Cuando uno, visitando Roma, Florencia o el Vaticano, ve por primera vez algunas obras de Miguel Ángel Buonarroti, sólo puede quedarse absorto, asombrado de su pericia y de su finura en el acabado de las pinturas y las esculturas. Pero tras esas obras no sólo estaban el genio y el éxtasis de la creación, sino también el tormento (como en aquella película en torno al artista, encarnado por Charlton Heston), los sufrimientos y los desvelos de un hombre afligido por las dudas, las deudas y el exceso de trabajo.
El cineasta ruso Andrei Konchalovsky siempre ha poseído una gran capacidad para adaptarse a géneros y a rodajes con idiomas y producción de otros países: en su filmografía hay películas rusas, inglesas, norteamericanas... Aunque en los últimos años sus largometrajes no han sonado mucho, al público puede que le resulten familiares algunos títulos de los primeros tiempos: "Siberiada", "Los amantes de María", "El tren del infierno", "Vidas distantes", "Tango y Cash" o "El círculo del poder".
En su penúltima película, "Miguel Ángel (El pecado)", que se estrena ahora en las plataformas de streaming tras su éxito de crítica aunque no de público, se adapta al italiano y nos ofrece un poderoso biopic sobre una etapa concreta del escultor, pintor y arquitecto, a quien interpreta con rotundidad un actor llamado Alberto Testone, apenas conocido pero ya prestigioso (hizo de Pasolini en una película de 2013): el lapso entre que el Papa Julio II da por terminado su trabajo en la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina y el momento en que Miguel Ángel logra sacar de Carrara un gigantesco bloque de mármol.
Un bloque monstruoso de mármol: la piedra de Sísifo
El filme se centra, sobre todo, en los problemas de Miguel Ángel cuando muere Julio II y el Papa León X toma el cargo y desplazan a una familia de nobles (Della Rovere) en beneficio de otra (Médici). El escultor intenta continuar los encargos de la primera y al mismo tiempo no puede rechazar las presiones de la segunda para ponerse a su servicio. Esto le acarrea dudas, tensiones, arrebatos de ira, problemas monetarios e incluso acusaciones de caer en pecados de codicia y soberbia.
Durante su metraje, el artista afronta sueños extraños (en los que Julio II le visita de noche), visiones (ve a un ángel a los pies de la cama del Papa cuando éste agoniza), alucinaciones (confunde a los perros con demonios). Pero lo más importante le sucede al final, cuando le visita el espíritu de Dante Alighieri, cuya obra y figura admira casi hasta el fanatismo. Es ahí cuando Miguel Ángel cree que ha fallado. "Mis esculturas son bellísimas, pero la gente no reza ante ellas. Les vienen pensamientos pecaminosos". Le dice al poeta que quiso encontrar a Dios, pero sólo ha encontrado al hombre porque, al contrario que Dante, cuando quiso ir hacia Dios, se estaba alejando sin saberlo. Él cree que no supo encontrar el camino en sus obras. Dante le aconseja que escuche.
Moviéndose entre Roma, Florencia, Carrara y Ciudad del Vaticano, debatiendo o discutiendo con Papas, nobles, inquisidores, aprendices, operarios, familiares y colegas de profesión, Miguel Ángel se nos expone, gracias a la poderosa interpretación de su protagonista, como un genio de fuerte temperamento, siempre acarreando apuros económicos porque su familia vive de lo que él gana ("Donde hay dinero hay infamia", llega a decir), comido por el temor a estar pecando cuando le acusan de codicioso o de soberbio, obsesionado en sacar adelante los proyectos aunque le supongan años de vida.
En este sentido, hay una parte del filme que nos recuerda al "Fitzcarraldo" de Werner Herzog (aquella película en la que un empresario quería atravesar la jungla con un barco enorme): esas secuencias en las que encuentra un bloque gigante de mármol en Carrara, al que apodan "el monstruo", y se obstina en llevarlo a su taller. El subtexto de la película gira en torno a las angustias del hombre religioso cuando cree que ha pecado. Ese bloque de mármol es su piedra de Sísifo: el castigo que en realidad se impone a sí mismo, el monstruo que debe sacar para convertirlo en una obra de arte.