Entrevista con Mons. Philippe Bordeyne, ex rector del Instituto Católico de París y actual presidente del Pontificio Instituto de Teología Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia
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A partir tanto de su experiencia personal como sacerdote que ha acompañado a jóvenes y parejas hacia el matrimonio, como de una reflexión teológica ligada a la filosofía y las ciencias humanas, el sacerdote francés desarrolla un análisis de los desafíos contemporáneos de la pastoral familiar a la luz de la enseñanza del Papa Francisco y su exhortación apostólica Amoris Laetitia, publicada en 2016.
En una entrevista con I.MEDIA, Monseñor Philippe Bordeyne nos invita a mirar confiada y positivamente a las familias de hoy marcadas por una gran fragilidad, a las que la Iglesia está invitada a brindar un apoyo creativo, en particular resistiendo las presiones inducidas por el consumismo y la influencia de las tecnologías digitales.
En su libro explica que ante los desafíos antropológicos actuales, la concepción cristiana de la pareja y la familia no debe reducirse a una doctrina oa una moral. Pero, ¿cómo asumir esta evolución sin romper con el magisterio, con todo lo que se ha construido hasta ahora a nivel de doctrina?
Creo que mi trabajo como teólogo no es producir doctrina, sino analizarla y servirla. Lo lamentable es que, con demasiada frecuencia, los teólogos, que eligen un ángulo de visión -y todos estamos ahí, ya que la interpretación lleva a elegir un ángulo de visión- lo hacen de una manera demasiado restrictiva cuando se trata de la antropología del matrimonio.
Lo que nos ayuda hoy a pensar el matrimonio y la familia es una tradición doctrinal que incide tanto en lo más íntimo, la sexualidad que permanece oculta y misteriosa, como en aspectos eminentemente públicos que conciernen al cuerpo social. Es, por tanto, una ética personal y conyugal, y una ética social. La doctrina es todo eso.
Pero esto va de la mano con una buena comprensión de las dificultades pero también de las oportunidades de hoy. Este trabajo responde al deseo del Papa Francisco para el Instituto Juan Pablo II: trato de asumir el alcance de los cambios actuales, y sacar recursos de la tradición doctrinal, pero también de la filosofía y las ciencias humanas, para mostrar que la relevancia del Evangelio sigue siendo asombrosa hoy.
La teología de la familia incluye, por tanto, una dimensión de moralidad sexual y de moralidad social, pero también debe basarse en la fe cristiana vivida, por ejemplo con los monasterios, y en la experiencia de las familias. Hay fe escrita, proclamada en doctrinas, pero también fe vivida en el poder del Espíritu Santo. Esto es lo que caracteriza mi enfoque teológico: se trata de proponer un camino sin juzgar, mostrando que la reflexión sobre la familia debe tomar estos tres enfoques: la moral sexual y familiar, la moral social y una teología de la Gracia, desde la acción de Dios en todos los bautizados. Creo que esa es la orientación del Papa Francisco.
Escribes en tu libro que "reducir el cristianismo a una moralidad fue el proyecto del humanismo secular de la Ilustración". ¿Ha quedado la Iglesia de alguna manera atrapada, confinada a un papel en última instancia reduccionista, que la ha alejado de la vida real de las familias?
La Ilustración efectivamente encerró la religión en la mera razón. Cuando Immanuel Kant aborda el tema de la religión, lo hace desde un ángulo exclusivamente racional, lo aborda de la misma manera que la razón práctica.
Hoy existe una moral del Derecho que se basa en la racionalidad, y que por supuesto no debe ser abandonada, pero también existe toda una parte de la tradición ética, en el pensamiento cristiano y más allá, que se interesa por el "habitus", es decir las virtudes. Se trata de lo que poco a poco integramos en la vida, y que nos permite obrar mejor, según la fe y según la razón, a fuerza de practicar el bien.
Son ejercicios de carácter corporal, para ser practicados de forma regular. Estos "habitus" se adquieren en particular en la liturgia, que ofrece poderosos recursos para responder a los desafíos actuales.
Por ejemplo, con razón, los obispos denuncian regularmente el individualismo, pero también sería necesario identificar los recursos que la Iglesia católica puede aportar a las personas: la conciencia de estar ante Dios en el silencio, en la oración, en la gratitud por la vida recibida. Al señalar los límites de la era contemporánea, es necesario situar sus oportunidades.
Yo, que hice mi tesis sobre Gaudium et Spes, veo cuán relevante es hoy, a pesar de que la revolución digital estaba inimaginable durante el Concilio Vaticano II. Me impresionó ver que durante su visita a Tierra Santa en 1964, Pablo VI había explicado que Nazaret ofrecía la oportunidad de vivir cristianamente "en un mundo hipersensibilizado". Usaba esta expresión cuando la televisión aún estaba en pañales… El desafío hoy es dar un paso atrás de una hiperconciencia aún más evidente, y proponer otra conciencia, en particular movilizando los recursos de la interioridad, del silencio.
