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Challenger de El Espinar. 8 de agosto de 1999. Un joven suizo acaba de ganar el Torneo de dobles. Cumple 18 años. Decide celebrarlo con un botellón (dos cajas de Mahou) junto a la pista. No les extraña, ni a los organizadores ni a los tenistas que han competido con él. Dicen de él que es un "niñato" y tiene fama de andar bastante descontrolado. Tiene un excelso juego, pero la mente le falla a menudo. Rompe raquetas, grita a sus rivales, se queja de todo. Rebelde, cambia de aspecto cada poco tiempo y parece no encontrar su lugar.
Nadie podía imaginar que ese joven temperamental sería, 23 años después, el ejemplo del deportista perfecto; el yerno ideal; el excelso modelo de la pureza tenística. Un jugador que flotaba sobre la pista, que parecía no sudar, que marcaba cada golpe con la precisión de un relojero suizo y la plasticidad de un dios del olimpo.
Roger Federer deja el tenis y todos sentimos perder algo. Será recordado como el modelo perfecto de deportividad. Un jugador impoluto. Con su atuendo blanco (modelo Wimbledon), peinado perfecto y una ligera media sonrisa. Imperturbable ante la derrota, caballero en la victoria. Roger Federer deja el tenis y su gran legado será eso: su capacidad de autocontrol y aprendizaje. La crisálida se convirtió en mariposa y el adolescente descontrolado se convirtió en todo un Sir: "La máquina suiza", "Su Majestad".
No fue fácil. Él mismo lo contaba en una entrevista que le realizaron en el US OPEN de 2001: “Cuando era joven, realmente me comportaba como un idiota en la cancha. Mis padres se estaban volviendo locos en las gradas. Era ridículo. Mi padre decía 'relájate, no te asustes', pero estaba convencido de que yo me conocía mejor. Creo que finalmente me di cuenta”.
En el libro 'Years of Glory’ reconoce que incluso le gustaba. La liaba en los entrenamientos a la mínima ocasión: “El entrenador me echaba y me decía que no quería verme más y yo pensaba: '¡Perfecto!', así podía irme a la ducha y coger el bus hacia mi casa".
El cambio de Roger Federer
Pero todo cambia en los Juegos Olímpicos de Sidney. No se trató de una victoria, ni se lo enseñó un entrenador. No hubo aparentemente trabajo mental, ni un coach a sus servicios. Fue el amor. Conoce a una tenista, Mirka Vavrinek, un amor invencible que pronto se convirtió en algo serio. “Gracias a ella maduré”, afirma Federer.
Mirka y Roger se casaron en 2009 y tienen cuatro hijos. Dos parejas de gemelos: dos niñas, Mila Rose y Charlene Rica; y dos niños, Lenny y Leo. Inseparables. Viaja con ellos e incluso el calendario elegido venía condicionado por ese detalle. “Mi familia es mi prioridad número 1, siempre ha estado claro para mí”, afirmaba durante una de sus giras por Asia (Torneos de Shangai y Tokio)".
Sus éxitos y su gran rivalidad
El amor (a todos nos pasa) le hizo madurar y comenzó a aparecer el Roger Federer que todos conocemos. Éxitos sin parar: 20 grand Slam, 2 medallas olímpicas (plata individual y oro dobles), 6 Masters de Tenis y sobre todo esa imagen de la perfección junto a una gran rivalidad: Rafael Nadal.
Una rivalidad que trasciende lo tenístico y se convirtió en debate universal: ¿Talento o trabajo? ¿Lucha o calidad? Una rivalidad deportiva con todas las letras y en mayúscula. Dos jugadores que se hicieron mejores el uno al otro, con un respeto reverencial y una relación personal que ha terminado convirtiéndose en una de las grandes "rival-amistades" de la historia.
Así lo despide Rafael Nadal: “Querido Roger, mi amigo y rival. Desearía que este día nunca hubiera llegado. Es un día triste para mí personalmente y para los deportes de todo el mundo.
Ha sido un placer, pero también un honor y un privilegio compartir todos estos años contigo, viviendo tantos momentos increíbles dentro y fuera de la cancha”.
Son muchísimas las cosas que en estos días leerás sobre Roger Federer y todas son bellas e inspiradoras. Gran campeón, gran rival, padre y esposo perfecto. Solidario, caballero y educado.
Roger Federer me ha enseñado algo. Ahora cuando vea a un joven alocado y descontrolado; cuando vea a un joven lleno de pasión que rompe una raqueta o lanza un improperio; cuando vea a unos chavales haciendo botellón, pensaré en aquel joven de 18 años de El Espinar. Recuérdenlo: Todo niñato puede convertirse en Sir. Sólo hace falta que llegue el Amor. Él todo lo puede.