¿Eres propenso a la ira y no sabes cómo salir de esos arrebatos?
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La ira es una emoción – una enfermedad del alma, algunos dirían – que destruye la paz interior y exterior de aquellos a los que toca. La persona que está poseída por ella expresa de esta manera su deseo insatisfecho de dominación frente a otra persona que se le presenta. ¿Es posible remediar esta inclinación que hace tan infeliz a la persona enfadada, sin hacerla renunciar a ser ella misma?
El mero hecho de reconocer y aceptar esta fragilidad es un primer paso en el camino para controlar dicha emoción.
El siguiente paso probablemente será aprender a localizar el detonador antes de que estalle, y observar los signos físicos que acompañan a la ira (respiración, latidos del corazón…): esto suele ser suficiente para calmarla.
Es importante relativizar con calma los hechos y, si es posible con humor después decir por ejemplo una frase desagradable. A veces decir frases como “Lo que me acabas de decir me duele mucho”, desconcierta mucho, sobre todo a quien no tenía necesariamente una intención maliciosa.
“No actúes movido por la ira, porque la ira es mal consejera”. Y luego, si el río se sale de su lecho, hay que preocuparse por reparar sus desbordamientos. Y sobre todo, no seas lento en pedir perdón.
El perdón, pedido y dado, es un consuelo que permite salir con un corazón más ligero. ¡No debemos privarnos de ello!
Tampoco de la dulzura y humildad hacia los demás… ¡y hacia uno mismo!
Más fundamentalmente, y de acuerdo con el consejo de San Francisco de Sales, desarrollar nuestras virtudes de gentileza y humildad nos preserva de la inflamación y el hervor que los insultos suelen provocar en nuestros corazones. Mansedumbre y humildad hacia los demás.