La liturgia católica contempla el misterio de la salvación de forma "impresionista", a través de una multitud de fiestas que son muchas facetas de una misma realidad: Dios es Creador y Salvador, que tiene un plan benévolo de vida eterna para todos. En esta retahíla de celebraciones, solo unos pocos nombres aparecen dos veces. ¿Por qué?
Santos Pedro y Pablo
Un ejemplo es san Pablo. El 25 de enero celebramos la fiesta de su conversión. Este giro radical en su vida fue posible gracias a un encuentro con la misericordia del Señor Resucitado. El apóstol "nacido prematuramente" (1 Co 15,8) también es honrado en la liturgia del 29 de junio, junto con san Pedro. En este día, los fieles celebran a los dos apóstoles, pilares de la Iglesia e incansables mensajeros de la fe que dieron su vida en el martirio.
San Pablo tiene dos días en su honor en el año litúrgico porque su vida es tan importante como rica en enseñanzas sobre el amor divino. Pero no es el único.
San Pedro, ya mencionado, también se celebra el 22 de febrero, día de su "Cátedra". Esta fiesta señala la autoridad de Pedro como cabeza de los apóstoles, aquél sobre cuya fe se fundó la Iglesia y que fue garante de la unidad de los creyentes, como deben serlo cada uno de sus sucesores.
San José y san Juan Bautista, celebrados dos veces
Otros dos grandes santos reciben dos días de oración litúrgica: san José, padre de Jesús, y san Juan Bautista, primo y precursor de Jesús.
San José se celebra el 19 de marzo y el 1 de mayo. En la primera fecha, se le honra como patrón de la Iglesia, a la que cuida igual que cuidó castamente del Hijo que le confió el Señor, y de su esposa, María. En la segunda, se le honra como trabajador. Es una manera de hacer justicia a su discreta y fecunda protección de los trabajadores que aprenden de su ejemplo y se confían a su intercesión.
San Juan Bautista, el Precursor del Señor, por su parte, es honrado en su natividad, el 24 de junio, y en la fecha de su martirio, el 29 de agosto. Como indica el prefacio de esta conmemoración, Juan Bautista precedió a Cristo en su nacimiento y muerte. Prefigura así el sacrificio de la Cruz, donde la caridad responde definitivamente al pecado. El amigo del Esposo es, pues, quien nos muestra a Jesús y nos enseña cómo debemos seguirle: "Es necesario que él crezca, pero que yo disminuya". (Jn 3,30)