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El «milagro histórico» que llevó a la beatificación de Jacinto Vera

JACINTO VERA
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Pablo Cesio - Aleteia Uruguay - publicado el 23/12/22
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El sacerdote Gabriel González Merlano aporta más detalles en Aleteia sobre la vida y proceso que condujo a la beatificación de monseñor Jacinto Vera, el primer obispo de Uruguay

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María del Carmen Artagaveytia Usher. Aquí el nombre de la beneficiaria del milagro de monseñor Jacinto Vera aprobado el pasado 17 de diciembre por el papa Francisco y que llenó de júbilo a la Iglesia en Uruguay.

Sin embargo, lo que parece normal en cualquier proceso canónico, el caso de Vera mantiene algunas particularidades, entre ellas que se trata de un «milagro histórico» ocurrido el 8 de octubre de 1936 en Uruguay.

En efecto, según recuerda el obispo de Canelones, monseñor Herbierto Bodeant, en el blog Dar y Comunicar, lo sucedido son María del Carmen fue una curación rápida, duradera y completa cuando tenía 14 años.  

María del Carmen, hija de un reconocido cirujano llamado Mario Artagaveytia, había sufrido una infección que se fue agravando hasta llegar a un «situación desesperada».

Los mejores médicos de la época la atendieron, prosigue Bodeant en su relato, pero no lograban su mejoría (en esa época no existía la penicilina y la adolescente sufría fuertes dolores, además de que su vida en la tierra parecía llegar a su final en aquel entonces).

Una estampita…

Sin embargo, según continúa la descripción de Bodeant, un tío de la adolescente (Rafael Algorta Camusso) le llevó una estampita con una reliquia del siervo de Dios Jacinto Vera. Él le pidió a la niña que se la aplicara en la herida y que junto a su familia rezaran con confianza pidiendo la curación por intercesión de Vera.

Esa misma noche, se indica, cesaron los dolores y la curación –científicamente inexplicable- fue comprobada por su padre (cirujano) y el doctor que la atendía de nombre García Lagos. María del Carmen falleció en 2010 a la edad de 89 años.

Pero fue recién en 2017 cuando se retomó el estudio del caso de María del Carmen (presentado al poco tiempo de la curación) con posterior informe médico y analizado en el Vaticano. Incluso, los hijos, declararon que conocían el hecho desde siempre gracias a su propia madre. Entre otras cosas, contaron que María del Carmen tenía en su mesita de luz la estampita con la reliquia de Vera, la que se había colocado en la herida.

Es en base a este milagro que Jacinto Vera será beatificado en el primer semestre de 2023 (en la Plaza Matriz de Montevideo y con día a confirmar, según la información proporcionada a Aleteia).

Debido a la importancia de este acontecimiento para la Iglesia de Uruguay –en un año atípico para uno de los países más laicos de América Latina en el que también fue canonizada su primera santa, la Madre Francisca Rubatto-, González Merlano, amante de la vida del padre de la Iglesia de Uruguay y vinculado a la causa desde hace unos 20 años, aportó más detalles sobre el proceso y la vida de Vera en diálogo con Aleteia.

– Una niña de 14 años es de alguna manera protagonista en la causa de beatificación de Jacinto Vera, pues el milagro aprobado por el Papa tiene que ver con ella. Pero la historia de este milagro tiene algunas particularidades, pues no es reciente. ¿Es común esto?

Recuperar un «milagro histórico» y que no se haya dado en la actualidad no es algo común, pero no es algo que esté prohibido, que no esté permitido. La carmelita paraguaya María Felicia Guggiari, quien como religiosa adoptó el nombre de María Felicia de Jesús Sacramentado (Chiquitunga), también fue beatificada con un «milagro histórico», no actual.

No es común porque en general los milagros tienen que estar instruidos. El hecho de instruirlos significa documentarlos en el momento que sucede –o poco tiempo después- porque viven los protagonistas, los testigos, hay documentos. Entonces se puede certificar que eso fue un hecho extraordinario y de alguna manera también pueden vivir aquellos médicos que atendieron a la persona para certificar de que la curación no responde a ninguna razón científica.  Lo que sucede con este «milagro histórico» de Jacinto Vera es que está muy bien documentado. 

El padre de la adolescente beneficiaria del milagro era médico. Entonces fue documentando paso a paso todo el desarrollo de la enfermedad de la hija, el desarrollo de la infección, la fiebre que hacía. Así como también, luego, la mejoría.  Al haber estado documentado en su momento por un testigo cualificado como un médico, que era que era el padre de la muchacha, se salvó el milagro.

– ¿Y qué sucedió con la familia de la beneficiaria del milagro de Jacinto Vera?

