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Mientras los preparativos para el Congreso Eucarístico Internacional que se celebrará en septiembre de 2024 en Quito avanzan, el país anfitrión atraviesa una compleja situación política, además de crisis en cuanto a la violencia e inseguridad.
Es en medio de grandes contradicciones (algo para nada ajeno a otras realidades que atraviesan diversos países de América Latina) –a la espera de albergar un gran evento para la Iglesia a nivel universal- donde también aparecen «semillas de amor» que lo único que hacen es confirmar que siempre hay lugar para la esperanza.
«Una vida digna hasta el final»
Un gran ejemplo de esto es lo que tiene que ver con un centro asistencial conocido como Hospice San Camilo en Quito. Desde la propia Arquidiócesis de Quito, a través de una nota firmada por José Colmenárez, se le ha estado dando difusión a una misión que busca que «un paciente en etapa terminal tenga una vida digna hasta su último día».
En el foco de este centro asistencia están las personas «con enfermedades crónicas, avanzadas, progresivas y con pronóstico de vida limitada».
No obstante, quienes trabajan en el Hospice San Camilo están capacitados para ofrecer una atención personalizada en un ambiente de acogida y comprensión.
«Actualmente esta obra constituye la mejor opción para que las personas vivan hasta el final con bienestar, acompañadas y con un soporte especializado a sus familias. Basados en el respeto a las decisiones y gustos propios de cada persona, los pacientes son cuidados por un equipo interdisciplinario que ofrece atención integral», expresó el padre Alberto Radaelli, religioso camiliano y director del Hospice, reproduce la Arquidiócesis de Quito.
«Filosofía de cuidado»
«El Hospice es hoy más que un espacio físico, se ha transformado en una filosofía de cuidado, en un concepto de asistencia y acompañamiento para el paciente, su familia y su entorno próximo», prosiguió el sacerdote.
Es ahí donde aparecen también tres palabras clave entre los aspectos que busca el Hospice San Camilo: «Curar, cuidar y consolar».
«Curar, tratar a los enfermos y sobre todo brindar un abrazo consolador. Es nuestro deber ponernos al lado del más pequeño y más vulnerable», indicó Radaelli.
Y sentenció: «La enfermedad es una oportunidad para educarnos y cuidar la esperanza, porque la esperanza nos sitúa frente a algo que puede cambiar a quienes hoy sufren una enfermedad».
Un golpe a la indiferencia
Es así como en medio del avance de proyectos que lo único que promueven es la «cultura de la muerte» -como tantas veces ha reflexionado el papa Francisco al hacer referencia a temas álgidos como el aborto o la eutanasia- el ejemplo de este centro asistencial también representa un auténtico «golpe a la indiferencia». Y llega desde un país sacudido por un momento difícil, pero con miras a un acontecimiento que busca colmar de esperanza los corazones de miles de personas que lleguen a Quito en 2024 al Congreso Eucarístico Internacional.
Es que en definitiva aquello de «curar, cuidar y consolar» también tiene que ver mucho con el gran tesoro que representa para la humanidad la presencia de Jesús en la eucaristía.