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Cuando a mediados del siglo XVI Inglaterra fundaba su propia iglesia y se separaba de la autoridad de Roma se inició una etapa de persecución contra los defensores de la fe católica. Con un breve respiro durante el reinado de María Tudor, la llegada al trono de Isabel I complicó aún más las cosas. Fueron muchos los hombres y mujeres que fueron señalados y obligados a convertirse bajo amenaza de ser ejecutados. Muchas de esas personas aceptaron el martirio, negándose a cambiar su credo.
Santa Margarita Ward fue una de esas personas íntegras y consecuentes con sus decisiones. De ella sabemos que nació en la localidad inglesa de Congleton, en Cheshire, en algún momento alrededor de 1550. Poco más se sabe de su vida privada, salvo que pertenecía a una familia distinguida y que profesaba la fe católica. Margarita se trasladó a vivir a Londres, donde se puso al servicio de una mujer llamada señora Whitall, ejerciendo como dama de compañía.
Las persecuciones y torturas a los católicos eran del conocimiento de todos en aquella Inglaterra gobernada por Isabel I. María Tudor había muerto en 1558, tras un breve reinado de apenas cinco años. Tras su muerte, el catolicismo entró en un momento complicado, pero sus fieles no se resignaron y continuaron defendiendo sus derechos.
Margarita no estaba dispuesta a renegar de su fe y la vida la puso en una situación en la que demostraría que lo suyo no eran solo palabras. Conocedora del caso de un sacerdote encerrado y torturado en la prisión de Bridewell, no dudó en acudir en su ayuda. En un primer momento, fue como visitante del padre Richard Watson.
Las medidas de seguridad eran extremas y cada vez que entraba se registraba su cuerpo y sus pertenencias. Cuando Margarita vio al padre Watson quedó conmocionada. El sacerdote llevaba un mes encerrado en una celda demasiado pequeña para poder ponerse en pie; estaba enmanillado y no había recibido alimento.
A punto de morir de inanición, Margarita consiguió acudir a su lado e intentar ayudarlo. Al cabo de unos días, el padre Watson fue trasladado a una celda más grande. Por aquel entonces, los carceleros ya estaban habituados a ver a Margarita visitar al reo y dejaron de controlar con tanto detalle sus entradas y salidas. Margarita aprovechó entonces para hacer algo que, lo sabía, podría costarle la vida.
Escondida en una cesta en la que habitualmente llevaba comida al sacerdote, puso una cuerda que serviría para que el padre Watson pudiera escapar. Margarita había contactado con otro católico, llamado John Roche, quien esperó bajo la prisión, escondido en una barca, para concluir la huida.
El plan de Margarita salió como ella esperaba y el padre Watson consiguió escapar de una muerte segura. Pero en las prisas del momento, el sacerdote dejó colgada la cuerda de la ventana de su celda.
Rápidamente las autoridades culparon a Margarita, prácticamente la única persona que lo visitaba con tanta asiduidad. Detenida, fue encarcelada y sometida a tortura. Suspendida del suelo, atada a las muñecas, Margarita sufrió todo tipo de vejaciones antes de ser condenada a muerte. Las autoridades le dieron una salida. Si abjuraba de la fe católica y pedía perdón a la reina Isabel, sería liberada. Margarita no aceptó ninguna de las ofertas.
El 30 de agosto de 1588, Margarita Ward junto a cinco católicos, sacerdotes y laicos, entre los que se encontraba John Roche, subieron al patíbulo y murieron ahorcados. Siglos después, el Papa Pablo VI canonizaba a Margarita el 25 de octubre de 1970 junto a los conocidos como los cuarenta mártires de Inglaterra y Gales. Recordada por todos como “la perla de Tyburn”, el nombre de Margarita no cayó en el olvido y en muchos rincones de su Inglaterra natal, su testimonio de fe se recuerda en forma de imágenes y estatuas en distintas iglesias católicas.