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Me gusta la palabra misericordia. Un corazón que se abaja ante el pobre. Un corazón que se humilla para levantar al caído. Un corazón que me hace experimentar un amor gratuito.
Un amor que se me da sin merecerlo pase lo que pase, haga lo que haga. Así es la promesa llena de misericordia del Dios de Moisés:
Esa es la promesa de plenitud hecha al hombre desde Abrahán.
El pueblo de Israel no tenía nada que temer porque Dios les había prometido todo. Sabían que Dios siempre estaría con ellos y les regalaría su misericordia.
Dudar del amor
Pero el hombre pronto se olvida y comienza a pensar que el amor o se merece o no se recibe, o se lo merecen los demás o no puedo dárselo.
Castigo al que actúa mal y premio al que se comporta como yo espero de él. El corazón humano no es como el de Dios.
Mi corazón no es tan misericordioso. Y por eso me cuesta a mí creer en la misericordia infinita, de Dios, de los hombres.
¿Recibo lo que doy?
O hago algo para merecerlo o es normal que nadie me ame. Es la experiencia más humana.
Si trato mal a una persona, si la desprecio, sería extraño que me tratara con dulzura, con amor.
Si insulto y agredo acabaré recibiendo insultos y agresiones. Si trato con ternura y sonrisas a las personas puede que reciba algo parecido.
Mis actos despiertan actos similares. Mis palabras despiertan palabras. Mis silencios invocan silencios.
Toda mi vida tiene un eco en el mundo. Cuando hago el mal no me suelen tratar con bondad.
El obispo misericordioso
Siempre recuerdo una escena de la obra Los miserables de Victor Hugo. En ella el protagonista le roba al obispo que lo había acogido en su casa y le había dado comida caliente y ternura. Se despierta en la noche y le roba objetos de plata.
A la mañana siguiente lo detienen y lo llevan de regreso ante el obispo.
El obispo, en lugar de echarle en cara a Jean Valjean su acto mezquino lo trata como si fuera un amigo y él mismo le hubiera regalado esos objetos.
La policía lo libera y el obispo le invita a irse con esos objetos valiosos, a ver si así logra cambiar de vida.
Jean Valjean no puede creer en la bondad del obispo. Él no ha experimentado nunca la misericordia, más bien sufrió la injusticia y el castigo excesivo por actos pequeños.
Es lo que me puede pasar en mi vida.
¿He experimentado alguna vez la misericordia?
¿He tocado la bondad de alguien que me ha amado sin yo merecerlo? ¿Me han dado un abrazo cuando lo que yo merecía era el desprecio y el abandono?
Si nunca he experimentado la misericordia es muy difícil que crea en ella. Si he recibido castigos por mis actos siempre, yo actuaré igual con los míos.
Les pagaré de acuerdo con sus obras. Si son buenas les daré mi amor. Si son malas les daré mi desprecio.
Y no creeré que sea posible ser amado sin merecerlo. Me parecerá una quimera. Por eso viviré intentando demostrarle al mundo que merezco el amor. Que merezco que me amen. Que mis obras son dignas de amor, de bondad.
¿Actúo por amor o por miedo?
Lucharé por hacer que mi vida valga la pena y los demás la valoren. Me empeñaré en recibir el amor merecido.
Si soy bueno me querrán. Si no actúo bien me despreciarán. Entonces mis obras no son movidas por el amor a los demás sino por el miedo al rechazo.
No actuaré movido por el deseo de abrazar, de amar a todos, sino que actuaré movido por el miedo a que alguien descubra mi miseria y me trate como me merezco.
Si mis obras son malas, merezco el desprecio y el olvido. Si mis obras son buenas merezco los halagos y los abrazos. ¡Qué difícil resulta cambiar este esquema con el que he crecido!
Un ejercicio iluminador
Desde niño recibí castigos y caras largas si no actuaba como me habían dicho que lo hiciera. Si no me porto bien, castigo.
Me detengo ante el cielo abierto y me pregunto: ¿Cuándo recibí amor cuando lo que merecía era el desprecio?
¿Cuándo me dieron un abrazo en lugar de una bofetada? ¿Cuándo recibí un elogio cuando merecía una crítica?
Mirar mi historia me da luz. Y me ayuda a ver cuándo he vivido la misericordia.
¿Acaso no me ha perdonado Dios mis pecados muchas veces? ¿Cómo me pueden seguir amando después de mis enojos, rabias, reproches y distancias?
La misericordia es un don, nunca un merecimiento.
Quisiera ahondar en mi vida y palpar cuándo fui amado por mis hermanos, amigos, familiares sin merecerlo.
Si buceo en el alma encontraré esos destellos de luz que acaban con la sombra que me deja la culpa.
Siempre me amó
Porque la culpa me llena de sombra, de oscuridad, de miedos. Me hace sentir que no merezco el amor, ni el abrazo, ni el perdón.
Quisiera darme cuenta: siempre que fui rescatado de las aguas por las manos de un Dios bondadoso.
Recordar a los que un día me dijeron que mi vida valía tal como era, que no necesitaba cambiar nada para merecer ser amado, que mis heridas eran parte de mi belleza, y mis sombras parte de mi verdad.
Que no tenía por qué ocultar lo que no me gustaba de mí. Que no importaba si transparentaba con torpeza mis flaquezas.
Que los demás me iban a amar no por mis éxitos y mis logros, sino por mi humanidad herida, caída y levantada desde el barro.
Esa verdad la olvido cuando vivo mendigando amor y tratando de mostrarle al mundo cuánto valgo.
Es como si gritara a todos: ¿No veis que merezco ser amado? Esa lucha me enferma. Y lo que me salva es ser yo mismo en mi pobreza. No intentar parecer ser lo que no soy. Eso nunca funciona.
La misericordia es clave en mi vida, porque esa mirada misericordiosa de Dios es la que me construye de nuevo, me sana por dentro y cura todas mis heridas. Sólo desde ese amor único e incondicional vuelvo a la vida.