Joseph Ratzinger ocupa un lugar central en el panorama intelectual de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del siglo XXI.
Su obra ofrece importantes claves para comprender la cultura contemporánea, sus problemas, sus desafíos y sus posibilidades.
Es conocido por haber sido un prestigioso teólogo. Pero su producción filosófica, dispersa en toda su obra teológica, le ha permitido traducir en forma muy original y propia, los contenidos de la fe cristiana en categorías nuevas y comprensibles al mundo contemporáneo, poniendo en diálogo ciencia y religión, física y metafísica, filosofía y teología.
Su crítica de la modernidad y sus reflexiones acerca de una racionalidad abierta y crítica, le han puesto en diálogo con la filosofía contemporánea y con las ciencias.
El cardenal alemán J. Meisner le llamó "el Mozart de la Teología", no solo por su sencillez y ligereza de pensamiento, sino también por su dramática profundidad.
Respuestas claras
Sus escritos tienen características muy particulares. Y es que en sus obras no encontraremos grandes desarrollos esquemáticos ni muchas definiciones precisas, sino preguntas agudas, cuestionamientos y reflexiones de una gran densidad y profundidad filosófica y teológica.
Sus respuestas son claras, pero abren a nuevas preguntas y reflexiones que deja abiertas al lector. Nos invita siempre a seguir pensando y preguntando.
En pocos temas pueda decirse que haya realizado trabajos sistemáticos. Sin embargo la riqueza, plasticidad y unidad de su pensamiento, posibilitan rastrear en toda su obra aportes muy originales en el diálogo entre filosofía y teología, fe y ciencia.
Expresó con claridad más de una vez que nunca ha buscado tener un sistema propio o crear nuevas teorías.
Sus trabajos se han centrado en subrayar los aspectos más relevantes del pensamiento cristiano antiguo entablando un diálogo con el pensamiento contemporáneo y las preguntas del presente.
Filósofos que inspiraron a Benedicto XVI
Su pensamiento filosófico y teológico está marcado profundamente por el personalismo, que tuvo una gran influencia en la teología de los años cincuenta y sesenta.
Su visión antropológica de la persona encuentra sus raíces filosóficas en san Agustín, Boecio, Tomás de Aquino, Duns Escoto, Buenaventura y más contemporáneamente en Newman, Scheler, Pieper, Plessner y especialmente en Martin Buber, a quien le tenía cierta devoción (confesó haber leído las obras completas del filósofo judío).
Los primeros autores que marcaron el pensamiento de su juventud y a quienes cita regularmente fueron: Romano Guardini, Dostoievsky, Claudel, Goethe, Gertrude von Le Fort, Schiller, Bernanos, Einstein y Heisenberg.
En el campo filosófico a Josef Pieper, Jaspers, Rosenzweig, Blondel, Buber y los conversos católicos Theodor Häcker y Peter Wust.
También se interesó por la obra de Nietzsche y Heidegger, como también por el espiritualismo de Bergson.
Teólogos que le marcaron
En el campo teológico la obra de Henri De Lubac tendrá gran impacto en su pensamiento.
Pero sin lugar a duda, fue G. Söhngen a quien consideró como su maestro. Él le inspiró por su interés por la filosofía contemporánea y su pasión por la búsqueda de la verdad.
En su autobiografía recuerda con gratitud los cursos de Historia de la Filosofía del profesor Jacob Fellmaier, porque le ayudó a profundizar en "la indagación sobre el espíritu humano desde los presocráticos y Sócrates hasta nuestros días".
Fue Alfred Läple quien le abrió los ojos a la filosofía, poniéndolo en contacto con Santo Tomás.
De gran influencia para él fue Theodor Steinbüchel, autor de El giro radical del pensamiento.
Steinbüchel invitaba a recuperar un pensamiento metafísico abierto a la trascendencia y reclamaba una moral personalista que superara el excesivo realismo neotomista y el idealismo de los neokantianos.
Buscando siempre la verdad
Escribió Ratzinger en su autobiografía:
"Sencillamente no quería moverme solo en una filosofía manida y envasada, por así decirlo, ya lista para el consumo, sino entender la filosofía como pregunta -¿qué somos realmente?-, y sobre todo, conocer lo nuevo, familiarizarme con la filosofía moderna. En este sentido era moderno y crítico. La lectura de Steinbüchel fue muy importante para mí... Quería entender de modo nuevo a los pensadores de la Edad Media y la Modernidad temprana y seguir adelante por los caminos abiertos por ellos, aunque tuvo un eco especial en mí el personalismo".
También John H. Newman tuvo una influencia decisiva en el pensamiento de Ratzinger. Especialmente su doctrina sobre la conciencia como búsqueda constante de la verdad, con las luces de la razón.
La pasión por la verdad de Ratzinger y su sistemática crítica a las posturas dogmáticas del positivismo y del relativismo deben mucho a las lecturas de Newman.
Pero su autor preferido en los años de su formación fue indudablemente san Agustín. Él le acompañó toda su vida, e intentó ponerle en diálogo con el pensamiento contemporáneo. Sobre el santo obispo de Hipona afirmó:
"En sus obras podemos encontrar todas las cimas y profundidades de lo humano, todas las preguntas, pesquisas e indagaciones que todavía nos conmueven".
