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El pasado 3 de marzo, el Times of Israel anunciaba la intención del gobierno de Viktor Orban de transferir la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. La noticia, que no ha sido desmentida, supone un dolor de cabeza para la Santa Sede. Se produce justo en el momento en que se acababa de anunciar el viaje apostólico del Papa Francisco al país balcánico a finales de abril.
Ya pocos meses antes del estallido del COVID, Orban había anunciado que Hungría establecería una oficina de negocios con representación diplomática en Jerusalén. Apenas un año antes, Donald Trump había establecido allí la embajada americana, pero tanto Europa como la Santa Sede repudiaron esta decisión.
De materializarse, Hungría sería el primer país europeo en reconocer de facto a Jerusalén como capital de Israel. Un gesto desafiante hacia Europa, pero sobre todo a la Santa Sede, que mantiene un escrupuloso equilibrio diplomático respecto a esta cuestión. Y un gesto de acercamiento a Benjamin Netanyahu, actual presidente de Israel y partidario de una política de "mano dura" hacia los palestinos.
El Vaticano, de hecho, mantiene su nunciatura en Tel Aviv, y una delegación apostólica especial en Jerusalén. Desde siempre, los papas, pero especialmente Francisco, se han alineado con la legalidad internacional vigente. Y han mantenido la necesidad de mantener el statu quo de Jerusalén.
Una lucha interminable
Para comprender el calado del problema, es necesario retrotraerse a la histórica resolución de la ONU del 29 de noviembre de 1947 que permitió el nacimiento del estado de Israel, y que estableció que Jerusalén se sometiera a un régimen internacional especial. Precisamente para evitar lo inevitable: una guerra sin fin por la Ciudad Santa.
La resolución se basaba en el carácter único de esta ciudad santa para las tres religiones monoteístas. Centro del mundo judío, es también el lugar más santo para los cristianos, presentes allí desde la muerte de Cristo, y la ciudad más santa para los musulmanes después de la Meca. La propuesta fue desde el principio mantenerla bajo un régimen especial de apertura y tutela internacional. Se trataba de que ninguno de los dos estados nacientes, Israel y Palestina, se apropiara de ella.
Esta solución nunca entró en vigor, porque los estados árabes no la aceptaron, y porque a los dos meses Jerusalén era invadida por el este y por el oeste, por tropas jordanas e israelíes respectivamente. En diciembre de 1949, el presidente Ben Gurión proclamó a Jerusalén (parte occidental) capital del Estado. Durante casi dos décadas, la ciudad estuvo dividida en dos partes prácticamente incomunicadas.
Tras la guerra de los Seis Días, Jerusalén cayó completamente en manos de Israel, y en 1980 fue constituía como su capital "eterna e indivisible". Esta Ley de Jerusalén fue rechazada mediante la resolución 478 del Consejo de Seguridad de la ONU. Mediante ésta, se pidió a todos los países del mundo que no establecieran allí sus embajadas. Este "consenso" fue roto por Estados Unidos durante la Administración Trump, a la que siguieron otros países como Guatemala.
El equilibrio vaticano
La posición de la Santa Sede es la de salvaguardar la legalidad internacional, marcada por la nueva resolución de la Asamblea de la ONU de 30 de noviembre de 2017. Ésta declara que el estatuto de Jerusalén no ha cambiado y que las acciones de Israel de reclamarla como su capital no son aceptabes.
Para el Vaticano, la mayor preocupación es asegurar la libertad religiosa y el acceso de los creyentes a los santos lugares. Así lo dijo el propio Papa Francisco al firmar, junto al Rey de Marruecos Mohamed VI, un manifiesto sobre Jerusalén durante su visita al reino hachemita en marzo de 2019.
Según revela el medio oficioso vaticano Il Sismografo, dirigido por el periodista Luis Badilla, el anuncio de Hungría de trasladar su embajada ha causado preocupación en la Santa Sede. Y ha sido considerado un gesto de "enfrentamiento" hacia el Papa, en vísperas de su viaje a este país.
Un viaje que ha despertado mucho interés, por ser en realidad el segundo que el pontífice realiza. Pero en la anterior ocasión, en septiembre de 2021, la Santa Sede se cuidó mucho de subrayar que el Papa viajaba "a Budapest", con motivo de la clausura del Congreso Eucarístico, y que no se trataba de un viaje oficial.