Recuerdo que cuando era capellán de la universidad y de la escuela secundaria y que llevaba a los jóvenes a Frat', la experiencia que más marcó a los jóvenes fue la experiencia del silencio colectivo, con 5.000 personas bajo la carpa. El silencio es un recurso que no es exclusivo del cristianismo, sino que debe ser cultivado, porque la modernidad lo ha abandonado.
Frente a las solicitudes permanentes que explotan la sensibilidad de las personas, en particular a través del flujo incesante de notificaciones en el teléfono móvil, ¿La Iglesia debe, por tanto, ofrecer una alternativa atractiva en el sentido de un derecho a desconectar, a conectarse por el contrario por lo 'esencial?
Sí, precisamente por eso la liturgia es tan esencial, al ofrecer otra forma de recurso a la sensibilidad, que a veces la convierte en objeto de conflicto. Los reglamentos, las normas del Magisterio son, pues, necesarios para que la oración corresponda al servicio que puede prestar al mundo de hoy.
En cuanto a las redes sociales, creo que la Iglesia corre un gran peligro si entra en este campo sin integrarlo en una estrategia pastoral más amplia. Pero estaría mal si no le interesara. El pensamiento cristiano ofrece recursos muy interesantes en relación a los problemas actuales.
Se pueden releer con provecho las reflexiones de san Francisco de Sales sobre las distracciones en la oración. Este es un problema muy concreto y actual: por ejemplo, los padres cartujos prohibieron el uso del teléfono móvil para leer los servicios de la liturgia de las horas, porque los mensajes pueden aparecer en la pantalla e interferir con la oración. El consejo de Francisco de Sales ofrece orientación para la mente y el cuerpo para ayudarnos a regresar a Dios. ¡Aún funciona!
La hermosa misión de los teólogos es, por tanto, identificar lo que puede acompañar esta transformación de la sociedad. Por eso estoy muy apegado a los monasterios. Estoy convencido de la oportunidad que representan estos lugares aparentemente alternativos, para adentrarnos en la complejidad de lo que nos está pasando. Los monjes experimentan la ruptura con lo digital, sin romper con las evoluciones de la sociedad actual. Esto es lo que los hace muy atractivos.
Siempre han estado a la vanguardia de los desarrollos, también en su relación con el medio ambiente: a lo largo de su historia, han aprendido a domesticar la naturaleza. Por ejemplo, salvaron a las Cévennes de la hambruna injertando castaños. Tienen una relación con la naturaleza inspirada en la fe cristiana.
Señalas en tu libro que la sociedad digital destaca “al individuo emprendedor”, y acentúa una “invisibilidad social de los más pobres”, que muchas veces no tienen los códigos para utilizar bien estas herramientas. ¿Puede la pareja como tal, como compromiso físico cotidiano, concreto, ser considerada como un acto de resistencia frente a esta dilución del vínculo que observamos hoy, en una sociedad cada vez más “líquida”?
De hecho, es un lugar de resistencia y creatividad, pero esta resistencia no debe ser aislacionista. Las corrientes que niegan la educación de los niños en las escuelas públicas, por ejemplo, me cuestionan. Pero sí, creo que la relación de pareja, tanto íntima como socialmente sellada, puede ser el lugar por excelencia de una creatividad que se mantiene a través de ejercicios y apoyos.
Mi propósito, como teólogo, es ayudar a la gente a reflexionar, a no desesperarse de la sociedad actual, e invitarlos a vivir la familia como laboratorio de resistencia y creatividad. Nuestro trabajo en la Iglesia es acompañar este cambio de mundo, en el sentido de un amor cristiano que nunca se cierra.
¿Tienen los abuelos un papel específico que jugar, trayendo otro ritmo, otra temporalidad, contra la corriente de la sociedad de consumo?
Desconfío de la noción de "contracultura" o de la idea de ir "contra corriente", pero es cierto que los abuelos van más despacio y te obligan a ir más despacio. Es muy conmovedor observar, en las peregrinaciones, a los jóvenes escuchando durante mucho tiempo a los ancianos. Hace grandes conexiones.
En las familias vemos que muchos abuelos se han puesto WhatsApp, lo que permite no aislarse, pero no se ponen en todas las redes. El posicionamiento cristiano correcto es una fusión de amor y resistencia mundanos. El amor cristiano por el mundo no puede estar exento de un momento crítico.
Los abuelos muy a menudo hacen esto maravillosamente: aman a sus nietos, y no deben rechazar todo en conjunto, pero deben mantener una buena distancia, una sabiduría en relación con la vida del mundo.
