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— He abortado en mi primer embarazo, y ha sido en el segundo que me decidí a tener a mi hijo, al que, al tener entre mis brazos, inerme, sin padre… y al sentir que me deprimía, algo en mi interior se rebeló contra mí — se expresaba en consulta una aun joven y atractiva mujer.
— ¿Contra que ha sido su rebelión? —pregunte con delicadeza.
— Contra la realidad de que mi hijo no debe pagar por mis errores — contestó como en un grito que desgarraba su alma.
— Eso habla de su dignidad — afirmé mirándola a los ojos.
— ¿Dignidad?... ¡Pero si soy la mujer más indigna que puedo imaginar!
— La verdad es que, en todas las personas permanece una dignidad con la que nació y que resiste los embates de todas las experiencias, por muy negativas que hayan sido. De esa parte es que surge su rebelión.
— Si, pero... hundida en mis culpas ¿qué sentido tiene?
— Hundirse en las culpas con un dolor sin sentido es entrar en una espiral de autocastigo cada vez más severo. Mientras que, la rebelión con sentido, le hará enfrentar lo vivido con un dolor proporcional al error cometido, por muy grave que este haya sido.
Al hacerlo, expulsará su veneno, y así podrá volver sobre sus mismas huellas y desandar un camino de sufrimiento, para descubrir otro que le permitirá reconocer que, si bien, como hijos de Dios nacimos con una dignidad, existe además una segunda dignidad que podemos conquistar nosotros mismos.
Rehacer la dignidad
— La verdad es que, en cuanto a la segunda dignidad, me he equivocado mucho, primero. al tratar de hacer mi vida, y después la tratar de rehacerla.
— Es por eso que, ahora, el enfoque correcto deberá ser rehacer su vida, al tiempo en que rehace su dignidad.
— ¿A qué se refiere exactamente con rehacer la dignidad?
— Imagine que quiere avanzar hacia un destino muy importante para rehacer su vida, pero en su camino se interpone un rio, y no encuentra un vado, ni puede construir un puente, y de momento, pierde toda esperanza.
Ese río es su pasado, con todos sus errores y sentimientos de culpa.
Decide entonces entrenar arduamente para cruzarlo a nado, más por momentos duda de lograrlo y se abate, es cuando en su interior escucha una voz que le dice: no te dejes esclavizar por tu pasado, por lo que fuiste o hiciste, sigue luchando por ti y por tu hijo, se fuerte, tú puedes, inténtalo una vez más, levántate, recomienza, sacúdete la desesperanza, sécate las lágrimas, nunca será tarde.
Finalmente, después de varios intentos, lo logra, y es libre respecto del río, para seguir avanzando.
Superar el síndrome post aborto
Por supuesto que todo habrá sido con el mazo dando y a Dios rogando, por lo que para cruzar ese río, habrá de desarrollar virtudes humanas muy necesarias para rehacer su dignidad en lo humano, logrando más valores que exigen virtudes que generan vida personal.
Al mismo tiempo, en lo espiritual, los más importante será salir hacia los demás para ayudar desde su propia experiencia con posibles acciones como: participar en iniciativas de apoyo a mujeres embarazadas en situación vulnerable, compartir tu experiencia de vida para que otras mujeres no cometan los mismos errores, ayudar en orfanatorios, velar por desamparados de muchas formas y más...
— Entiendo y estoy dispuesta... pero no creo que por atravesar el río, me deje de doler la conciencia.
— Es verdad, pero en ese nuevo camino será un dolor con sentido de expiación, una forma de purificarse que produce paz en el alma, pues Dios, al redimirnos, no vino por los sanos, sino por los enfermos.
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