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Los vicios de la envidia y la vanidad son "característicos de la persona que aspira a ser el centro del mundo, libre de aprovecharse de todo y de todos, objeto de toda alabanza y amor", dice el Papa Francisco en su enseñanza, leída por un tercero durante la audiencia general del 28 de febrero de 2024.
El Pontífice continuó su ciclo de enseñanzas sobre los vicios y las virtudes, iniciado en diciembre, ofreciendo esta vez una meditación sobre dos vicios: la envidia y la vanagloria. Declarando que todavía estaba "un poco resfriado", confió la lectura de su reflexión a Mons. Filippo Ciampanelli, funcionario de la Secretaría de Estado.
La meditación del Papa comienza con el vicio de la envidia, recordando cómo los celos de Caín por Abel en el Génesis le llevaron finalmente a cometer el primer crimen. "Si no se controla, la envidia lleva al odio de los demás", advierte.
En la raíz de la envidia, señala el Pontífice, hay una "relación entre odio y amor" por la que "uno quiere el mal del otro, pero en secreto desea ser como él". La envidia se basa también en una "falsa idea de Dios", porque el envidioso no acepta que Dios "tiene sus propias matemáticas, distintas de las nuestras".
El Papa Francisco recomienda un "remedio" contra la envidia: compartir. Nos recuerda que los bienes que Dios nos ha dado "están hechos para ser compartidos".
Poner vanidad en nuestras debilidades
El segundo vicio, el de la vanagloria, corresponde a una "autoestima exagerada e infundada", explica el pontífice. Describe al vanidoso y su "ego engorroso" como una persona "sin empatía" y que cultiva relaciones "instrumentales", incapaz de darse cuenta "de que hay otras personas en el mundo".
La vanidad, señala el Papa, convierte a las personas en "mendigos perpetuos de atención", y también conduce a la ira hacia los demás. Señala que los padres espirituales ofrecen pocos remedios, porque "el mal de la vanidad tiene su remedio en sí mismo": para el pontífice, las "alabanzas que el orgulloso esperaba cosechar del mundo pronto se volverán contra él".
Sin embargo, el Papa cuenta que san Pablo ofrece un hermoso testimonio de su lucha contra la vanidad en su segunda carta a los Corintios. El apóstol de los gentiles pide a Dios con fuerza e insistencia que le libre de este mal, pero no obtiene respuesta. Dios le dijo que su gracia era "suficiente" y que su poder "encuentra su plena medida en la debilidad". Por eso Pablo dijo: "De buena gana pondré mi orgullo en mis debilidades, para que el poder de Cristo habite en mí".