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Concha Urquiza: Una mística del siglo XX

CONCHA URQUIZA
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Sandra Ferrer - publicado el 06/02/23
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Tuvo una vida breve en la que buscó a través de la poesía el Amor de Dios

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Los versos estuvieron siempre presentes en la vida de esta escritora mexicana, cuya existencia fue extraordinaria. En el México de principios del siglo XX, en una sociedad conservadora y patriarcal, ella decidió ser independiente y no seguir las pautas que para las mujeres se habían definido.

No se casó, no fue religiosa, pero en su camino de búsqueda de la Verdad, siempre estuvo presente un Cristo en el que creyó con gran fervor y al que le dedicó su gran talento poético. Unos versos que, con el tiempo, se han llegado a igualar con los de su compatriota Sor Juana Inés de la Cruz.

Miente mi corazón cuando te ama,
hecho intérprete fiel de mi sentido,
como el eco en abismo percibido
que el viento, no la voz, forma y derrama.

Este imperioso afán que te reclama
no en el centro del alma fue nutrido:
me ha turbado sin mí, como el sonido,
es ajeno a mi ser, como la llama.

María Concepción Urquiza del Valle nació en Morelia, Michoacán, el 24 de diciembre de 1910. Tuvo la desgracia de no conocer a su padre, pues éste falleció cuando Concha era un bebé de dos años.

Su madre Concepción se mudó entonces con sus tres hijos a Ciudad de México, donde Concha recibió una buena educación adentrándose desde muy pequeña en la lectura de clásicos.

Fue una escritora precoz, pues con doce años ya había publicado sus primeros poemas en algunas de las principales revistas de la ciudad, como Revista de Yucatán o Revista de Revistas, versos que fueron acogidos con gran aceptación.

La poesía de Concha no fue escrita, sin embargo, con el objetivo de ser publicada. O al menos eso sucedió con su producción posterior, dispersa en distintos cuadernos, incluso en servilletas de papel, donde plasmaba sus emociones sin más intención que la de crear.

Él fue quien vino en soledad callada
puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
y cerco a mi ciudad amurallada.

En 1928 se trasladó a vivir a Nueva York donde estuvo cinco años. Allí se unió al partido comunista, filiación que no duró demasiado.

A los pocos años, Concha sintió la necesidad de regresar a sus orígenes católicos hasta el punto que ingresó durante un tiempo en las Hijas del Espíritu Santo. No llegó a profesar como religiosa, pero el tiempo que permaneció en aquel convento fue cuando escribió sus más hermosos versos místicos.

Pastor enamorado cuyos brazos
manchó de sangre la ovejuela herida,
cuya flauta en cantares encendida
la llamó por zarzales y eriazos;

que persiguiendo misteriosos trazos
descendiste a su lóbrega guarida,
y al secreto lugar de tu manida
la condujiste en apretados lazos;

que con beso de paz la retuviste
y en dulce soledad la alimentaste
y con cíngulo estrecho la ceñiste:

no devuelvas el robo que robaste;
guarda el amor que con amor venciste
y el corazón que con dolor ganaste.

La poesía mística de Concha Urquiza bebe de algunos de los más grandes místicos de la historia como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús. Sus versos se inspiraron en los Evangelios, cuyas imágenes y pasajes ella transformaba en hermosos poemas.

Como el mendigo hambriento
que en la puerta del rico se detiene
y en el áureo aposento
los ojos entretiene,
y de la ajena dicha los mantiene;

así yo, miserable
me llego a mi Señor crucificado,
de gloria no mudable
entonces rodeado,
en su cruz, como en trono, levantado.

Amancillado y muerto,
despojo de los hombres afrentoso,
desnudo, flaco, yerto,
el gesto doloroso,
en un leño su lecho y su reposo.

Así quiero mirarle,
que allí en su oculta gloria me recreo,
y tengo de desearle
más, cuando así lo veo
rico en todos los bienes que deseo.

Tras abandonar el convento, Concha empezó a dar clases de historia y literatura en la Universidad de San Luis de Potosí.

Llegará una hora –quién sabe cuándo… tal vez allá detrás de la muerte–, en que vuelva a abrirse para mí Su corazón divino y me deje refugiarme en Él, y dormir.

El 20 de junio de 1946, Concha Urquiza falleció ahogada en un trágico accidente en las aguas de Ensenada, en Baja California. Tenía apenas treinta y cinco años de edad.

Tras su desaparición, su figura y su obra habrían caído en un profundo olvido si no hubiera sido por su amigo el filólogo y sacerdote Gabriel Méndez Plancarte, que hizo una importante labor de recopilación de su producción literaria.

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