Razón, pero no solo
Un gran estudioso del pensamiento de Ratzinger, Pablo Blanco, explica que los amplios conocimientos bíblicos, históricos y filosóficos de Ratzinger, hacen de su crítica a la modernidad un caso original en el pensamiento contemporáneo:
"Fruto de una amplia erudición, el arte, la ciencia y la filosofía han permanecido siempre como fuentes de inspiración del teólogo Joseph Ratzinger".
En muchos de sus escritos relativos a la ciencia, Ratzinger, que conoce muy bien los problemas de la filosofía contemporánea, se opone a toda forma de reduccionismo positivista y materialista.
Su reiterado énfasis en las patologías de la razón y de la religión, cuando una abandona a la otra, son una apelación constante por una racionalidad abierta, crítica y humilde, por una relación fecunda entre fe y razón que no consiste solamente en la mutua colaboración, sino en que ambas se reclaman mutuamente.
El centro de su pensamiento: la fe
La fe como tema de la filosofía y la teología, tiene un lugar central en su pensamiento. Si recorremos la amplia variedad de temáticas que ha desarrollado en sus escritos a lo largo de toda su vida, el tema de la fe ha sido el corazón de sus investigaciones.
Entre 1955 y 1963 enseñó filosofía de la religión, teología fundamental e historia de las religiones en Freising y Bonn.
Y en 1963 escribió un artículo, "El lugar de la fe cristiana en la historia de las religiones".
En él afirma que es una decisión apriorística establecer que el hombre solo puede conocer dentro del ámbito establecido por los límites de la racionalidad científica.
Tal decisión reduccionista es desmentida por la propia experiencia, ya que el conocimiento puede autotrascenderse y llegar a más.
La importancia de la fe
Muchas de las ideas volcadas en estos primeros escritos sobre el tema serán profundizadas en conferencias y escritos posteriores, especialmente en cuanto a la relación entre fe y razón.
Rechaza toda forma de limitación de la razón en sus versiones cientificistas, positivistas y racionalistas, porque está convencido de las consecuencias negativas de tales reduccionismos.
De ahí que centre su atención en la estructura misma de la fe como forma de conocimiento y en sus presupuestos.
La defensa de la filosofía y la necesidad de un diálogo fecundo entre teología y filosofía, entre fe y razón, entre ciencia y religión, atraviesan toda su obra como una llamada urgente a recuperar una visión integradora del conocimiento, racional y abierta, que no renuncie a preguntar, ni a la búsqueda de la verdad.
Doctrina católica comprensible hoy
Su obra Introducción al cristianismo, publicada en 1968, está considerada un clásico del pensamiento contemporáneo.
Fue traducida a diecinueve idiomas y es el texto fundamental para conocer el pensamiento de Ratzinger.
El libro es el fruto de una serie de conferencias que dio a estudiantes universitarios en Tubinga en 1967.
Lo escribe en un contexto de gran polémica filosófica y teológica en Europa, intentando exponer los contenidos de la fe con unas categorías netamente personalistas y existencialistas, traduciendo la doctrina católica a un nuevo lenguaje, comprensible a las preguntas dramáticas de mediados del siglo XX.
Hablar de Dios
Es un momento problemático para hablar de la fe, porque el mismo discurso filosófico sobre la fe se encuentra en crisis.
Detrás de sus escritos sobre la fe, particularmente desde una perspectiva filosófica, está la conciencia de una profunda división entre el mundo de la fe y el del saber.
La cuestión de Dios se había vuelto para muchos irrelevante. Pero la verdad sobre el ser humano es más profunda que los conocimientos alcanzados por los enunciados de las ciencias naturales.
La razón, por mucho que pretenda explicarlo todo, deberá aceptar que hay más realidad que lo que puede demostrarse empíricamente.
Ratzinger advierte que al ser humano al verse abandonado por la ciencia que ya no puede prometerle la respuesta a todas sus preguntas, y al tener que limitarse a lo empíricamente demostrable, la realidad se le empobrece y su horizonte se vuelve más reducido.
Las profecías cumplidas de Nietzsche de un mundo sin Dios comienzan a demostrar con toda radicalidad, que la cuestión de la fe en Dios no es un asunto meramente teórico, sino que afecta a toda la vida.
Ciencia y algo más
El ser humano que se quiere limitar al conocimiento científico como último límite para conocer la verdad, grita por una libertad filosófica mayor. Necesita salir de la jaula metodológica en la que él mismo se ha encerrado.
Ratzinger entendía que la fe se encuentra asediada por dos grandes tendencias en el pensamiento europeo: los reduccionismos racionalistas y cientificistas del neopositivismo en el campo filosófico y el subjetivismo de la teología protestante que separa la fe de la razón de modo radical, reduciéndola a un mero sentimiento.
En este contexto presenta la fe cristiana, su validez antropológica y epistemológica como un acto libre de toda la persona, como superadora de la razón, pero jamás en contradicción con ella.
El tiempo mostrará aún más su grandeza
Su obra teológica es tan amplia como profunda. Y nos ha dejado una riqueza que alimentará la fe de futuras generaciones, como los escritos de los grandes doctores de la Iglesia.
No sé si seamos capaces en el presente de captar la grandeza y relevancia de su pensamiento.
Leerlo es una experiencia liberadora, que despierta aún más deseos de saber y de buscar esa verdad que habiéndonos alcanzado, siempre nos deja deseos de conocerla aún más.