La discreción olvidada. Vivimos malos tiempos para la discreción. Un mundo desbordado por el espectáculo, el sensacionalismo y la murmuración constante no casa con la discreción. Todos tienen algo que contar, que exhibir, que lucir tanto propio como ajeno.
Las redes sociales son un gran expositor de esta realidad, pero también el Internet más amarillo, la prensa rosa digital y en papel y los mismos ciudadanos de a pie somos incapaces, a menudo, de callarnos, de guardar un secreto.
Pero no pretendemos hacer el análisis de los males de la indiscreción, un verdadero vicio, que pueden tener consecuencias muy negativas, por ejemplo, para la fama y el honor de las personas afectadas, sino que vamos a subrayar la virtud de la discreción.
Dado que es un tema muy amplio nos ceñiremos a la discreción en el ámbito adolescente.
Respetar la privacidad y la intimidad
Lo primero que se puede decir es que la discreción es hija pequeña de la prudencia. La discreción respeta un bien tan preciado hoy como la privacidad y la intimidad. La discreción ha de conocer estas dos realidades para no equivocarse malintencionada o negligentemente.
Pero distingamos: la privacidad busca preservar la información personal por parte de un tercero y es un derecho. No podemos, indiscretamente, divulgar, sin el consentimiento del propietario, sus datos. Datos bancarios, correo electrónico, navegación por internet
Hay más casos como la propia dirección postal, su lugar de trabajo. Detengámonos aquí y pongamos un ejemplo.
Algunos adolescentes sin conocer esta realidad divulgan los datos familiares en el mundo digital. La intimidad se refiere a una esfera más personal: sentimientos, juicios, gustos.
Se podría decir que la intimidad presenta tres esferas muy claras:
- Física
- Emocional
- Sexual
Aquí nos encontramos con adolescentes que divulgan su intimidad o la de otros con total desparpajo muy a menudo por ignorancia y casi siempre por afán de notoriedad o simplemente para lucirse, seducir o impresionar. Hemos de educar a los adolescentes en estos temas.
Vivir la discreción y vivir la amistad
Hablamos de adolescentes, de información confidencial, también implícitamente de amistad. Si realmente somos amigos de nuestros amigos y, respetamos la vida de nuestros conocidos, nos hemos de ganar su confianza. Y la confianza de los amigos y conocidos se puede alcanzar en muchos planos y actitudes: uno de ellos es el plano de la discreción. En la vida diaria y en la vida digital.
Nos hemos de hacer acreedores de su confianza. Hemos de custodiar su intimidad como algo propio. Un amigo guarda los "secretos", se dice en el lenguaje infantil y juvenil. Pues esta es una verdad muy grande que todo adolescente debería respetar. Amar a un amigo es preservar su privacidad e intimidad.
La impulsividad no es amiga de la discreción
Descendamos a temas progresivamente más concretos y aplicables. La impulsividad no es amiga de la discreción.
Los adolescentes son gente apasionada e impresionable. Les gustan las sorpresas y lo nuevo. Disfrutan con las novedades y hacer corrillo con los amigos. Y además les encanta reír y comentar "la jugada".
Ahí entramos en terreno resbaladizo. Cuando un adolescente se entera de algo muy interesante, quiere ser el primero en divulgarlo. Y ahí entra la imprudencia: se lo cuenta al grupo de los amigos.
Es posible que no sea nada ofensivo pero la información de la propia privacidad o intimidad debe ser gestionada por su propietario o propietarios. "¿Sabéis que Carlos sale con Ana?".
Debo aprender de mis errores
Ahí aparece lo que se conoce como la incontinencia verbal, que es muy peligrosa. Si un adolescente ya ha metido la pata alguna vez, debe hacer ejercicios de autodominio.
Y para cualquier adolescente es una evidencia que no puede trasmitir nada que perjudique la fama de un amigo o conocido: "¡Carla está medicándose para la depresión!".
Nos movemos entre el mundo de la amistad y la discreción y, en sus caras opuestas, en el mundo de la murmuración, la crítica y el cuchicheo que tanto daño hacen.
Podríamos poner ejemplos más agudos, pero estos nos dan una idea del calibre del mal que se puede hacer. Y siempre tanto en el ámbito real como digital.
Además, restituir la fama de una persona es muy difícil y laborioso. Lo mejor es conocerse a uno mismo y saberse parlanchín y actuar en consecuencia.
La empatía, ponerse en el lugar del otro
La empatía es amiga de la discreción. Ponerse en el lugar del amigo y conocido puede ser la clave antes de abrir la boca. Pensar antes de hablar qué pensaría el amigo o conocido si me oyera.
¿Sonreiría o más bien se disgustaría? ¿Cuento con su consentimiento para hablar como hablo o más bien obro, hablo, en contra de sus intereses? Empatía, compasión, amistad: estamos en el mismo plano.
La verdadera amistad es reflexiva, prudente, ponderada. La verdadera amistad en estos planos exige contar hasta 10. Otra gran verdad.
Vamos a ponernos solo un poquitín más serios: una indiscreción puede acabar con una amistad de años. Y se la pierde en tres segundos. Hay que pararse a pensar y luego actuar. Discernir, razonar juiciosamente y luego, actuar. Actuar, o todo lo contrario: callar. No hacer nada.
La diplomacia es una virtud amiga de la discreción
A menudo manejamos mucha información cuando dos partes están en conflicto. Y nuestra voluntad es un arreglo, un acercamiento, que dos personas se reconcilien, se perdonen.
Pero no todo vale para lograr fines buenos. El fin no justifica los medios. Un buen diplomático de la vida diaria es discreto y no dice todo lo que sabe. Es más: administra con cuidado mucha información y se guarda muchos datos para que no se rompa nada.
De un modo continente tolera, espera, calla, no intenta ganar la contienda ni ofender a la persona a la que intenta ayudar.
Los mediadores familiares, los abogados, los tutores de un aula determinada han oído a las dos partes y no se lanzan al ruedo con toda la información. Esperan, templan y porque no se han propuesto vencer al contrario sino convencerlo.
Y además aspiran a lograr éxitos sin que haya sido preciso utilizar información confidencial. Otros, los indiscretos, se han tirado los trastos a la cabeza a la mínima de cambio.
El silencio es un arma poderosa
Guardar silencio. Guardar en el propio corazón informaciones que nos han hecho llegar pero que mueren en nuestras entrañas sin salir de ahí. "Soy una tumba". Pero es otra gran verdad: seamos una tumba en la escucha, pero también guardémonos lo que nadie en el corazón debe saber, ver u oír de nosotros mismos.
Volvemos al principio: seamos discretos con nuestra propia privacidad e intimidad. No la mostremos o relatemos. Nos ayudaremos y ayudaremos a los otros a ser discretos.
El silencio es oro. Oro auténtico. Y, a veces, hay que decir: "Sé discreto tú, no me cuentes nada ni a mí ni a nadie sobre este tema. Manéjalo en tu alma con prudencia. Guarda silencio".
La escuela, además del hogar, es un lugar ideal para aprender a vivirla discreción.