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El mandamiento más grande de la ley: Amar a Dios

Kobieta trzyma krzyż przy swoim sercu

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Mónica Muñoz - publicado el 03/11/23
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El primer mandamiento de la ley de Dios resume la enorme verdad de fe del ser humano: le pertenece por completo a su Creador y solo a Él se debe

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Los mandamientos de la ley de Dios fueron dados a Moisés en el monte Sinaí, como lo narra el libro del Éxodo, siendo el más grande el primero: amar a Dios, como lo dice el Deuteronomio en 6, 4-5:

«Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas».

Esto lo ha entendido perfectamente el pueblo judío, que desde hace miles de años, enseña a sus niños este importante precepto, recordándolo todo el día, porque el mismo texto lo manda:

«Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente. Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes».

Recuérdalo día y noche

Se trata de una enseñanza muy profunda para nosotros. Los padres judíos repiten todo el tiempo a sus hijos este precepto, por lo que todos lo conocen desde temprana edad. Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, está resumido en nuestro mandamiento de «amar a Dios sobre todas las cosas», lo que quiere decir que todo nuestro ser debe amar a Dios.

Por eso es tan significativo que los judíos cubran su cabeza y lleven filacterias con pasajes de la Torá en la frente, como recordatorio de que el Señor está en su mente.

Judío con filacteria en la frente
Judío con filacteria en la frente

Los cristianos ¿cómo amamos a Dios?

Nuestro Señor Jesucristo dejó en claro que no venía a abolir la Ley ni a los profetas, sino a darle plenitud (Mt 5, 17) y, por supuesto, reiteró que el mandamiento más grande de la Ley es el del amor a Dios. Pero añadió una novedad para aquellos tiempos del «ojo por ojo y diente por diente»: el segundo mandamiento era semejante a ese: «amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Y más aún: San Juan agrega que nadie puede decir que ama a Dios si odia a su hermano porque es un mentiroso (4, 20), por lo tanto, el amor que tenemos a Dios debe reflejarse en lo que hagamos a los demás, a pesar de que no nos gusten; por el contrario, precisamente por eso, amar al otro tiene tanto valor a los ojos del Señor, que a todos nos ama infinitamente.

Solo así estaremos amando a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Hagamos caso del mandato del Señor, por nuestro propio bien.

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