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Mujer y arte han ido siempre de la mano. Sí. La mujer ha estado presente en el mundo del arte desde tiempos remotos. Pero lo ha estado como musa. Su imagen, su cuerpo, su rostro, su esencia, han sido la fuente de inspiración de grandes genios de la pintura y la escultura. Y, ¿qué hay de mujeres al otro lado? ¿de mujeres creando, no únicamente posando?
Poco a poco el mundo del arte va desempolvando obras geniales escondidas en almacenes de museos y pinacotecas y se les está dando el lugar que merecen. Y se está recuperando su vida, no solo su obra. La vida y la obra de Edmonia Lewis es aún más excepcional si cabe, pues no solo fue mujer en un mundo de hombres, el de la escultura de recias piezas de mármol. Sus orígenes afroamericanos fueron una piedra aún más dura en el camino.
María Edmonia Lewis nació el 4 de julio de 1844 en Greenbush, Nueva York. Su padre era sirviente liberto y su madre pertenecía al pueblo de los Mississauga Ojibwe, uno de los pueblos nativos más importantes de Norteamérica. Edmonia, a la que todos conocían con su nombre nativo de Wildfire, quedó huérfana desde pequeña y fueron unas tías maternas las que la acogieron en su hogar cerca de las cataratas del Niágara. Allí, trabajó con ellas elaborando cestos y otros objetos para las personas que visitaban la zona. Mientras, su hermano mayor hizo fortuna con la fiebre del oro en California y ayudó a Edmonia a que pudiera estudiar.
Tenía quince años cuando ingresó en el Oberlin College de Ohio donde descubrió su verdadera pasión por el arte. Sin embargo, su estancia en una de las primeras instituciones de los Estados Unidos en aceptar a estudiantes afroamericanos no fue un camino de rosas. Su color de piel se convirtió en objeto de burlas que derivaron en ataques furibundos contra ella. El peor de todos llegó cuando fue acusada de haber envenenado a dos compañeras. Edmonia recibió insultos y agresiones físicas y, a pesar de que el caso fue desestimado, a pesar de ser inocente, tuvo que abandonar la escuela antes de graduarse.
En 1864 se trasladó a Boston. Por aquel entonces ya sabía que quería ser escultora y, que, a pesar de saber que su sueño no iba a ser fácil de cumplir, no se rindió. En Boston vivió un tiempo de respiro. Allí vivían muchas personalidades antiesclavistas. Entre ellas, el escultor Edward Brackett, quien se convirtió en su protector.
Edmonia trabajó y aprendió con él y, poco a poco, se fue haciendo un nombre. En su propio estudio, elaboró unos medallones de arcilla y yeso de abolicionistas como William Lloyd Garrison o John Brown que se vendieron muy bien. El busto del coronel Robert Shaw fue tan aplaudido que las copias que realizó del mismo se vendieron rápidamente. Con el dinero ganado, Edmonia cerró su estudio en Boston para empezar una nueva etapa en Europa.
Después de pasar un tiempo viajando por distintos países, se instaló en Roma donde abrió un nuevo estudio y pasó horas rodeada de cinceles y mármol. También fue en la Ciudad Eterna donde intensificó su fe católica, que llevaba en su corazón desde pequeña. Sus esculturas recibieron pronto el reconocimiento de la crítica y su nombre se elevó a lo más alto del mundo del arte.
Sus esculturas reflejaban los dos pilares de su vida, sus raíces nativas y su fe católica. "Libre por siempre", una de sus obras más aclamadas, recreaba a un hombre y una mujer desligándose los lazos opresores de la esclavitud. Un imponente Moisés esculpido en 1875 tuvo su inspiración en la estatua realizada por Miguel Ángel en el siglo XVI. Un año antes había esculpido a Agar, sirvienta de Sara, la esposa de Abraham, y heroína del Antiguo Testamento. Edmonia también recreó nombres del pasado tan célebres como una de las reinas egipcias en "La muerte de Cleopatra", que fue expuesta con gran éxito en la Exposición del Centenario de Filadelfia en 1876. También trabajó para personalidades como el presidente de los Estados Unidos Ulysses S. Grant, de quien realizó un busto en 1877.
Edmonia Lewis siguió esculpiendo hasta que se retiró a Inglaterra donde falleció el 17 de septiembre de 1907. Su cuerpo descansa en el cementerio católico de Santa María de Londres. Su obra luce orgullosa en algunos de los principales museos de los Estados Unidos, como el Museo de Arte Smithsoniano y el Museo de Arte Metropolitano. Su figura se erige como la primera mujer afroamericana y nativa americana en ser reconocida mundialmente como escultora.