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El siglo XIX fue una época agitada en la América hispana. Los distintos virreinatos empezaban a resquebrajarse y sus cimientos se desmoronaban en favor de la construcción de nuevos estados independientes. Los virreyes lucharon hasta el último momento por mantener el poder español en tierras de Ultramar. A su lado, sus esposas, en silencio, sufrieron igualmente el dolor de la pérdida de un mundo que habían ayudado a construir.
No todas esas mujeres venían de España, habían nacido en el "Nuevo Mundo" que amaron hasta el último momento. En los postrimeros tiempos del virreinato de Nueva España vivió una de sus últimas virreinas criollas.
María Francisca de la Gándara y Cardona de Calleja nació en la Hacienda de San Juan de Vanegas situada en la actual localidad de San Luis de Potosí el 29 de enero de 1786. Sus padres, de origen español, fallecieron cuando aún era una niña, por lo que fue su tío, Manuel de la Gándara, el que se hizo cargo de su custodia. La pequeña María Francisca creció feliz en el hogar de sus tíos donde recibió una buena educación.
En 1807 se casó con Félix María del Rey, militar español que seis años después asumiría el cargo de 60º virrey de Nueva España. Los primeros años de matrimonio fueron relativamente tranquilos. Su primer hijo no nació hasta 1814.
Tras María de la Concepción, que fallecería poco después de nacer, llegarían al mundo cuatro hijos más. María Francisca estuvo al lado de su marido cuando se iniciaron los levantamientos independentistas contra el virreinato de Nueva España convirtiendo su propia casa en centro neurálgico de las negociaciones de los militares españoles.
En 1810, María Francisca vio peligrar su propia vida, por lo que decidió huir, refugiándose en una hacienda cercana. Allí permaneció un tiempo, hasta que decidió seguir rumbo a Ciénega de Mata. Antes de llegar, fue detenida por los insurgentes. Su líder, Rafael Iriarte, dicen que se apiadó de ella por haber trabajado años atrás al servicio de su marido, pero lo más probable fue que negoció con Félix María la liberación de María Francisca a cambio de dejar libre a su propia esposa, quien había sido detenida a su vez por las fuerzas realistas.
Gracias a un salvoconducto, llegó sana y salva junto a su marido, que se encontraba en la Villa de Santa María de los Lagos. En 1813, las autoridades españolas nombraron a Félix María Jefe político superior de Nueva España y poco después, fue investido como virrey. María Francisca se convertía así en una nueva virreina criolla.
El cargo fue ostentado por la pareja hasta el 20 de septiembre de 1816. Meses más tarde, María Francisca y Félix pusieron rumbo a España, donde el rey Fernando VII honró al antiguo virrey con distintas condecoraciones. Mientras él continuaba con su vida pública como capitán general, su esposa se instaló, parece ser que, de manera definitiva, en Valencia. Allí vivió con sus hijos una vida relativamente tranquila. Viuda desde 1828, María Francisca debió ser una dama respetada de su tiempo, a juzgar por el cuadro que realizó de ella el pintor de Fernando VII, Vicente López Portaña.
En este retrato, que se encuentra actualmente en el Museo del Prado, se ve a una dama elegante, de mirada tranquila, posando con un libro de oraciones en su regazo, símbolo de la religiosidad que marcó su existencia. Tras ella, se intuye un grabado recreando la Virgen de la silla del pintor italiano Rafael.
María Francisca fue la última virreina en ocupar el palacio de México. Nació en América, pero terminó sus días en España. A ambos lados del Atlántico demostró ser una dama devota, elegante y sin grandes estridencias, que se mantuvo al lado de su esposo en los momentos más difíciles de la historia del virreinato.