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El padre Luca Bovio, sacerdote italiano de 53 años en misión en Polonia, participa activamente en la ayuda a los ucranianos desde el comienzo de la ofensiva rusa en ese país en 2022. El gran número de refugiados que ha acogido en su parroquia de la Gran Varsovia le ha llevado a viajar él mismo a Ucrania para visitar a las pequeñas comunidades que intentan sobrevivir, hasta la línea del frente.
Nacido en el seno de una familia de empresarios milaneses, Luca Bovio se unió en la década de 1990 a la congregación de los Misioneros de la Consolata, que se centra en pequeñas iglesias incipientes, incluida Mongolia, lugar que el Papa Francisco visitará el próximo mes. El padre Luca fue enviado a Polonia hace 15 años, donde actualmente vive en comunidad con cinco cohermanos de Argentina, Kenia, Mozambique, Congo y Tanzania.
El sacerdote italiano, que es también secretario nacional de las Obras Misionales Pontificias en Polonia, visita todas las diócesis y seminarios del país para difundir un espíritu de apertura misionera, en particular hacia los países del Sur. Pero Polonia es sobre todo un trampolín para la misión en el Este: «He visitado muchos países, Bielorrusia, los países bálticos, y también fui a Ucrania por primera vez en 2017. Ya había signos de guerra, pero se limitaba al Donbass», recuerda.
Éxodo masivo y ola de solidaridad
Tras la gran ofensiva rusa de 2022, las primeras oleadas de refugiados llevaron a los misioneros de la Consolata a implicarse con los ucranianos que huían del país. «Durante la primera fase, la pequeña ciudad donde vivimos acogió a más de 2.500 refugiados», recuerda. «Eran personas con historias desgarradoras», explica el padre Luca, que quedó impresionado por la masiva ayuda que llegaba de Italia. «Muchos grupos parroquiales, scouts y particulares vinieron a ayudar, algunos varias veces», señala, y menciona la eficaz colaboración de una enfermera de Turín, un médico de Sudáfrica y un voluntario de Canadá.
En estrecha colaboración con una gran parroquia vecina, los misioneros de la Consolata han organizado una ayuda masiva para hacer frente a la afluencia, que en su momento álgido llegó a varios centenares de recién llegados al día. «Es maravilloso no hacer las cosas solo, sino aprender a ayudarse mutuamente», afirma.
Entonces, el padre Luca fue invitado por el padre Leszek Kryża —sacerdote de la Sociedad de Cristo para los Emigrantes Polacos y coordinador de la ayuda a las Iglesias del Este en el episcopado polaco— a realizar varios viajes a Ucrania, junto con su colaboradora Rika Itozawa, ucraniana de ascendencia rusa y japonesa. El primer intento fue un fracaso providencial: al haber olvidado su pasaporte, el padre Luca no pudo cruzar la frontera en coche, pero se unió a la cola de refugiados como peatón, compartiendo su difícil situación durante cuatro horas. Esta experiencia le hizo físicamente consciente de la extrema precariedad de su situación.
Apoyar a los que se quedan
El padre Luca pudo entonces participar en seis viajes a Ucrania, acercándose a la línea del frente. «Fuimos hasta Kharkiv, Dniepr y Zaporijia», cuenta el sacerdote italiano, sometido a un intenso estrés durante las primeras noches de bombardeos. «Puedes sentir el miedo. En mi primera noche en Kharkiv, en noviembre de 2022, estuve alerta al primer ruido sospechoso. Siempre tienes miedo de que te alcance un misil, pero te da coraje ver que hay gente que sigue viviendo allí en medio de la guerra», explica.
Durante sus giras con el padre Leszek, uno de los mejores conocedores de la red católica en Ucrania, el padre Luca trató de distribuir ropa y alimentos, así como pequeños generadores, sobre todo para hacer frente a los cortes de electricidad provocados por los bombardeos de centrales eléctricas. Gracias a un donante de Milán, que compra regularmente reservas de pañales, el padre Luca también ha podido proporcionar algunos a los hospitales ucranianos.
El objetivo es distribuir la ayuda al mayor número posible de comunidades, y en particular la única parroquia católica de Kherson sigue activa para 15 o 20 personas. Un «párroco valiente» permanece a pesar de los bombardeos y tiroteos que salpican la vida cotidiana en esta ciudad cercana a la línea del frente, afirma el padre Luca. Quienes siguen viviendo allí son a menudo ancianos y discapacitados que no pueden ni quieren desplazarse, pero que necesitan una atención pastoral especial.
Estas personas dan testimonio de la resistencia ucraniana, al igual que los estudiantes de Kiev que siguen yendo a la universidad a pesar de las frecuentes alertas. El padre Luca recuerda también al granjero que, en su tractor, se puso a trabajar en su campo como si nada, mientras caían misiles cerca. «Una elección fuerte, que demuestra que su vida está aquí», dice, explicando que más allá de los horrores de la guerra, esta vida casi normal es también «una realidad que hay que mostrar». Porque también es así como el pueblo ucraniano sigue intentando crear las condiciones no solo para su supervivencia, sino también para su renacimiento.