¿Y si los contemplativos estuvieran más cerca de nuestro mundo de lo que pensamos? Esta es la pregunta que surge al leer «En la escuela de los monjes - Reinventar la economía», un trabajo de investigación, publicado en francés, por Clémentine Perier, diplomada del máster en iniciativa empresarial X-HEC
En momentos en los que la ecología plantea la cuestión de la viabilidad de nuestro sistema económico liberal y capitalista, el monacato puede tener mucho que enseñarnos, y no solo a rezar…
La conocida Regla de San Benito se basa en el díptico «ora et labora», oración y trabajo. Una espiritualidad que da ritmo al funcionamiento económico de los monasterios. De hecho, se trata de una cuestión «económica», en el sentido griego y etimológico del término «organización de la casa».
El trabajo, espejo del alma
La vida monástica puede inspirar la vida económica, en primer lugar, porque en el fondo, la búsqueda de Dios, que sigue siendo el corazón de la vida contemplativa, da sentido al trabajo.
En línea con la génesis y las encíclicas sociales, desde la Laborem Exercens (Juan Pablo II en 1981) hasta la Caritas in Veritate (Benedicto XVI en 2009) o la Laudato Si’ del Papa Francisco, el trabajo monástico es ante todo un signo de dignidad humana, ya que cada persona por él participa en la obra creadora de Dios.
Contrariamente a lo que a veces se piensa, el pecado original no tiene como consecuencia el trabajo, sino lo duro que puede llegar a ser para la persona.
El trabajo es también para el monje un espejo de lo que su alma experimenta en la lucha espiritual: una escuela de perseverancia y paciencia. La actividad laboral es para el monje una forma muy concreta de unirse a todos los hombres.
En el panorama económico, donde ha surgido el término de «empresa social», que designa una actividad lucrativa que tiene una «finalidad social o medioambiental», los monasterios son hoy un modelo interesante. Su actividad es lucrativa, ya que busca proporcionar un medio de sustento a su comunidad y de mantener los edificios, a menudo grandes y antiguos. Más prosaicamente, del éxito de su trabajo depende la posibilidad de dedicar la vida a la oración. Por otro lado, la oración es el motor del trabajo y constituye su finalidad última.
Este enriquecimiento, que puede ser real en algunas comunidades, es también una participación en el bien común. La abadía cisterciense de Timadeuc dona parte de sus beneficios a asociaciones.
El hermano Marie-Pâques, monje cisterciense de la abadía de Lérins, lo explica retrospectivamente: «Cuanto más dinero podamos ganar, mejor. Pero con tres condiciones: respeto de la persona, respeto de la naturaleza y utilización del dinero para el bien común». En este contexto, las empresas monásticas constituyen una auténtica contribución a la edificación de un mundo mejor.
Calidad sobre cantidad
En la práctica, la misión monástica de intercesión por el mundo y la consagración de la propia vida en la pobreza, la castidad y la obediencia conducen a un comportamiento económico virtuoso: la sobriedad, la primacía de la calidad sobre la cantidad, la importancia de los vínculos sociales, el tiempo más que lo inmediato.
Esto también va de la mano de una publicidad reducida o «pasiva». Son estos diferentes aspectos los que explican el valor monetario y subjetivo que dan los clientes a los productos monásticos: son caros y, al mismo tiempo, cada vez más buscados.
Dicho esto, el desarrollo de la actividad económica en un monasterio no está exento de tensiones. Es necesario adaptarse a la modernidad. Es necesario acoger al mayor número de personas posible, sin perder dinero. Hacer voto de pobreza y obtener beneficios plantea cuestiones espirituales.
A un monje no se le recluta en virtud de su capacidad para afrontar un trabajo duro y puede no ser competente. Se plantea, además, la cuestión de contratar a laicos. Y, lo más importante, el monje tiene que encontrar un equilibrio entre la oración y el trabajo, un trabajo diario.
Sin embargo, estas dificultades reales no parecen ser determinantes en la «resiliencia» que caracteriza al modelo económico monástico, según Clémentine Perier. Una capacidad para afrontar las pruebas basada en la visión a largo plazo, incluso escatológica. El reparto comunitario de las tareas conlleva el hecho de que nadie sea realmente propietario de lo que se produce. La resistencia también está ligada a la conciencia de los límites del hombre pecador, pero también a la certeza de la bondad de Dios, que exime al monje de la preocupación del mañana.
Los monjes son, en cierto sentido, los verdaderos profetas de la economía capitalista.
Traducción de Matilde Latorre