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Mi esposo, a quien amé profundamente, murió hace cinco años, y ante su tumba, consciente de que espiritualmente vive, le prometí fidelidad y amor eterno, pues había sido el hombre de mi vida y tenía el amor de mis hijos —contaba en consulta una joven señora.
Pero acabo de conocer a alguien, quien también ha enviudado. Nos tratamos como amigos y... hace unos días me ha propuesto matrimonio —agregó sin poder ocultar cierta ilusión.
—Lo dice como si dudara de aceptarlo -le expresé, al observar que lo dijo dubitativamente.
—Sí… en primer lugar, por mi promesa, y luego, en relación con mis hijos adolescentes, que siempre han sabido del gran amor que le tuve a su padre.
—Bueno, entonces hablemos de los diferentes aspectos, que, en su caso, tienen gran importancia para tomar una decisión.
El tiempo de duelo y soledad
Existen diferentes criterios y formas de pensar, pero lo normal es que no se inicie una relación en un tiempo que no indique respeto al recuerdo de la persona finada y al resto de la familia, por lo que, en su caso, cinco años cumplen con esta condición, razonablemente.
En cuanto a la promesa de fidelidad
Ciertamente, una propiedad esencial del matrimonio es que sea indisolublemente fiel, solo que esta fidelidad tiene razón de ser mientras el cónyuge vive: por eso la promesa hecha fue "hasta que la muerte nos separe". Es decir, el matrimonio con sus obligaciones y derechos en una dimensión de humana justicia no puede ir más allá de la vida terrena.
Significa que la fidelidad, como la propiedad esencial del matrimonio, ante la terminación de este, por la muerte de uno de los cónyuges, deja de existir. Es así, pues no se puede ser ya fiel a un amor de esposos que, de suyo, sería de cuerpos y espíritus vivos.
Por tanto, romper su promesa no implica faltar a la fidelidad, ni mucho menos a la justicia.
En cuanto a la promesa de amor eterno
El amor a un esposo fallecido puede extenderse al tiempo en este mundo, por lo que, en la viudez, los hay quienes deciden no volver a contraer matrimonio. Pero solo será fidelidad a quien fue el compañero o compañera de vida, con un amor sublimado a conservar vivo el recuerdo.
Será el amor a una persona que sigue viva en otra dimensión, por lo que no puede ser ya de conyugación.
Ciertamente, las personas casadas, cuando ambas han partido, siguen vivas, solo que sus sentimientos están purificados de tal forma que su amor a Dios ya prevalece plenamente sobre todos los amores de la tierra.
Tal realidad no significa que, después de la muerte no habrán de seguir los lazos que la Providencia Divina dispuso en lo corazones de quienes, como esposos, se amaron en la tierra.
En cuanto a los hijos
Ellos necesitan ser tomados en cuenta, de muchas formas que solo usted puede conocer, pero lo conveniente, es dar tiempo para que, entre ellos y su pretendiente se establezca un proceso de aceptación, confianza y afecto.
Lo justo es darles el tiempo necesario para que lo asimilen con la cabeza y el corazón.
Considere también otra forma de caridad hacia ellos en la posibilidad de que, al contraer otro matrimonio tal vez no convenga permanecer en la casa familiar, en la que tantos recuerdos vitales debe haber de su finado esposo.
Mi consultante se retiró con mucha paz en su semblante.
Por Orfa Astorga de Lira
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