Dijo el Señor Jesús que "no todo el que diga 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en el Cielo" (Mt 7, 21). Es claro que no basta la fe, nuestro Señor Jesucristo menciona que hay que hacer la voluntad del Padre. Por supuesto, esto implica vencer la propia voluntad para configurarse a la de Dios.
Y también entendemos, por experiencia propia, que negarse a sí mismo, es sumamente complicado. Se requiere de ejercitar la voluntad a diario, optando por lo que sabemos que nos conviene, aunque no nos guste hacerlo. Por eso, tenemos que acudir a ciertas ayudas espirituales que nos harán más sencillo cumplir el mandato del Señor.
El Señor Jesús nos da la clave
Un pasaje muy revelador ocurre en el Evangelio de san Mateo, cuando un hombre pide a Jesús que cure a su hijo epiléptico, que frecuentemente caía en el fuego y en el agua. Los discípulos no habían podido expulsarlo, pero él, sacudiendo al niño, ordenó al demonio que lo soltara, quedando curado al instante. Los discípulos preguntan porqué no habían podido sacarlo, a lo que Él contesta:
«En cuanto a esta clase de demonios, no se los puede expulsar sino por medio de la oración y del ayuno» (Mt 17, 21).
Otro ejemplo más es de la viuda que deja dos moneditas de poco valor en el templo, valiéndole la admiración de Jesús, que exclama que todos los demás habían dado lo que les sobraba, pero que ella había dejado todo lo que tenía para vivir (Lc 21, 4).
O bien, cuando el joven rico le dice que cumplía todos mandamientos desde muy niño, Cristo le pide que venda todo lo que tiene, lo reparta entre los pobre y lo siga (Lc 18, 22).
¿Qué nos falta a nosotros para hacer la voluntad del Señor, como lo pide en el Evangelio?
Oración, ayuno y limosna
Dice P. Rubén Darío García, sacerdote colombiano, que "lo que pide la oración, lo alcanza el ayuno y lo recibe la misericordia". Lo acabamos de constatar en los pasajes citados más arriba: hay demonios que solo salen con oración y ayuno. Esos que nos acechan constantemente y de los que no podemos deshacernos requieren la fuerza que da la oración, porque sin Dios, nada podemos.
El ayuno mortifica al cuerpo que quiere alimento para vivir, pero que se descontrola con la gula por comer y beber en exceso y evita que el cerebro piense con lucidez. El Santo Cura de Ars comía poco y podía combatir fácilmente los ataques del maligno. Y más aún, hay casos rarísimos de santos y beatos que vivieron solo de la Eucaristía, sin probar alimento durante años, como Santa Catalina de Siena y Santa Ángela de Foligno, por mencionar algunas, que alcanzaron la santidad por negarse, incluso, a comer para subsistir.
Y por último, la limosna. Es agradabilísimo a Dios que ayudemos a los más necesitados, por eso, orar y ayunar ven su plenitud en la limosna; es decir, la caridad, que no es dar lo que nos sobra sino compartir lo que tenemos para vivir. Por eso, administrar los bienes que Dios nos concede no nos hace buenos, sino justos.
Orar, ayunar y hacer la caridad tocan el corazón de Dios, hagamos de estas prácticas nuestra forma de vida cotidiana.