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El concierto de Año Nuevo y la amenaza de lo políticamente correcto

Jóvenes tocando el violín.

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Mar Dorrio - publicado el 31/12/22
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Hay tradiciones que son de todos y ya no son de nadie. Por ejemplo, la música de los grandes. La instagramer Mar Dorrio se muestra preocupada por que la "cultura de la cancelación" vaya borrando clásicos

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Hay una actividad con la que me encanta estrenar el año nuevo: a las once y cuarto de la mañana, mientras mi casa huele al cocido que se servirá en la comida, el sonido del Concierto de Año Nuevo inunda el salón.

Allí, unida a un centenar de países de todo el mundo, a algunos de los twelve, y a mi futuro yerno, Brais, disfruto de cada vals, sueño en voz alta que algún día estaremos en esa sala (hasta elijo la butaca), y obedezco las órdenes del director de la orquesta cuando nos marca el ritmo en la marcha Radetzky.

Hay algo mágico en cómo la música clásica forma parte de la banda sonora de nuestras vidas. Nos adueñamos de las obras cien años más tarde de haber sido creadas. Derechos de autor que expiran para pasar a ser de dominio público, como ocurrirá con Mickey Mouse en el 2024. Mickey será de todos, y no será de nadie... Ojalá las ideologías, las decisiones políticas, no censuren patrimonios culturales que ya son de todos y no son de nadie, como Tchaikovsky.

El valor de la cultura que une

El Concierto de Año Nuevo es un ejemplo de cómo la cultura puede aunar la voluntad de todo el planeta, de cómo nos da unos gramos de esperanza, de cómo volvemos a estar orgullosos de la humanidad.

Nos hace sentir que, juntos, podemos hacer cosas grandes.

También nos hizo estar unidos en la desolación cuando, en 2021, veíamos a la Orquesta Filarmónica de Viena tocando, sin público, a un patio de butacas vacío, emulando a los músicos del Titanic, solos y conscientes de su papel: ser los responsables de mantener los decibelios de alegría, el tono moral de todos los que estábamos en el sofá de nuestra casa durante las Navidades más raras de nuestra historia.

El concierto, Tchaikovsky, Mickey Mouse…, son de todos y ya no son de nadie. Por eso, llega un momento en el que no es relevante su origen.

La primera vez que se celebró el Concierto de Año Nuevo, la organización estuvo ligada a Joseph Goebbels, íntimo colaborador de Hitler. Y, en la Segunda Guerra Mundial, se siguió celebrando con el fin de resaltar la unidad del Tercer Reich.

Estos orígenes, estas motivaciones (que no tienen nada que ver con las actuales), no restan un ápice de belleza, ni de sentido, al concierto. ¡Qué gran error sería no disfrutarlo hoy en día por sus orígenes políticamente incorrectos!

Ahora es nuestro, tuyo, mío, y de nadie más. Ayer escuché que, si te dedicas a odiar, a vengarte de alguien, dejas de ser el protagonista de tu vida, y pasas a ser un personaje secundario de la vida de otros.

La actitud constructiva

Seamos los protagonistas de la historia actual, decidiendo según nuestro criterio, sin condicionantes de la prehistoria. No centremos nuestra atención en la parte negativa de la vida, de los acontecimientos, de la historia, de las personas.

No dejemos de aprovechar las cosas buenas, la cultura, la filosofía, los dogmas, la Fe..., porque, en algún momento, alguien relacionado con ellas no hizo lo correcto.

Confieso que no puedo entender la decisión, de algunas orquestas internacionales, de eliminar de su repertorio la música de Tchaikovsky en solidaridad con el pueblo ucraniano. Tchaikovsky nos dejó hace 129 años, así que es difícil confirmar su apoyo a Putin. Separemos el trigo de la paja. Disfrutemos, adueñémonos del bien, de la verdad y de la belleza.

Desde esta perspectiva, mi recomendación no puede ser otra: ponte guapo, cómodo, y disfruta del Concierto de Año Nuevo mientras se prepara un buen cocido en tu casa. O haz sitio para bailar el vals toda la mañana. Why not?

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