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El pistoletazo de las vacaciones ya ha resonado en el cielo de nuestras vidas: niños sin colegio, meses en los que solemos recibir visitas de gente que añoramos, y tiempo para viajar.
Esto último, viajar, es altamente recomendable para abrir la mente y empatizar con vidas muy distintas a las nuestras.
El hecho de viajar, de salir de nuestra zona de confort, nos brinda la oportunidad de conocer tradiciones diferentes, algunas de las cuales nos pueden incluso resultar inconcebibles, pero que debemos admirar con profundo respeto, sin ánimo de molestar. Alguien ya definió el viajar como la mejor vacuna contra la intolerancia.
A mí, desde muy pequeña, me encantó tocar esas piedras, esos muros de los sitios que visité, creyendo, ingenua de mí, que me contarían parte de los secretos de los que habían sido testigos.
Estoy casi segura de que, en casa de mis padres, todavía estará una piedra que me traje, siendo yo muy pequeña, de la muralla de Lugo. Lo hice, ilusionada, por compartir decorado con los miembros legendarios de la antigua Roma.
Visitas que enriquecen nuestro viaje
Pues bien, este verano, muchos de nosotros enriqueceremos nuestros viajes visitando algún santuario o iglesia, o incluso asistiendo a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Y eso nos tiene que ayudar a abrir más la mente.
Lo primero, quiero invitar a los no creyentes a que programen una visita a algún lugar de culto, a que conozcan y curioseen el sentido, la tradición, las formas, que tenemos nosotros los cristianos.
Es bueno que entiendan que nosotros creemos firmemente que, en el sagrario (lo encontrarás, generalmente, detrás del altar, al lado de una luz roja o una vela encendida), está el mismísimo Jesucristo Nuestro Señor, oculto en esos pequeños trozos de pan que son las formas consagradas. El mismo que nació en Belén, el mismo que paseaba por las calles de Jerusalén (como nos diría la gran escritora María Vallejo-Nágera).
Por eso, nos gusta vestirnos elegantes, con decoro, para ir a la iglesia. Si vas a visitar un lugar sagrado, sé consciente (tanto hombres como mujeres) de que el largo y el escote deben ser prudentes: llevar una camisetas sin mangas, no es acertado. Acata las normas y si no las hay o tienes dudas, piensa que lo importante es vestir con el debido respeto.
Pero no podemos ni debemos olvidar que se puede más con miel que con hiel. Esto va para nosotros, los creyentes. No podemos actuar como porteros de discoteca, ni mirar de arriba abajo con cara de desaprobación, al más puro estilo señorita Rottenmeier. ¿Acaso son esos gestos embajadores de la caridad cristiana? ¿Sumarán puntos a nuestro favor cuando, en la puerta del Cielo, nos pregunten cuánto hemos amado?
¿Qué te parece si les sonreímos, nos acercamos, y, con el gran poder de la amabilidad, les explicamos al asunto, y les facilitamos un pareo…, o dos, si hiciese falta, para que, con decoro, no dejen de visitar al que les está esperando, quizá, desde toda la vida?
Tenemos que ser un atajo, una rampa cómoda, para que muchas personas se acerquen a Dios, y no obstáculos que impiden el encuentro de un hijo con su Padre. Podemos, debemos, desear ser los cómplices del Señor, ayudando a que alguien que ha ido a hacer turismo, mire más allá de la vela encendida y se encuentre con Su mirada, esa mirada inolvidable que cambia vidas.
Creo que todos debemos soñar con que esa pareja joven, vestida con ropa deportiva y fresca (me atrevería a decir que, en el 80% de los casos, sin ánimo de ofender), no se vaya de la iglesia con una reprimenda. Acerquémonos con una sonrisa. Expliquémosles nuestra tradición, nuestras creencias, con todo cariño, y ofrezcámosles, si hace falta, el pareo.
Llenemos de pareos nuestras iglesias (a lo mejor tú, que me estás leyendo, puedes donar alguno). Llevemos con garbo la eterna moda de la caridad cristiana, con su mejor complemento: la amabilidad. ¿Abrimos todos la mente? ¿Salimos de nuestra zona de confort este verano? ¿Pareos y amabilidad? Why not?