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Transmitir al mundo el amor de Dios con el arte de la pintura desde la contemplación de un monasterio. Así puede resumirse la vida de sor Inmaculada López Lama.
La religiosa, que había sido abadesa del monasterio de las Madres Concepcionistas del pueblo toledano de Torrijos, conocida como la «monja pintora», fallecía a los 95 años, al comenzar 2023, en el monasterio al que entregó 79 años como religiosa.
Además de abadesa, había sido vicaria, maestra de novicias, consejera y secretaria y encargada de la causa de canonización de la familiarmente conocida como la Loca del Sacramento, doña Teresa Enríquez.
Surgimiento de una vocación
Recientemente la religiosa había compartido su vocación en un manuscrito emocionante. En él revela cómo, en la adolescencia, experimentó el llamado a consagrarse a Dios.
«¡Dios mío! ¡Yo quiero, pero no tengo fuerzas!», experimentaba a los quince años. «En aquel momento, sentí esa fuerza que me faltaba, de una manera tan especial».
Hablando de su congregación religiosa, la Orden de la Inmaculada Concepción, comúnmente conocida como monjas concepcionistas, sor Inmaculada reconocía: «la Virgen me tenía destinada para su orden y para que pintara muchos lienzos con su preciosa figura que recorre el mundo y la diera a conocer».
Fue así como descubrió su doble vocación: la entrega a Dios, y el arte como lenguaje universal para compartir su amor.
Al fallecer, La Voz de Talavera resumió así su existencia terrena: «su vida sencilla y artística, desde la pintura al óleo, de escritora y poetisa, han enriquecido a nivel de toda la Orden de la Inmaculada Concepción con escenas plasmadas sobre la vida de santa Beatriz [la fundadora] y de otros santos y retratos».
Quería ser mártir
En la vida de sor Inmaculada hay una fecha memorable: el 22 de junio de 2019. En ese día, en la catedral de la Almudena, en Madrid, se beatificaron catorce religiosas concepcionistas asesinadas durante la persecución religiosa en 1936. La religiosa les dedicó el luminoso cuadro que ilustra este artículo.
En ese momento, tenía 92 años y estaba en silla de ruedas. En declaraciones al semanario Alfa y Omega declaró: «Cuando las pintaba, pensaba: ‘¡qué envidia!’. Yo pasé la guerra en un pequeño pueblo de Segovia. Allí solo te enterabas del conflicto por la prensa y, cuando leía sobre el asesinato de monjas, me entraban muchas ganas de hacerme religiosa y ser mártir. Decía, ‘todas éstas entran en el cielo por aquellos disparos’».
El deseo de martirio explica su decisión de ser religiosa en la Orden de la Inmaculada Concepción, la misma de esas religiosas. Dios no le concedió el martirio, pero sí una larga fidelidad y mucha mano con los pinceles para mostrar el amor de su Amado a todo color.