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Hablar actualmente de la castidad podría ser un tema arriesgado y hasta absurdo, ya que el mundo ha perdido de vista que se trata de una forma de vida que se elige por decisión propia y que no puede caer en la obsolescencia simplemente por miramientos humanos, pues es Dios mismo quien ha dejado un mandamiento para asumirla.
Dice el Catecismo de la Iglesia católica que "la castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual (cf Ga 5, 22). El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo (cf 1 Jn 3, 3)".
Por supuesto, la persona debe trabajar arduamente con su voluntad y sus sentidos para someterlos y evitar cualquier situación que pueda ponerle en peligro.
San Pablo advierte
Un férreo defensor de esta virtud fue san Pablo. Él mismo recomendaba a todos permanecer célibes para ser libres en el servicio al Señor. Además, en la primera carta a los Corintios advierte duramente sobre los efectos de pecar contra la castidad del cuerpo:
"Hermanos: el cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor; y el Señor, para santificar el cuerpo. Dios resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros con su poder.
¿No saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. Huyan, por lo tanto, de la fornicación. Cualquier otro pecado que cometa una persona, queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo.
¿O es que no saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes? No son ustedes sus propios dueños, porque Dios los ha comprado a un precio muy caro. Glorifiquen, pues, a Dios con el cuerpo".
La decisión es tuya
Es impactante lo que dice san Pablo. El tema de la castidad se enfoca en preservar nuestra pureza porque así nos asemejaremos más a Cristo. De este modo, estaremos en camino de alcanzar la santidad, lo que implica esfuerzo, valentía y perseverancia.
Puede ser que nos enfrentemos con burlas y desprecios, pero al final, el premio será grande. Cada quien debe tomar la decisión que mejor le convenga, y es seguro que lo único que vale la pena es ser fieles a nuestro Señor Jesucristo. Que Él nos ayude a llegar a la meta.