La beneficiaria murió no hace tantos años, en el 2010 y que tiene –hasta donde sé- tres hijas que están vivas. Alguna no vive en el país. Esas hijas dieron testimonio cuando se instruyó el milagro que se envió a Roma y dieron testimonio de ese relato de que le habían puesto a su madre en la en la zona afectada estampita de Jacinto Vera con la reliquia y que habían rezado. Un testimonio fidedigno. De hecho, la madre conservó esa estampita en su mesa de luz toda su vida.

– Usted viene trabajando en la difusión de la causa de Jacinto Vera hace muchos años. Incluso acaba de publicar recientemente el libro «Libre sin licencia y súbdito sin servidumbre. Mons. Jacinto Vera: Hechos y Palabras». ¿Qué aspecto de su vida es el que más le impacta el corazón?

La personalidad de Jacinto Vera es tan amplia, tan inmensa que no se puede definir en pocos rasgos. De todos modos, intento siempre definirlo con cuatro grandes características. La primera: misionero infatigable. Si hay fe en el interior de nuestro país, en nuestra campaña, se lo debemos a Jacinto Vera por sus misiones. Sabemos que recorrió el país tres veces llevando la palabra de Dios y los sacramentos hasta el último rincón de la patria. El segundo elemento: apóstol de la caridad (material y pastoral). Un hombre con virtudes heroicas, por eso la Iglesia lo ha propuesto como modelo de vida cristiana. En tercer lugar, es el gran estructurador y forjador de la Iglesia de Uruguay. Recibió una Iglesia muy débil, muy pobre. A su muerte nos dejó una Iglesia bien plantada. En cuarto lugar, quizás el aspecto no tan conocido de él, el gran defensor de los derechos de la Iglesia, el gran defensor de la justicia. Le tocó vivir en una etapa muy complicada en Uruguay con la formación del Estado (guerra civil, de conflicto entre los partidos políticos y de cambio ideológico). Jacinto Vera tiene que hacer frente a eso defendiendo los valores cristianos propios de nuestra nacionalidad, pero sobre todo defender a la Iglesia de un Estado que pretende avasallarla. Una Iglesia que está para evangelizar, no para otra cosa. Es muy claro que para Jacinto Vera la Iglesia está para evangelizar y quiere ser libre en eso, que lo dejen ser libre para predicar la palabra de Dios. 

– ¿Hay indicios de algún nuevo milagro para el siguiente paso, la tan ansiada canonización?

Se podría decir que hechos considerados milagrosos hay varios vinculados a Jacinto Vera, pero en su momento no fueron documentados, por tanto, se perdieron. Otros sí fueron documentados, personalmente participé muy directamente en uno que lamentablemente al final no prosperó porque un milagro tiene que tener la absoluta certeza de que no existe ningún tipo de explicación científica. Todos esos posibles milagros no sirven, porque el milagro para la canonización tiene que surgir inmediatamente después de la beatificación. Ahora es el momento que hay que comenzar a rezar para que surja un nuevo milagro.

JACINTO VERA
Una imagen de Jacinto Vera en la catedral de Montevideo

– ¿Por qué Jacinto Vera podría enamorar al fiel y devoto cristiano del Siglo XXI?

Es muy interesante ver cómo aquel que conoce a Jacinto Vera inmediatamente lo quiere. De hecho, fue el hombre más conocido y querido de la segunda mitad del Siglo XIX. Lo conocía todo el mundo y aún sus propios detractores. En el momento de su muerte se unieron todos, hablaban loas de él porque era un hombre intachable. Lo que atrae de él es una imagen de santidad sencilla y bien a la uruguaya.

En primer lugar, porque es accesible, un hombre que caminó calles y campo. Un hombre que estuvo en las vicisitudes histórica del Siglo XIX cuando se estaba formando nuestro Estado. Es decir, comparte nuestra historia, nuestra vida, nuestras costumbres. Es un santo criollo.

En segundo lugar, por la imagen que nos da de santidad. Fue un hombre muy sencillo que hizo muy bien lo que tenía que hacer, cumplir muy bien sus deberes. Es decir, ser ejemplo de caridad en todo. Nos muestra esa santidad vivida día a día en el compromiso con lo que tenemos que hacer, en el compromiso con la palabra de Dios, con el evangelio.

Es un modelo de evangelización en este Siglo XXI, que es un siglo diferente XIX, pero con dificultades para la fe muy similares. En aquel momento por la lucha de ideas donde esa sociedad católica se iba perdiendo en aras de una sociedad liberal. Hoy estamos viviendo lo mismo, una pronunciada descristianización en aras de nuevas ideas que se nos pretenden imponer casi a la fuerza y donde los cristianos muchas veces somos relegados. Su ejemplo de fortaleza y de defender los derechos de evangelizar. Su convicción de que la sociedad será plena en la medida que tenga a Dios y su palabra como la única guía que puede llevar al ser humano a la plenitud. Esas son cuestiones a rescatar para no ser tibios, para tener la misma valentía de él en este Siglo XXI donde nos enfrentamos a este gran desafío de esta nueva evangelización.

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