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La fórmula de la santidad es v=V. Quien dice eso debe saber de lo que habla, porque esta fórmula la presentó un sacerdote mártir asesinado en el campo de concentración nazi de Auschwitz: se ofreció voluntario para ser ejecutado en lugar de un padre de familia, salvando así su vida a precio de sacrificar la suya. La Iglesia canonizó a este mártir, que hoy es conocido como san Maximiliano María Kolbe.
Una vez, el futuro mártir y santo estaba enseñando catequesis en su Polonia natal. Y anunció que, ese día, los alumnos aprenderían una nueva fórmula matemática:
"La fórmula es la siguiente: v=V. Esta es la fórmula de la santidad".
Los estudiantes inevitablemente tenían curiosidad por entender qué significaba eso y qué relación podría haber entre las matemáticas y la santidad.
San Maximiliano Kolbe, el caballero de la Inmaculada
Antes de proceder a la resolución de este misterio, conviene recordar algunos hechos significativos sobre quién fue san Maximiliano Kolbe.
Ya sabemos que fue asesinado en una de las ramas del infierno más terroríficas que haya conocido nuestro mundo a lo largo del interminable siglo XX: el campo de concentración de Auschwitz.
Fue allí donde ofreció su vida a cambio de la liberación de un padre de familia también preso en ese infierno, en 1941.
El santo sacerdote polaco fue beatificado por el papa san Pablo VI el 17 de octubre de 1971 y canonizado por san Juan Pablo II el 10 de octubre de 1982.
Mucho antes, el joven sacerdote Maximiliano ya trabajaba para combatir la propaganda totalitaria que se había extendido por Europa desde la Primera Guerra Mundial.
Sabía que se necesitaba mucho esfuerzo pastoral para difundir el mensaje cristiano a través de la mejor tecnología disponible en ese momento. Eso básicamente significaba periódico y radio.
Por eso fundó la pequeña revista El Caballero de la Inmaculada, dedicada a la Virgen y a la propagación de la devoción filial a ella en tiempos muy oscuros para el mundo.
Debilitado desde muy joven por la tuberculosis, Maximiliano tuvo limitaciones en la predicación y la enseñanza.
Pero sus superiores franciscanos lo apoyaron para que pudiera enfocarse en su Milicia de la Inmaculada, un grupo de católicos que reunió a simpatizantes de diversos públicos: desde maestros hasta estudiantes, de agricultores semianalfabetos a profesionales con alta formación académica.
Con su tesón y con la intercesión de la misma Inmaculada, logró establecer la imprenta y, en 1921, salió el primer número de Caballero.
Todo creció rápidamente. Un conde le dio un terreno para fundar Niepokalanów, la "Ciudad de María", que también permitió la modernización de la tipografía.
Prisionero de odio de Hitler
El padre Kolbe estaba muy motivado para llevar a los "Caballeros" de la Milicia de la Inmaculada a Japón e India.
Pero la enfermedad lo obligó a regresar a Polonia justo cuando el ejército de Hitler estaba a punto de invadir el país.
Los nazis destruyeron la publicación y persiguieron a los franciscanos, quienes sin embargo acogieron a 2.500 refugiados, 1.500 de los cuales eran judíos.
El 17 de febrero de 1941, el P. Maximiliano Kolbe fue arrestado. El 28 de mayo se le abrieron las espantosas puertas de Auschwitz.
En ese lugar infernal, el Caballero de la Inmaculada vivió con heroísmo la última etapa de su existencia en este mundo.
Perdió su nombre y se transformó en un número: 16670. Sometido a muchas violencias, se vio obligado a llevar los cadáveres al horno crematorio.
En ese lugar de horrores inimaginables, sin embargo, la gran dignidad del sacerdote brillaba como un diamante: "Kolbe era un príncipe entre nosotros", testificaría más tarde un sobreviviente.
Ciertamente, él estaba aplicando la fórmula de la santidad todos los días.
En el bloque del hambre, un lento y sádico martirio
A finales de julio, el Padre Kolbe fue trasladado al infame Bloque 14. Uno de los prisioneros había logrado escapar y, en represalia, diez fueron llevados a ese búnker reservado para los condenados a morir nada menos que de hambre.
Uno de los diez "elegidos" fue el joven sargento polaco Francisco Gajowniezek: desesperado, rogó que lo perdonaran porque tenía esposa e hijos. Fue cuando el Padre Kolbe se ofreció a ir en su lugar al búnker del hambre, para sorpresa de los soldados.
El martirio fue lento. Consolados por el aliento y la oración del P. Maximiliano Kolbe, las voces de los presos se fueron apagando una tras otra, hasta borrarse para siempre de este mundo.
Después de dos semanas, cuatro aún resistían: uno de ellos era el padre Kolbe.
Los nazis entonces decidieron inyectarle ácido fénico para acelerar su muerte. Extendiendo su brazo al médico que estaba a punto de matarlo, el sacerdote mártir dijo:
"Tú no entiendes nada de la vida. El odio es inútil. Sólo el amor crea".
Las últimas palabras del Caballero de la Inmaculada fueron dedicadas a ella:
"¡Ave María!"
Era el 14 de agosto de 1941.
Entre las pilas diarias de cadáveres en Auschwitz, el cuerpo de san Maximiliano Kolbe fue incinerado al día siguiente, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora a los Cielos.
La fórmula de la santidad: v=V
El 14 de agosto de 2017, la cuenta oficial de Twitter del papa Francisco publicó esta frase:
"El camino de la entrega al Señor comienza todos los días, desde la mañana".
Hablar de entrega personal es especialmente significativo en esta fecha, ya que el 14 de agosto se convirtió en la memoria litúrgica de este santo que voluntariamente entregó su vida para salvar otra.
San Maximiliano María Kolbe sólo tuvo la fuerza indescriptible de entregarse plenamente porque, a lo largo de su vida, supo aplicar aquella sencilla fórmula que un día había revelado a sus pequeños alumnos de catequesis:
"La fórmula es la siguiente: v=V. Esta es la fórmula de la santidad".
El futuro mártir se lo reveló a los pequeños:
La v minúscula es mi voluntad. La V mayúscula es la voluntad de Dios. Identifica tu voluntad con la Voluntad de Dios. Sean santos. Es simple, ¿no?
Sí, es sencillo. Y simplifica la complejidad creada inútilmente por el ser humano, incluyendo los lados más perversos y aberrantes de esta complejidad, como es el caso del exterminio intencional perpetrado por los nazis y del que el propio Maximiliano fue víctima.
¿Fue la Voluntad de Dios que se produjera este exterminio? Obviamente no. Pero es voluntad de Dios que los seres humanos ejerzan el libre albedrío.
Dios respetará las decisiones humanas aun cuando sean pérfidas. La libertad humana es fruto de la Voluntad de Dios.
La libertad humana es buena. Nos permite participar en la obra de Dios y administrar Su creación.
Y la libertad humana se torna en mal precisamente cuando disociamos nuestra voluntad de Su Voluntad.
En estos casos, llegamos al absurdo de “obligar” a Dios a respetar nuestra voluntad con minúscula.
No es Él quien quiere y causa el mal. Somos nosotros, cuando invertimos la fórmula de la santidad.