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Ya sabemos que una abadía es un monasterio o convento cristiano. En Venezuela no hemos sido muy dados a este tipo de comunidades, al menos, no como los europeos y algunos países latinoamericanos. Hubo monasterios, claro está, durante la colonia. Los hay, aún, que cultivan la vida trapense, en especial en los Andes, en tierras venezolanas que siguen atrayendo a jóvenes generosos que quieren vivir su ideal cristiano en la vida monástica. Pero son pocos.
Aún sobreviven algunas estructuras de antaño pero la mayoría de ellas funciona hoy como otra cosa. No obstante, hay una joya, un sitio de recogimiento espiritual para conseguir la paz interior y el encuentro con Dios a través del silencio.
Piedra de centella
Ese lugar es la Abadía benedictina de Guigue, un monasterio localizado en la ciudad de Güigüe, capital del municipio Carlos Arvelo, Carabobo, Venezuela. El edificio fue diseñado por el arquitecto venezolano Jesús Tenreiro Degwitz y recibió el Premio Nacional de Arquitectura 1991.
Güigüe es una ciudad venezolana capital del Municipio Carlos Arvelo del Estado Carabobo en la Región Central de Venezuela. Tenía una población estimada en 2016 –fecha en que se dieron a conocer las últimas cifras oficiales de cualquier cosa en Venezuela- de 81.920 habitantes. Se encuentra ubicada al sur del Lago de Valencia, cerca de un pueblo llamado Magdaleno, famoso por sus artesanos.
Los expertos aseguran que la etimología de la voz Güigüe proviene de la toponimia indígena Caribe «UIUE», que significa hacha, piedra de centella o del rayo, origen atribuible a nuestro ancestro aborigen y propio de los contornos del Lago de Tacarigua o Valencia.
Comenzaron cuatro
Miles de venezolanos y extranjero visitan el lugar que comienza su historia. El 2 de abril de 1923, durante la Pascua, cuando los primeros cuatro monjes benedictinos de la Congregación de Santa Otilia llegaron a Venezuela. Es la única auténtica Abadía en Venezuela. Sus monjes de clausura viven entregados a Dios en la oración y el silencio. Han fallecido allí varios monjes con olor de santidad y sus restos reposan en el cementerio de dicho monasterio.
La ciudad fue fundada el 3 de mayo de 1724. El poblado cerca de donde está enclavada fue Centro de Recepción al que eran conducidos los inmigrantes que desembarcaban en Puerto Cabello y La Guaira. Ese centro fue construido por el gobierno nacional en 1947 en los espacios de una antigua hacienda, «El Trompillo» que estaba acondicionada para albergar hasta 2.500 personas. La tarea primordial del lugar consistía en brindar alojamiento, alimentación y asistencia médica a los inmigrantes, dotarlos de la documentación indispensable y ubicarlos en sitios de trabajo, preferentemente en el interior del país.
La abadía, primera sede benedictina de Venezuela, fue San José del Ávila en Caracas integrada por aquellos cuatro monjes que pisaron suelo venezolano en 1923, venían de Baviera al sur de Alemania.
Hoy, este monasterio es famoso por su arquitectura, así como por los cantos gregorianos y los productos agrícolas que ofrece. Las tierras están dedicadas al cultivo de hortalizas y la cría de ganado, bajo el cuidado de los propios monjes.
Cantos que seducen
En la estructura de la abadía que tiene una iglesia con obras de importantes artistas venezolanos, también existe una hospedería con 16 habitaciones. Al lugar puede asistir todo el que desee soledad y silencio. No es cualquier hotel y/o posada. La gente va allí a encontrarse con Dios en medio del mágico ambiente que rodea a las abadías benedictinas. Los cantos de los monjes son un atractivo ineludible y hay quienes llegan al lugar tan sólo para escucharlos.
Y es que la misa de los domingos, abierta al público, rememora la antigua tradición del canto gregoriano, que ha encontrado acá un refugio para su preservación y divulgación.
