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Algunos de ellos murieron ahogados al tratar de cruzar el Río Bravo que divide una parte (la del Estado de Texas con los estados mexicanos de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas) de los 3,000 kilómetros de frontera entre México y Estados Unidos.
El Río Bravo o Río Grande se ha convertido en el símbolo de la tragedia migratoria de miles de cubanos, venezolanos, guatemaltecos, salvadoreños, nicaragüenses, haitianos y mexicanos –niños y mujeres incluidos—: llegar "al otro lado" en busca de una vida mejor.
En ocasiones, el río lleva poca agua, pero cuando hay fuertes lluvias, las corrientes arrastran a pequeños como Margareth Sofía, una niña guatemalteca de cinco años que se zafó de la mano de su madre y su cuerpecito fue encontrado sin vida el 24 de agosto pasado.
Según informaron los medios locales en Ciudad Juárez (Chihuahua) y El Paso (Texas), por los temporales de fines de agosto, el Río Bravo se cobró la vida, además de Margareth Sofía, de otros cuatro menores de edad.
Una misa por ellos
El sábado 5 de noviembre se llevó a cabo la vigésimo quinta misa binacional para recordar a los migrantes que han muerto en 2022 tratando de cruzar el Río Bravo. Y el altar no pudo estar puesto en un sitio más simbólico: una plataforma a la mitad de sus aguas.
La misa fue presidida por el obispo de El Paso, Mark J. Seitz, quien celebró junto a los obispos José Guadalupe Torres Campos, de Ciudad Juárez, y Peter Baldacchino de Las Cruces (Nuevo México), además de varios sacerdotes de ambos lados de la frontera.
En su homilía, el obispo Seitz recordó a Margareth Sofía. "La niña de cinco años soñaba con trabajar algún día en (el Estado de) Kansas, donde tenía parientes. Quería ganar suficiente dinero, junto con su madre, para ayudar a su hermano discapacitado de nueve años".
Refiriéndose a la multitud de muertes anónimas, el obispo de El Paso señaló: "Es posible que sus historias nunca se sepan hasta que los encontremos en el reino de Dios… Cada una de estas muertes marca a un ser querido perdido, pero nunca olvidado, un dolor que nunca terminará, una historia que merece ser contada".
Desde hace 25 años se celebra esta Misa binacional. En ocasiones se ha hecho con el muro que divide partes de la frontera, con los obispos mexicanos celebrando en México y los estadounidenses en su país. La Eucaristía se administra a los fieles entre los barrotes del muro.
Lugar de encuentro
En repetidas ocasiones los obispos de México y Estados Unidos que comparten frontera común han pedido a las autoridades civiles de ambos países que se lleve a cabo un proceso de migración ordenado; pero no han sido escuchados.
Los obispos de Ciudad Juárez y El Paso han estado señalando (y actuando en consecuencia) que las zonas fronterizas son lugares de encuentro entre dos naciones hermanas y no lugares de confrontación.
En este sentido, el obispo Seitz dijo en su homilía: "¡Nos pertenecemos el uno al otro! Nuestras economías dependen una de otra. Somos personas de fe, trabajamos, estudiamos, vivimos como familias con miembros en ambos lados de la frontera".
Más adelante, dejó el siguiente mensaje a las autoridades de ambos países: "Si pudiéramos recibir a las personas que necesitan cruzar en nuestros puertos de entrada de manera ordenada y permitir que las personas que solo necesitan encontrar seguridad y las que necesitan trabajar tengan la oportunidad de hacerlo, entonces podríamos concentrarnos en detener a esos pocos a los que no se les debería permitir cruzar".
El obispo Seitz terminó con una nota de consuelo a los muchos que están luchando por mejorar las condiciones migratorias en el norte de México y el sur de Estados Unidos, representados en ese altar sobre las aguas del Río Bravo:"Ha habido mucho sufrimiento aquí en este lugar, pero este es también un lugar de gran esperanza".