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En México existe una extensa tradición católica. Por ello, no es de extrañar que dentro del país existan hombres y mujeres que son ejemplo de santidad para el mundo; tal es es caso de María Inés Teresa Arias, la cuarta beata de la historia mexicana y la primera de este siglo.
A principios del siglo XX, el anticatolicismo llegó hasta la cúpula del poder. La Constitución de 1917 impulsó unas leyes anticlericales que obligaron a la suspensión del culto público. Templos, conventos, monasterios, quedaron vacíos de fieles, sacerdotes y religiosas.
Los católicos no se quedaron de brazos cruzados y se rebelaron contra estas medidas que coartaban su fe. En 1926 empezaba la Guerra Cristera, conflicto civil entre católicos y fuerzas anticlericales que se alargaría durante tres largos y cruentos años. En ese tiempo complicado, hubo hombres y mujeres que no se resignaron e incluso se dispusieron a abrazar la vida religiosa. Toda una osadía de la que tenemos un gran ejemplo en una joven que, inspirada por Santa Teresita del Niño Jesús y siguiendo los designios de su querida Virgen de Guadalupe, no dudó en hacerse monja clarisa.
«Iba a fiestas familiares, paseos y otras diversiones inocentes, me gustaba lucir y ser atendida. Sin embargo no me llenaba».
En su hogar, una extensa casa de ocho niños, todos la llamaban cariñosamente Manuelita. Había sido bautizada con el nombre de María Manuela de Jesús Arias Espinosa, tras su nacimiento en Ixtlán del Río el 7 de julio de 1904. Sus padres, el juez Eustaquio Arias y su esposa María Espinosa, inculcaron a sus hijos una profunda fe.
Descubre su vocación
En el otoño de 1924, Manuelita acudió al Congreso Eucarístico Nacional. Aquel momento fue un punto importante en su vida, pues ya se dio cuenta de cuál debía ser su camino. Un camino guiado por Santa Teresita del Niño Jesús y la lectura de su Historia de un alma, e igualmente inspirado por su devoción a la Virgen de Guadalupe.
«Si yo ingresé a una Orden de clausura fue por el deseo inmenso de imitar en la medida de mis fuerzas, a mi santita predilecta: Santa Teresita del Niño Jesús».
Para alcanzar su objetivo tuvo que abandonar su hogar y emprender un largo viaje hasta Los Ángeles. Era el verano de 1929 y aún sonaba el rugido de la guerra que había obligado a exiliarse a muchas comunidades católicas. El 5 de junio ingresaba en el Monasterio de las Clarisas Sacramentarias del «Ave María» que se habían instalado en California.
«¡Cuán dolorosa fue mi partida!, la deseaba con ansias; siendo Dios quien llama, ¿se le puede decir que no?»
El 12 de diciembre de 1930 hizo su primera profesión. Según ella misma recuerda, «no podía menos que, en ese día de mi Morenita amada. Ella me hizo una promesa, promesa formal y solemne que yo se la recuerdo, y le pido la cumpla: "Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en éstos la gracia que necesiten". En ese día, le prometí solemnemente que la haría amar del mundo entero, llevando a todos los países su sagrada y hermosísima imagen en su advocación de santa María de Guadalupe».
«Dios me llevaba por el camino de la mortificación, y penas interiores muy intensas, por causa del deseo inmenso de pertenecerle en todo y no poderlo realizar por las persecuciones de México».
En 1931 la comunidad pudo regresar a México. Dos años después emitía los votos perpetuos. En aquellos primeros años como sor María Inés Teresa Arias del Santísimo Sacramento, tanto en los Estados Unidos como en México, trabajó duro en el convento como maestra de novicias y en otras tareas. «Se consiguió un nuevo medio de sustento: lavado y planchado de ropa. Esto me fue confiado a mí, lo hice varios años, Jesús, mi amado Esposo, me ayudó a comprarle con esto muchas almas», recordaba.
Nace la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento
Fue en Cuernavaca donde sor María Inés consiguió fundar una orden misionera, autorizada por la Santa Sede a finales de 1944. «Era la primera casa que habitamos, llamada "Quinta Jesús-María" con un jardín muy hermoso. Las cinco hermanas que se iban a ir conmigo ya estaban también preparadas». Nacía la que sería la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento con sor María Inés como su primera madre superiora. En aquella época, como afirmaba la madre María Inés, «después de las guerras anteriores, se vino una floración de vocaciones de días muy hermosos».
Proyecto misionero-contemplativo
Empezaba entonces una etapa intensa de trabajo, de viajes, fundando junto a sus hermanas misiones en su México natal y en lugares tan lejanos como Japón, Estados Unidos, Costa Rica, Sierra Leona, Italia, España… La lista sería larga, infinidad de países, en los que floreció su proyecto «misionero-contemplativo».
«Le prometí solemnemente [a la Virgen de Guadalupe] que la haría amar del mundo entero, llevando a todos los países su sagrada y hermosísima imagen en su advocación de santa María de Guadalupe».
Sin descanso, la madre María Inés fundó otras instituciones laicas y religiosas: la Congregación de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal, el Grupo Sacerdotal Madre Inés, el instituto secular de las Misioneras Inesianas Consagradas y el grupo laico misionero Vanguardias Clarisas, conocido popularmente como Van-Clar. Todas estas obras crecieron como una amplia «familia inesiana» que siguieron el lema que ella misma adoptó: «Es urgente que Cristo reine».
«Cuando Dios me hizo sentir el deseo de pertenecerle a él por entero, mi vocación fue ser misionera».
Falleció el 22 de julio de 1981 a los 77 años de edad en Roma, donde poco tiempo antes había sido recibida por el Papa San Juan Pablo II.
«Solo quería amar y darme a Dios. Todo mi anhelo era la Eucaristía».
Beatificación en Guadalupe: el niño del milagro
Fue beatificada el 21 de abril de 2012 en la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México. A la ceremonia acudieron miles de personas. El lugar, que más de un siglo antes había sido escenario de persecuciones contra los católicos, se convertía en ese momento en el centro de la religiosidad mexicana. Entre la amplia multitud se encontraba el niño que se había salvado de morir ahogado gracias a la intercesión de sor María Inés.
«Una sonrisa cuando se quiera manifestar molestia; sonreír siempre, incluso cuando esta sonrisa nos duela más».
El cardenal Angelo Amato, que ofició la homilía ensalzó la figura de la beata como «uno de estos testigos heroicos, que ha puesto todas sus energías de la naturaleza y de la gracia al servicio del reino de Cristo» y recordó fue «el amor mariano guadalupano el que infundió en su corazón el ansia de llevar a toda la humanidad a Cristo y su Corazón misericordioso». Amato destacó que «la beatificación de la madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento es también el reconocimiento de la Iglesia a una mujer, que ha encarnado ejemplarmente las mejores cualidades humanas y espirituales de su pueblo».
La fiesta de la Beata María Inés, la primera beata mexicana del siglo XXI, se celebra el 22 de junio.