"Ella siempre se está enfermando. ¡Eso me vuelve loco!" o "¿Por qué siempre tengo que cuidar a los niños? Este niño es un vago", son solo algunas de las cosas que los padres pueden decir delante de sus hijos, quizás sin saber que los están escuchando y pueden verse afectados.
Estas quejas serían impensables si se tratara de amigos adultos, compañeros de trabajo o invitados presentes. Si nos quejáramos de alguien mientras está presente, ignorándolo por completo, se sentiría muy ofendido ya que este comportamiento se consideraría descortés y ofensivo.
Los niños ven y oyen
Es impensable criticar los defectos, el cuerpo, la forma de vestir o los hábitos alimentarios de otras personas en su presencia, ya que esto pertenece a su ámbito privado y sería muy inadecuado e irrespetuoso hacer comentarios negativos hacia ellas.
Sin embargo, cuando se trata de niños, los padres no siempre respetan los mismos límites, sin pensar en que un niño es un ser humano capaz de ver y oír y puede verse profundamente afectado por lo que sus padres dicen sobre él y por cómo lo expresan.
A diferencia de los adultos, los niños aún no tienen las herramientas para ignorar los comentarios despectivos, para distanciarse y pensar: “Esa persona es simplemente grosera”. Por el contrario, lo que los padres dicen sobre un niño en su presencia se graba inmediatamente en la psique del niño e influye en gran medida en la forma en que se percibe a sí mismo.
El niño puede sentirse indigno de amor
Cuando los niños escuchan constantemente a sus padres quejarse de ellos, empiezan a verse a sí mismos como una carga. Por poner un ejemplo, un niño que se da cuenta de que su cuerpo es fuente de sufrimiento para sus padres, deja de amar su cuerpo. Comienza a ver todos sus defectos, a verse a sí mismo como imperfecto e indigno de amor. También empieza a creer que necesita trabajar duro para complacer a sus padres y que debe ganarse su afecto.
Seguridad y garantía del amor
Los comentarios negativos de los padres pueden dañar la confianza en sí mismos de los niños. Muy probablemente dejarán una herida psicológica vinculada a una necesidad insatisfecha de sentirse amados y respetados.
El comportamiento de los padres también establece un patrón de cómo los niños quieren que los traten los demás. Con el tiempo, se vuelven ajenos al trato abusivo o irrespetuoso.
Aprender a contenerse
Por eso, incluso cuando sus hijos los hagan enojar, es mejor reprimirse y posiblemente confiarles sus dificultades. En estos momentos, pueden buscar a otro adulto a quien confiar su frustración, lejos de los niños.
También es importante asegurarse de contar con el apoyo necesario para evitar caer en un estado de sobrecarga y agotamiento. Descansados y apoyados, podrán pensar más fácilmente en cómo se sienten sus hijos y qué necesitan, y reconfortarles recordándoles que están a salvo y que siempre serán amados, pase lo que pase.