Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Miguel de Cervantes es, sin lugar a dudas, uno de los nombres propios indispensables para entender la literatura en lengua española. Su vida, como su obra, fue extraordinaria. Viajó por medio mundo, participó en la Batalla de Lepanto; El Quijote se convirtió, desde los primeros momentos de su publicación, en un texto de gran éxito. Junto a él, en silencio, vivió una mujer. Una esposa de la que él, hombre de letras, prácticamente nada dejó escrito.
Catalina de Salazar nació el 12 de noviembre de 1565 en la localidad toledana de Esquivias, en el seno de una familia de hidalgos castellanos, con un pasado estrechamente vinculado a la corte de los reyes españoles.
Sus padres, Hernando de Salazar y Catalina de Palacios, tuvieron cinco hijos, dos de los cuales fallecieron en la infancia. Los otros dos hermanos de la pequeña Catalina, Francisco y Fernando, abrazarían la vida religiosa.
Destino que también había elegido su tío, Juan de Palacios, quien dedicó parte de su tiempo a dar a su sobrina una educación poco común para las niñas de su tiempo. Catalina no solo aprendió a leer y escribir sino que lo hizo en latín, idioma reservado a hombres cultos y eruditos.
En 1584, la desgracia llegó a la familia de Catalina. Con la muerte de su padre, su madre quedaba en una complicada situación económica. Meses después, ese mismo año, llegaba a Esquivias el ilustre escritor Miguel de Cervantes. Había acudido a la localidad para abordar unos negocios literarios, pero terminó encontrando allí a la que sería su esposa.
Cervantes rondaba los cuarenta, mientras que Catalina no había cumplido los veinte, pero la pareja, tras conocerse en septiembre, no tardó más que tres meses en casarse en la parroquia de Santa María de la Asunción de Esquivias, en una ceremonia oficiada por su tío, Juan de Palacios. En un principio, los recién casados se instalaron en casa de la viuda Catalina de Palacios, y mucho se dijo acerca de la impetuosa decisión de convertirse en marido y mujer sin prácticamente haberse conocido.
Poco tiempo después, Miguel de Cervantes empezó a ausentarse de Esquivias por cuestiones de trabajo. A pesar de que había otorgado poderes a su esposa para que administrada su dinero, Catalina sufrió mucho las largas e intermitentes ausencias de su marido. Cuando se reencontraron, la pareja se trasladó a vivir a Madrid y Valladolid para terminar sus últimos días viviendo en Madrid.
Catalina de Salazar fue siempre una mujer devota que se volcó en la oración y terminó tomando el hábito de la Orden Tercera de San Francisco, el 8 de junio de 1609. Miguel de Cervantes seguiría los pasos de su mujer, profesando él también como terciario.
El 22 de abril de 1616, Catalina se encontraba junto a su esposo, en su lecho de muerte. Ese día fallecía el gran escritor Miguel de Cervantes. Ella lloró sinceramente la muerte de su marido, al que había querido a lo largo de sus más de treinta años de matrimonio. Tras su desaparición, Catalina se preocupó porque la última obra que había escrito Cervantes viera la luz. Su obra póstuma Los trabajos de Persiles y Sigismunda, se publicó gracias a las gestiones de su viuda.
Catalina de Salazar sobrevivió diez años a su marido. Tiempo que dedicó a continuar velando por la obra de su marido y en su vida como terciaria. Catalina había redactado un testamento en 1610 en el que, además de disponer todos los aspectos materiales que concernían a su persona, dejó claros sus sentimientos hacia su esposo, por el que sentía “mucho amor y buena compañía que ambos hemos tenido”. Años después, en un segundo testamento, pedía ser enterrada junto a él, en el Convento de las Trinitarias de Madrid. Deseo que se vio cumplido cuando falleció el 30 de octubre de 1926.