En un país con tanto enfrentamiento, violencia, incertidumbre y desesperanza, este lugar al sur de un importante lago y con su torre que se eleva al cielo, es un sitio para detenerse y mirar hacia adentro. Quienes han asistido a unos días de retiro y /o simple recogimiento en medio del respeto al lugar, cuentan historias de conversión y de reforzamiento espiritual.
Sencillez y nobleza
El diseño del edificio se le encargó al famoso arquitecto Jesús Tenreiro Degwitz, reconocido profesor universitario venezolano. Al él se le pidió exclusivamente que la obra tuviera las siguientes características:
• Sencillez y nobleza sin muchos adornos decorativos
• Funcional para mantenimiento y limpieza, lo cual logró con la obra en concreto y ladrillos que permiten que se evite pintar regularmente el edificio causando grandes gastos.
• Que el lugar fuera fresco y así fue durante todo el año no sobrepasa en sus instalaciones una temperatura de 28°C
El mismo arquitecto concebía una construcción sencilla, funcional y fresca. Así que creó una estructura vanguardista de líneas simples, con planta en forma de cruz, con una iglesia, un ala para las celdas monacales, una hospedería y el área de servicios, donde se ubican la cocina, un taller y la lavandería. Un hermoso patio interno conecta las cuatro alas del inmueble.
Resultó un bello espacio, concebido para respetar su entorno natural. Los monjes y los fieles que se acercan a visitar la abadía encuentran el silencio y la tranquilidad necesarios para entrar en comunicación con Dios a través de la oración. La misa de los domingos, a la que asiste todo el que desea, rememora la antigua tradición del canto gregoriano, que ha encontrado acá un refugio para su preservación y divulgación.
«Por dentro, monje; por fuera, apóstol»
Los monasterios benedictinos son tanto de mujeres como de hombres. Rezan la Liturgia de las Horas siete veces al día tal y como San Benito lo ordenó. Se reza y se trabaja. En Guigue es célebre su árduo trabajo en diversas actividades manuales, agrícolas, y otras. Lo hacen para asegurar el sustento y el autoabastecimiento de la comunidad dictada por Benito de Nursia en 529 para la abadía de Montecasino.
El ideal misionero, resumido en el lema «por dentro, monje; por fuera, apóstol», que impulsó a su fundador, el padre Andrés Amrhein, les hizo extender su obra a otros puntos del país como el colegio padre Antonio Leyh de Maraca y durante los años 1924-1978.
Llegados los años 80 se inició un período de reflexión y análisis para conectarse con una mejor manera de vivir y ver pasar los días en la orden. Desde ese momento se comenzó a buscar otro lugar para levantar esa nueva abadía. Muchas visitas por todo el país se efectuaron hasta encontrar 64 hectáreas en Guigue en el lugar de los Altos de San Juan de Dios, alejadas de la población, pero con vías de acceso en perfecto estado para que todo el interesado en visitarla pueda llegar.
Monje por unas horas
Adriana Arias Simonovis en el blog minube, relata: «Mis amigos, que saben que me gusta la arquitectura, insistieron en que visitara la Abadía de San José famosa por ser Premio Nacional de Arquitectura. No hay manera de llegarle sin bordear un trecho del Lago de Valencia. Prepárate para que no te impresione demasiado su apariencia verdosa de contaminación ni te ataque de repente su olor a pestilencia. Ya en el monasterio es otra cosa. A diferencia del lago, el verde que verás es el de las bonitas llanuras que lo rodean. Como a mí me interesaba su arquitectura y no su dimensión religiosa, no dormí en la hospedería, pero es posible hacerlo e incluso madrugar con los monjes para seguir parte de su rutina diaria».
Todo el que lo hace testimonia su profunda vivencia espiritual. Una amiga que fue recientemente nos dijo: «Uno llega allí y sale otra, mejor y más completa».