, y te amo”.
Y yo, sorprendido, me decía: “¡No, no! ¿Qué es esto?”; pero Él, que es omnipotente, me volvió a decir: “”Soy Yo, Jesús, y te amo”; y me lo dijo una tercera vez.
En aquel instante yo ya no pude pensar más que en el Amor de Él. ¡Supe que Él existía, que era real y que ahí estaba!
¡Lloré tanto de amor! No puedo explicar la sensación, porque es como decirle los colores a un ciego de nacimiento; es imposible. Es sobrenatural.
En ese momento yo entendí que Jesús dejó a las 99 ovejas para buscarme a mí.
Dios nunca me dijo: violador, prostituto, travesti o drogadicto. Él solamente me dijo: “Hijo, te amo y te he estado esperando, mi pequeño”. ¡Y sentí tanto su amor…!
Fue tan fuerte el encuentro que tuve con Dios que lloré casi una hora.
Era tanto el dolor que sentía, que le tuve que pedir a Dios con mi mente que parara, porque yo ya no aguantaba la parte física del dolor.
¡Yo quería seguir sintiendo ese amor, pero era tanto el dolor físico que ya no me dejaba seguir! Y Dios, respetando mi libertad, en ese momento paró; y yo, levantando mi mirada hacia el crucifijo al que le había hablado con soberbia cuando llegué al retiro, le dije ahora:
El sacramento del perdón
Sé que con Dios no se negocia, pero creo que me vio tan necesitado que por eso me lo concedió, ¡me dio ese regalo!, porque a partir de ahí me enamoré completamente de Él. Después me confesé.
"No te va a atacar un demonio sino miles"
-¿Qué pasó después del retiro?
Cuando salí del retiro, un sacerdote me dijo: “David, tú saliste lleno del Espíritu Santo; pero si, después de este retiro, tú no buscas a Dios todos los días, no te va a atacar un demonio sino miles, porque ya saben que tú conoces a Dios”.
Como ex protestante, ya que ahí me convertí al catolicismo, no sabía qué hacer; así que, llegando del retiro a mi casa, me puse a indagar en internet y lo primero que encontré fue el rezo del Santo Rosario.
Me acordé de que una tía me había regalado hace tiempo un rosario, así que lo busqué y lo encontré, y ahora sé que eso fue porque Dios ya tenía ese rosario para mí porque Él ya sabía lo que iba a pasar.
Puse por primera vez una imagen de María, un cirio y una imagen de Cristo que me regalaron en el retiro.
Me arrodillé, recé un Padrenuestro y, cuando comencé a decir “Dios te salve, María” volví a llorar.
Después del retiro y de rezar ese Rosario, le hablé por primera vez a mi papá después de 3 años. Como Dios me había dado la gracia de perdonar, lo llamé y le dije: “Hola, papá, ¿cómo estás?”.
Como él a veces de cariño me decía “Pollito”, me preguntó: “¿Qué pasa, ‘Pollito’?”, y le contesté: “Papá, perdóname; perdóname por juzgarte; perdóname porque siempre te odié, y ahora te amo”.
Yo no saqué a conversación nada de lo que él me hizo, sino que yo le pedí perdón a él; entonces, automáticamente, mi papá lloró, y él me pidió perdón por teléfono.
Nos pedíamos perdón mutuamente, y él lloraba y yo lloraba.
-¿Y con tu mamá y tus hermanos, se dio ese encuentro de perdón?
¡Sí, claro! De hecho, mi hermana, la que abusó de mí, ella lleva ahorita, bien, bien, un año de conversión; comulga casi todos los días, reza el Rosario y las Horas de la Pasión, es catequista de niños; y ahora mi hermana es mi consentida entre todos mis hermanos, porque ella está haciendo la Voluntad de Dios.
Me encanta, porque nuestras pláticas son de Dios…
Después del retiro, con esa gracia, pude ir a ver a mi mamá, y la vi con amor, y la agarraba a besos y a apapachos y le pude decir: “¡Mamá, mi encuentro con Dios fue maravilloso!”.
Y ella se sorprendía de que yo la abrazara.
-Por último, David, ¿sueñas con el Cielo, sueñas con la gloria eterna?
He llorado, y ahora mismo me dan ganas de llorar, diciéndole a nuestro Señor que ya no quiero estar aquí, que me lleve. ¡Pero es porque lo amo! A veces siento tanto su Amor que este mundo no me llena, ¡y nunca me va a llenar! ¡Yo quiero estar con Él, y yo busco la santidad! ¡Yo quiero ser santo! ¡Quiero agradarle! Y cuando estoy en oración y siento tanto su Amor, digo, como san Pablo, que la muerte para mí sería una ganancia.
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