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Las misiones realizan una ingente labor a lo largo y ancho del planeta. Con la Palabra de Dios como bandera y la caridad cristiana como objetivo, su silenciosa, pero impagable trabajo mejora la vida de millones de personas.
El ejemplo de entrega absoluta a los demás anima a otros a seguir sus pasos y a continuar llevando por todo el mundo el mensaje de ayuda que Jesús predicó. Eso fue lo que le sucedió a la madre Mary Josephine Rogers, una joven católica estadounidense que sintió admiración por las actividades misioneras de otros estudiantes de su universidad y decidió, sin dudarlo, seguir sus pasos.
La historia de Mary Josephine
Mary Josephine Rogers nació el 27 de octubre de 1882 en la localidad de Roxbury, en el estado de Massachusetts. Una de los ocho hijos de Abraham T. Rogers y Mary Josephine Plummer, tanto ella como sus hermanos crecieron en un ambiente de amor y de piedad.
Tras graduarse en la escuela, Mollie, como la llamaban cariñosamente los suyos, se fue a estudiar en 1901 al prestigioso Smith College donde se especializaría en zoología. En sus años de estudio en el Smith College, Mollie descubrió la labor que realizaban algunos estudiantes protestantes que organizaban misiones de ayuda a lugares tan lejanos para ellos como China.
Mollie se dio cuenta que ella quería hacer lo mismo. Así que se puso en contacto con el director de la Sociedad para la Propagación de la Fe en Boston, el padre James Anthony Walsh con quien empezó a colaborar en las oficinas de la organización y en su revista The Field Afar. También organizó un pequeño club católico que iría creciendo. En aquellos años, tras graduarse en el Smith College en 1905, Mary Josephine estudió también en la Boston Normal School donde consiguió un título de maestra.
Cuando en 1911, el padre Walsh fundó con otros religiosos católicos la Sociedad Católica de Misiones Extranjeras de América, conocida como la Congregación de Padres y Hermanos Maryknoll, pensó en Mollie para que impulsara su rama femenina. Ella no se lo pensó dos veces. Era lo que llevaba tanto tiempo buscando. Durante años, trabajó para que su sueño se materializara. En 1914 viajó por algunos países de Europa y fue testigo del funeral del Papa Pío X.
Un proyecto lleno de bendiciones
En febrero de 1920, había conseguido que otras treinta y cinco mujeres se unieran a su proyecto que terminó convirtiéndose en congregación religiosa diocesana.
Al año siguiente, las primeras religiosas de la congregación profesaban sus votos y emprendían el primer viaje misionero a China. Las Hermanas de la Misión Extranjera de Santo Domingo, que terminaría conociéndose como Hermanas Dominicas de Maryknoll, eligieron en su primer capítulo general en 1525 de manera unánime a Mary Josephine como su madre superiora. La madre Mary Josephine asumió su cargo con orgullo, devoción y gran responsabilidad y no lo abandonó hasta 1947. Su labor siguió siendo activa en la comunidad, hasta que se retiró a causa de su mala salud.
En 1933, la madre Mary Josephine estableció una rama contemplativa de la orden de Maryknoll en la que las religiosas apoyaran sus labores misioneras mediante la oración.
Además de impulsar las misiones que llevarían a las Hermanas de Maryknoll a establecerse en países como Ecuador, Bolivia, El Salvador, Kenia, Zimbabwe, Japón o Micronesia, la madre Mary Josephine trabajó intensamente para formar a las nuevas generaciones de misioneras que mantendrían vivo y harían crecer su legado cuando ella ya no estuviera.
Una vida llena de amor
En 1952 su salud empezó a declinar. Una parálisis de una parte de su cuerpo provocado por un coágulo cerebral, la dejaron impedida. Falleció tres años después, el 9 de octubre de 1955, poco antes de cumplir los setenta y tres años.
La madre Mary Josephine había hecho un gran trabajo. Cuando su vida se apagó, su misión seguía más viva que nunca. En 1955 eran más de mil las mujeres que se habían unido a las Hermanas de Maryknoll y habían impulsado misiones en más de veinte países en todo el planeta y servían a las minorías raciales en distintas ciudades de los Estados Unidos.
Su profunda fe y su entrega incondicional a los demás en nombre de Dios fue lo que impulsó a la Madre Mary Josephine a dedicar su vida a las misiones. Con su liderazgo espiritual, atrajo a muchas otras mujeres que siguieron sus pasos y llegaron incluso a dar su vida por los demás.