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La libertad ha sido desde hace siglos uno de los temas principales de la reflexión humana, tanto desde lo político-social, lo filosófico y lo teológico. De hecho, han sido los grandes teólogos de la cristiandad, con figuras como San Agustín o San Gregorio a la cabeza, quienes han dedicado ingentes esfuerzos en penetrar en este gran misterio de la existencia humana.
Este no es el espacio para adentrarnos detalladamente en dichas reflexiones, no obstante, consideramos que en tiempos como los nuestros -en los que la libertad sigue siendo una idea enarbolada en la mayoría de las luchas que pretenden darse- no está de más volver a plantear algunos interrogantes en referencia al tema.
Respecto a esta cuestión, mencionamos dos preguntas que son las que surgen rápidamente al dedicarle uno la atención al asunto. La primera es: ¿somos los hombres realmente libres o no? Quienes responden negativamente a dicho interrogante son los "deterministas".
Según el determinismo, la libertad es una mera ilusión. Existen factores (de diverso tipo, lo que da lugar a diversos tipos de determinismo) que no sólo influyen sobre nosotros, sino que determinan nuestro querer y nuestras acciones. Quienes, por su parte, responden afirmativamente a la pregunta arriba planteada, sostienen que le es inherente a la naturaleza racional del hombre el poder elegir en su foro interno, por lo que luego se ha de respetar también que, dentro de ciertas razonables limitaciones, esa elección interna pueda expresarse en los actos externos.
Ahora bien, quienes desde el punto de vista antropológico afirman que el hombre cuenta con libre albedrío, tienen un interrogante más para plantearse, y es el que pregunta sobre cuál es la finalidad de la libertad.
Tenemos libertad para elegir, ciertamente, pero si eso fuera todo (como a veces se plantea), entonces deberíamos concluir que nuestras elecciones cumplen con su cometido al ser realizadas sin que importe qué es lo que se haya elegido, es decir, sin que importe la calidad de la elección. En tal caso, la libertad en realidad carecería de todo para qué que la trascendiera y sería, por tanto, un fin en sí mismo. Pero eso significaría también decir que todas las elecciones dan lo mismo y que cualquier opción vale lo mismo que cualquier otr
Si, en cambio, consideramos que el aspecto cualitativo de nuestras elecciones es variable, entonces eso implica que no da lo mismo elegir cualquier cosa y que hay opciones que son mejores que otras. Y, en definitiva, que el fin de nuestra libertad es elegir de la mejor manera posible, es decir, elegir bien. Más o menos a esto se refería ya San Agustín al distinguir la libertas minor (el libre albedrío) de la libertas maior (la libertad en el bien).
Estas reflexiones no son tan frecuentes en las propuestas musicales populares contemporáneas. Suele haber una defensa e incluso una lucha por los derechos, es decir, por la posibilidad de la manifestación en los actos externos de nuestras libres convicciones internas, pero el aspecto cualitativo de la libertad habitualmente no entra en consideración.
Sin embargo, en el presente artículo recordamos una canción de la banda de reggae argentino "Chala Rasta" que apunta explícitamente a reflexionar sobre este tema.
Chala Rasta es una agrupación formada en los años 90 en el sur del Gran Buenos Aires que sigue vigente hasta nuestros días. No es lo que llamaríamos una banda mainstream en la escena del reggae, sin embargo, son uno de los grupos pioneros de este género en Latinoamérica. Supieron forjar un estilo y un mensaje propios.
A pesar del nombre -que fue elegido para que de buenas a primeras quedara en claro a qué género se dedicaban estos músicos cuando el reggae aún no se había popularizado en tierras argentinas- ninguna de sus canciones está dedicada a la marihuana. "Sería como escribirle una canción a la milanesa con papas fritas" suele decir su líder Christian Gordillo. Su interés está más bien centrado en cuestiones sociales o incluso existenciales.
Esto se manifiesta bien en la canción que aquí recordamos: "Libre ¿para qué?" (del álbum “Séptimo hijo”, 2002). Una canción simple, tanto en lo musical como en la lírica, pero que tiene el mérito de enfrentarnos a la habitualmente olvidada cuestión sobre el aspecto cualitativo de nuestra libertad.