Una abuela me dijo recientemente: "¡Soy etnóloga frente a mis nietos!" No tiene que estar de acuerdo con todo, pero con la distancia adecuada, puede decir cosas. La sociedad digital promueve la inmediatez, pero los testigos más antiguos tienen una experiencia que les permite dar un paso atrás crítico estando en actitud de benevolencia.
Lo mismo ocurre con los maestros: deben amar a los jóvenes y no rechazar todo, de lo contrario no podrán transmitir nada; pero a la inversa, si son demasiado flojos, los jóvenes lo sienten y corren el riesgo de manipularlos. La Sagrada Escritura puede así proporcionar herramientas para mantener una actitud equilibrada entre jóvenes y adultos.
¿Cómo la actitud de Jesús puede inspirar la mirada de la Iglesia sobre las familias en situación de fragilidad?
En los Evangelios hay normas muy claras, en particular la prohibición del repudio. Encontramos allí la afirmación de la Ley, con admiración por el plan de Dios para la humanidad a través de la diferencia de los sexos, pero Jesús no se aterra cuando se encuentra ante situaciones irregulares. Así puede liberar la benevolencia que le viene del Padre.
Él nunca deja a nadie. Puede mirar a una persona sin dejarse engañar por la distancia en comparación con lo que podría haber experimentado. Además, estamos viendo nacer hoy toda una literatura femenina sobre el tema de la mirada de Jesús sobre la mujer, están apareciendo nuevas interpretaciones del Evangelio.
Con la misma mirada, Jesús puede, por tanto, ver lúcidamente a la persona y ver más allá. Lleva una mirada de esperanza, como se expresa en la película de Denys Arcand, Jesús de Montreal, cuando el personaje de Jesús, inmerso en el mundo contemporáneo, le dice a una mujer de mala vida: "Tú eres mejor que eso". No se deja engañar, pero mira hacia adelante.
¿Cómo hacer atractiva y comprensible la doble noción de renuncia y superación que supone el compromiso en la pareja cristiana?
Realmente no se puede entender de una manera abstracta, pero se puede experimentar. Experimentar que hay alegría en renunciar nos permite retomar las palabras de San Pablo en los Hechos de los Apóstoles: "Hay más alegría en dar que en recibir". También podemos pensar en lo que decía el Padre Ceyrac en la India: "Todo lo que no se da, se pierde". ¡Los jóvenes necesitan escuchar esto!
Cuando ves jóvenes felices con poco, o con menos, ya es genial. Hoy, por ejemplo, nuestro celular es una extensión de nosotros mismos, pero en Italia vemos que el Camino Neocatecumenal organiza campamentos sin celular, para jóvenes. Es una imagen de tradición viva, que ofrece algo nuevo apoyándose en la tradición. ¡Tienes que ser creativo! Lo vemos también en Francia con las redes inspiradas en Dorothy Day, que ofrecen lugares innovadores desde la perspectiva de la vida cristiana.
Con lo digital, podemos tender a repetir las mismas películas, las mismas series, la misma música, encerrándonos en una burbuja. Pero esta repetición hasta el infinito, cansa, conduce a la desgracia. La tradición cristiana, por tanto, lleva al individuo, tentado a retirarse a su propia intimidad, hacia la novedad de la relación. También a este nivel, la tradición monástica aporta mucha creatividad, puede inspirar a las parroquias.
Mientras muchos consideran a la familia ya la pareja como un refugio o un "capullo" frente a las presiones sociales externas, ¿cómo puede la teología promover la fecundidad social de la pareja?
La fecundidad social de la pareja pasa por el discernimiento, la palabra, la confianza, la escucha del otro. No se gana de antemano… La pareja también puede ser un lugar de violencia. El Papa Francisco tiene palabras muy lúcidas y profundas sobre la belleza pero también sobre el posible mal uso del amor. La intimidad puede ser muy peligrosa. Puede haber fenómenos de control, de poder. La Iglesia trabaja mucho sobre estas cuestiones, especialmente con los movimientos de parejas, que son lugares de formación muy importantes para la integración de la pareja en la vida social.
Nada se gana de antemano, se necesita trabajo. La teología de la familia es importante en este sentido, a condición de trabajar con amor, de mirar con benevolencia a las familias, con su complejidad. La teología está para ayudar a la gente a vivir, sobre todo con una teología moral que sea pastoral, que parta de ejemplos concretos, de encuentros. En Amoris Laetitia, el Papa Francisco se basa en una tradición, una moralidad muy atestiguada en la Iglesia, por la escucha de los bautizados.
Es un momento apasionante: no se trata de escuchar de manera dichosa, sino de buscar en nuestra tradición aquello que pueda resonar con lo que vivimos. La teología tiene la función de reutilizar lo que ya existe, obrando en el amor, según el poder del Espíritu Santo y la Gracia de Dios. ¡Y eso es lo que me hace feliz!
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