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México atraviesa por una de las peores sequías de las que se tenga memoria. Si bien se trata de un fenómeno extraordinario -propio del cambio climático que está sufriendo el planeta-, la falta de inversión pública en infraestructura hidráulica ha agravado la crisis de agua en dos de las tres áreas metropolitanas más grandes del país: Monterrey y Ciudad de México.
México es un país extremadamente vulnerable a sequías. Poco más de la mitad de su territorio (52 por ciento) está ubicado en zonas de clima árido o semiárido, en la franja que se conoce como Aridoamérica.
Día cero
En la capital y el área metropolitana de Ciudad de México ya se habla del “Día cero”, un concepto que se acuñó en 2017 en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y que tiene como propósito alentar patrones de consumo diferentes entre la población, aunque en algunos medios de comunicación (proclives al sensacionalismo) se habla de que en el mes de junio de este año, quizá al principio de julio, los casi 23 millones de seres humanos que habitan en esta zona se quedarán sin agua para beber y para vivir.
Grandes ciudades como São Paulo en Brasil o Santiago de Chile han enfrentado problemas tan graves como los que enfrentó Monterrey hace unos meses y como el que enfrenta la capital del país en estos días y en las próximas semanas. Aunque las autoridades políticas de la Ciudad de México se afanan en atenuar la crisis, lo cierto es que uno de los principales abastecedores de este inmenso conglomerado humano –el sistema Cutzamala—se encuentra a 35 por ciento de su capacidad.
Ciertamente, la Ciudad de México y su Zona Metropolitana se nutren en su mayor parte de los mantos acuíferos subterráneos (67 por ciento), sin embargo la extracción del vital líquido para tantos millones de personas y para una industria tan poderosa como la que se asienta en la región está agotando los mantos. Según especialistas como Jorge Arriaga -en un artículo publicado en la revista Letras Libres del mes de abril de 2024- continuar extrayendo agua a este ritmo hará que en cuatro décadas se agote lo que se ha almacenado en 30 mil años.
Por lo demás, el problema no se encuentra tan solo en la Ciudad y el Valle de México o en Monterrey: abarca prácticamente todo el territorio mexicano, desde Chihuahua a Guanajuato, desde la Huasteca Potosina hasta Sonora. Y el problema se agrava en el campo, donde se ocupa 76 por ciento del agua para la producción agrícola y pecuaria. Entre los pozos para uso agrícola y para consumo urbano, México ocupa el cuarto lugar mundial con mayor extracción de agua del subsuelo, solo después de China, Estados Unidos e Indonesia.
La disponibilidad de agua por persona en México ha ido decreciendo. Si en 1960 era de 10 milmetros cúbicos por habitante al año, en 2030, según datos del Banco Mundial, la disponibilidad promedio por persona habrá bajado a tres mil metros cúbicos. Además, existen graves problemas de contaminación de los cuerpos de agua y poca capacidad de tratamiento de las aguas residuales, gran cantidad de ellas se van a los lagos, a los ríos o al mar.
¿Hay solución?
Para Arriaga, quien es maestro en tecnología ambiental, es necesario que las regiones tengan capacidades técnicas y administrativas para tomar decisiones en la materia; que existe el financiamiento para mejorar el sistema hídrico; la recuperación de las aguas subterráneas; la ampliación de la infraestructura y el fortalecimiento de “las capacidades de todos los ciudadanos para generar soluciones a diversas escalas.”
Como bien ha dicho el Papa Francisco (Día Mundial del Agua, 2019): “El trabajo conjunto es esencial para poder erradicar este mal (la falta de acceso al agua) que flagela a tantos hermanos nuestros. Será posible si se unen esfuerzos en la búsqueda del bien común, donde el otro con rostro concreto, tome protagonismo y se coloque en el centro del debate y de las iniciativas. Es entonces cuando las medidas que se adopten tendrán sabor de encuentro y el valor de respuesta a una injusticia que necesita ser sanada”.