“No teman”, nos dice Jesús en el Evangelio (Mc 6:50). Sin embargo, a veces parece difícil vivir sin miedo y pánico, especialmente cuando las pruebas e incertidumbres oscurecen las perspectivas de futuro. ¿Cómo se puede luchar contra los propios miedos cuando el mundo entero se encuentra bajo la espada de Damocles del coronavirus?
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A veces parece fácil vivir en confianza: cuando todo va bien, o casi todo. Es muy diferente cuando las dificultades e incertidumbres oscurecen las perspectivas de futuro. Si además eres una persona ansiosa, la confianza se convierte en un reto imposible de superar.
Deshacerse del miedo poco a poco
La confianza no puede ser decretada. En cierto modo, los pensamientos oscuros, las preocupaciones y las ansiedades nos invaden a pesar de nosotros mismos y adquieren, especialmente por la noche, proporciones exageradas. Desearíamos no tener más miedo, pero nos sentimos terriblemente impotentes.
Entonces, existe una gran tentación de desanimarse, incluso de desesperarse: “La confianza incondicional es para los santos, no para mí”, nos decimos a nosotros mismos. Nos sentimos muy lejos del alegre descuido recomendado por Jesús e incapaces de librarnos de las preocupaciones que nos oprimen. Y sin embargo, el llamado de Jesús a entregarnos al amor del Padre no concierne solo a algunos de nosotros. Es para todo el mundo, no importa cuáles sean las preocupaciones.
La confianza es un camino: para llegar allí, hay que dar un paso a la vez. Con otras palabras, para crecer en confianza, hay que multiplicar los pequeños actos de abandono, sin desanimarse. Incluso si tenemos la impresión de que estamos avanzando a pasos chiquititos, ¡no importa!
En primer lugar, porque miles de pequeños pasos son mejores que un gran paso de vez en cuando. Segundo, y más importante, porque somos absolutamente incapaces de juzgar la importancia de nuestro avance: un pequeño acto de abandono durante la parte más difícil de la prueba puede representar, a pesar de las apariencias, un gigantesco paso adelante.
Todos podemos cultivar el abandono. ¿Cómo?
Primero, al querer e intentar abandonarse.
Segundo, al aceptar con humildad lo que no está en nuestras manos.
Tercero, al decidir entregar todas nuestras preocupaciones a Dios. Al elegir poner nuestra confianza en Él.
No depende de nosotros sentir esa confianza, pero sí de desearla.
Concretamente, esto significa que, a pesar de estar torturados por la angustia, todavía podemos decir al Señor:
Me gustaría creer en ti.
Me gustaría confiar en ti.
Me gustaría tener suficiente fe y esperanza para abandonarme en tus manos.
Esta pobre oración es un acto de confianza muy hermoso. Y el que grita así al Señor nunca lo hace en vano. Sin saberlo, sin ver nada de ello, ya está en los brazos de Dios. Ya ha entrado en confianza.
La confianza es un regalo de Dios. Como todo regalo de Dios, se ofrece a todos, incondicionalmente y sin límites. Falta desearlo y pedirlo, para estar preparado para aceptarlo.
Cuando, por orgullo, queremos superarlo todo solos por nuestra cuenta, hacemos imposible la confianza. Cuidado cuando decimos: “La confianza es para los santos, no es para mí. Es demasiado hermosa”. Porque sí, es demasiado hermoso, pero todo es demasiado hermoso. El niño que recibe un regalo maravilloso no lo rechaza con el pretexto de no ser digno de recibirlo. Él se lanza a por el regalo con entusiasmo. Así es como Jesús nos pide que aceptemos los regalos de su Padre. Así es como nos llama a entrar en la confianza.
Christine Ponsard
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