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Nos imaginamos la imagen allá en el Cielo. Jacinto Vera, primer obispo de Montevideo (Uruguay), beatificado el pasado sábado 6 de mayo, comentando algo parecido a lo dicho por el Papa Francisco cuando se convirtió en obispo de Roma: «Vengo del fin del mundo». El nuevo beato bien podría decir: «Vengo del país laico».
He conocido a muchos uruguayos en mi vida. Cuando son creyentes, lo son y a fondo. Cuando se presentan como no creyentes tienen un sustrato espiritual importante que sale a flote a las primeras de cambio. Y no porque sean inconsecuentes o anden por allí confundidos.
Tal vez el país menos religioso de América sea el que está mostrando que lo espiritual es inherente al ser humano y, de algún modo, ello se manifiesta en momentos cruciales. Un destacado hombre de medios me dijo una vez: «Mirá, todos los uruguayos somos ateos y socialistas pero también espirituales». Es una buena síntesis del tema.
La macroencuesta del Pew Research Center en 2014, señaló que ese país cuenta un 42% de católicos y un 13% entre ateos y agnósticos. Hay otras investigaciones en proceso pero se esperan coincidencias.
No es lo mismo ni se escribe igual
El declararse políticamente laico no hace de cada ciudadano un ser ajeno a las inquietudes de espíritu. Aquello que nos vincula con algo trascendente nos define como humanos. No existe un sólo pueblo en la historia de la humanidad -desde los más primitivos- que no haya tenido fe en algo y no haya instaurado sus ritos y sus ceremoniales, buscando la trascendencia.
Visto desde otro ángulo, un país cuyos ciudadanos se declaren creyentes y/o católicos, no necesariamente implica que viven y practican su religión como Dios manda. Sin mencionar que hay espiritualidades ateas, es decir, gente que niega la existencia de Dios pero que tiene prácticas espirituales. O que, por ejemplo, hay estados laicos con poblaciones muy creyentes y al revés; o bien estados confesionales con ciudadanos mayormente liberales, no inclinados a la religiosidad.
El muy calificado analista uruguayo, Miguel Pastorino, doctor en Filosofía, magister en Bioética y profesor universitario, lo expone magistralmente con ocasión de haber sido invitado a un programa de televisión donde abordó los mitos que los uruguayos han desarrollado sobre ellos mismos y que las ciencias sociales han puesto en crisis.
Por ejemplo, el estado uruguayo es laico, pero la sociedad no lo es. «Somos una sociedad con una gran diversidad religiosa y espiritual. Tenemos el número más alto de América Latina de creyentes sin religión, un 24%. Más del 80% de los uruguayos afirman creer en Dios, algo que no tiene que ver con la tradición judeo-cristiana, sino a su manera. No necesariamente hay que asociar la religión con la institución, pues es algo más amplio».
Hay que registrar que el catolicismo práctico, militante, en Uruguay es sólo un 5%, el más bajo de América. Tal vez por ello se hable de un país laico. Aún así, se observan elementos de tradición que tienen que ver más con la identidad cultural que con la fe pero que, de alguna manera, la mantienen.
Políticos de todos los colores en la beatificación
Llama poderosamente la atención lo declarado a la prensa por José Mujica de 78 años, también conocido como «Pepe» Mujica, un exguerrillero tupamaro y político uruguayo. Fue el 40.º presidente de Uruguay entre 2010 y 2015.
Mujica dijo de manera tajante a quienes deseaban saber qué hacía allí, presente en la beatificación de Monseñor Vera: «Vine porque tuve una madre muy católica, porque soy latinoamericano. Todas las religiones de este país merecen respeto».
No deja de ser significativo el que un político, de la trayectoria que exhibe Mujica diga esas palabras. En primer lugar, porque demuestran el valor de la tradición familiar en materia de fe. Por otra parte, revelan que el catolicismo está metido en el ADN en los pueblos de nuestro continente y que forma parte de nuestra identidad, no obstante las diferencias que pueden notarse entre Uruguay y el resto de los países de la región en asuntos religiosos.
Adicionalmente, una madurez que deja en el pasado las posturas radicales de tiempos anteriores, se hace notar cuando reclama respeto para todas las creencias.
También estaban presentes otros políticos y autoridades civiles, de ese mismo país de tradición laica, estaba el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou , y los exmandatarios Luis Alberto Lacalle Herrera y Mujica.
Beatriz Argimón también se hizo presente en la ceremonia. Ella fue la 18.ª vicepresidente de Uruguay desde el 1° de marzo de 2020 bajo la presidencia de Luis Lacalle Pou. En julio de 2022, Argimón formó parte de una delegación de la Unión Interparlamentaria que viajó a Ucrania en medio de la invasión rusa a ese país.
Ella dijo sobre la beatificación: «Vine a acompañar a una comunidad que homenajea a un sacerdote comprometido con su gente y con su pueblo. Está bueno acompañar este reconocimiento histórico. Jacinto tiene para enseñarnos el haber estado siempre al lado de los más vulnerables».
En suma, un obispo católico uniendo a los uruguayos en una de las ceremonias más significativas que puede compartir un pueblo creyente: la elevación a los altares de uno de los suyos.
