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El miércoles 31 de agosto, Oscar Cantoni, obispo de Como recién creado cardenal, tuvo como primer gesto, al regresar de Roma, ir a saludar al lugar del asesinato de don Roberto Malgesini. El 15 de septiembre de 2020, este sacerdote diocesano había sido apuñalado fatalmente, justo frente a su iglesia y debajo de sus ventanas, por una de las personas sin hogar a las que solía abastecer todos los días mientras caminaba por la ciudad con su mochila al hombro.
Las condiciones de su muerte habían sembrado el terror en el norte de Italia y en toda la península, que salía incruenta del calvario de la pandemia de la Covid 19. Los políticos sí intentaron recuperar esta tragedia para reavivar la polémica sobre las políticas migratorias vigentes en Italia y en la Unión Europea. Pero este intento, considerado indecente, fracasó. La opinión pública se molestó aún más, como el Papa Francisco, por el testimonio cristiano, radicalmente humano, de este sacerdote de 50 años.
La cara de un ángel
Don Roberto tenía cara de ángel. Y la encontré de camino este verano a Como. En una foto colocada al pie de una gran cruz de hierro forjado. Fue plantada justo donde él cayó. El municipio de Como dio nombre a la pequeña plaza frecuentada por jóvenes del distrito, que ahora se han convertido en una especie de guardianes desconocidos de un memorial sin tumba. Latas de cerveza y coca-cola vacías yacen aquí y allá. Velas apagadas y mensajes garabateados en trozos de papel rodean la cruz. ¡Qué lejos estamos del centro turístico de la ciudad y del majestuoso lago del que Stendhal dijo que era el lugar más hermoso del mundo!
Y sin embargo, en este islote inhóspito, cubierto por el ruido incesante del tráfico, me dejo cautivar por la sonrisa de don Roberto en el cuadro colgado en la cruz. Durante mi contemplación, encontré la fuerza para permanecer por mucho tiempo en esta plataforma un tanto sórdida. Puede que no orara bien en esta atmósfera. Pero sentí algo como paz dentro de mí. La paz del peregrino anónimo habiendo llegado a su meta. Y que supo dejar sus miedos y sus fatigas al pie de la cruz, símbolo de todo amor.
… a la sonrisa de Dios
Don Roberto tenía cara de ángel. Pero su sonrisa, ¿de dónde vino? “Tenía la sonrisa de Dios”, respondió el obispo Cantoni al día siguiente de su muerte. Lo conocía bien, lo apreciaba mucho como a sus compañeros sacerdotes, como a los presos de los que era capellán, como a los cuidadores con los que se solidarizaba durante el encierro, como a los jóvenes a los que acompañaba y que montaban un espectáculo para rendirle homenaje titulado "Yo elijo amar"...
Para toda esta población, Don Roberto tenía la sonrisa que sólo se encuentra en la Biblia: la de los Anawim, los autores de los salmos, estos poemas con gritos desgarradores o de alegría de una humanidad en perpetua búsqueda de un Padre misericordioso; la de Job, seguramente, que a pesar de todas sus desgracias se niega a abrumar, a hacer sentir culpable a Dios; Dios, le sonríe en lo invisible.
Y ciertos hombres o mujeres heredan esta capacidad de sonreír a los olvidados, a los despreciados, a los sinvergüenzas, es decir, en sentido etimológico, a los que, a los ojos del mundo, no valen nada, nada de nada. Don Roberto tuvo el privilegio de ser un hombre con la sonrisa de Dios. Sin duda por eso, en el improbable lugar de su muerte, se formó en mí una sonrisa de paz.