No debe asustar la secularización
Se alabó también la lucha de este pastor católico por la libertad de la Iglesia, en un entorno de acoso laicista contra los derechos eclesiales. «¿Quién no recuerda su lucha por la libertad de la Iglesia? ¿Quién no recuerda su celo para que el Evangelio llegase a todos los rincones de este país?». El cardenal Paulo Cezar Costa agregó que «la secularización no debe asustarnos», sino «debe ser una ocasión para el testimonio y el anuncio de la fe».
Otra cosa es la separación Iglesia Estado. Eso es sano. Lo decía últimamente el Patriarca latino de Jerusalén: «La alianza entre trono y altar nunca ha hecho bien, ni al trono ni al altar». En otras palabras, es saludable y por ello hasta las iglesias apoyan esa separación. Ello aporta independencia a la iglesia con respecto del Estado, lo cual es una característica de la modernidad que beneficia a todos. Ayuda, también, a evitar la politización del clero.
El obispo que desenredó la historia
Si bien es cierto que Uruguay es menos religioso, la pregunta lógica es qué ocurrió si igualmente fueron evangelizados por la España católica. El obispo uruguayo Ignacio Barreiro Carámbula (1947-2017) -cuyo intenso trabajo desmenuza Carmelo López-Arias- se dedicó con gran empeño a estudiar el fenómeno y aportar razones que lo explicaran.
Dicen que un presidente uruguayo, José Batlle y Ordóñez, fue factor decisivo -aunque no el único- del laicismo uruguayo. Es bien cierto que sus dos presidencias (1903-1907 y 1911-1915) radicalizaron las políticas laicistas, pero con signo socialista.
Sucesivas en el tiempo fueron medidas sumamente ofensivas y dañinas para la tradición cristiana. Se prohibió la entrada de religiosos extranjeros. No se vieron más crucifijos en hospitales públicos. Se aprobó el divorcio. Se suprimió la mera mención a Dios y a los Evangelios en los juramentos de cargos públicos. Se estableció un calendario de días festivos expresamente anticatólico.
La Navidad pasó a llamarse «Fiesta de la Familia», la Epifanía del Señor o Reyes Magos, «Fiesta de los Niños». Sustituyeron la Inmaculada por el Día de las Playas y de la Semana Santa por la Semana de Turismo. El mero hecho de poner otros nombres "disfrazando" esas fiestas indica el apego a las tradiciones del pueblo uruguayo.
Aún así, ello no es explicación suficiente y esas medidas no se habrían sostenido de no ser por un anclaje en sucesos del pasado que las facilitaron.
Hay algunos hechos históricos comunes a muchos de nuestros países, que están en la raíz del asunto, a saber: la separación de los Reinos de Indias de España fue factor que erosionó la influencia de la fe en las sociedades hispanoamericanas; la expulsión de los jesuitas por Carlos III en 1767 y la actividad de las logias masónicas.
Pero hay otros factores propiamente uruguayos, según Barreiro Carámbula, responsables de esta deriva laicista. En primer lugar, la tardía fundación de su cabildo hizo que no se pudieran establecer «las tradiciones religiosas culturales e intelectuales que se desarrollan en tantas otras ciudades de los diversos Reinos de Indias».
Luego, la figura de «el gaucho» fue «idealizada por nacionalistas liberales» para ganarse el apoyo de la población, pues en el Río de la Plata arraigó un tipo de explotación ganadera del que surgió, de nuevo citando al obispo, «un estilo de vida con fuertes elementos libertarios y casi anárquicos y al mismo tiempo con respetables valores humanos».
Todo ello, aunado a la formación de eclesiásticos influenciada por el iluminismo del siglo XVIII y la llegada masiva de inmigrantes europeos, que se constituyen en mayoría a partir de 1868. Fue el caso de los ingleses, poderosos en la economía, ligados a las logias masónicas quienes crearon escuelas que contribuyeron al proceso de secularización. Y los franceses, cuya incidencia cultural, «de marcado tenor liberal», fue «muy significativa».
De la mano de la Iglesia
En 2016 el cardenal Daniel Sturla, arzobispo de Montevideo, recordó a los laicistas, a raíz de la prohibición de una imagen de la Virgen María, que los católicos uruguayos no son «unos paracaidistas que caen a esta nación viniendo de no sé dónde. El Uruguay nació de la mano de la Iglesia Católica».
Sturla tiene razón pues, laicistas o no, todos son uruguayos, también los católicos o creyentes de cualquier tipo, por lo que negar derechos religiosos es discriminatorio y retrocede en la ruta libertaria que algunos pretendieron vestir de secularismo. Coincidencia, de nuevo, entre «Pepe» Mujica y el cardenal Sturla en su demanda de respeto para todas las religiones.
El mismo proceso que sufrió Uruguay, cuando entró en un remolino laicista, lo viven hoy otros países del mundo, por distintas razones y siguiendo un proceso, si se quiere, más complejo . El muy peligroso modernismo relativista que denunciara Benedicto XVI . Contra ello, de manera señera y valiente, en su tiempo (finales del Siglo XIX) se alzó la voz condenatoria del hoy primer beato uruguayo, monseñor Jacinto Vera.