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SOCIAL
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Edifa - publicado el 08/07/20
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Las palabras nos comprometen tanto como los actos.

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Facebook, Twitter, Instagram… Los medios sociales permiten publicar mensajes de todo tipo, algunos de los cuales pueden salirse de tono con un lenguaje inapropiado y comentarios virulentos. ¿Cómo utilizar esos medios sociales con inteligencia y caridad y lograr que nuestras palabras estén a la altura de nuestras ideas?

¡Con cada acontecimiento nuevo, llega sin demora una publicación, un tuit, una reacción en caliente! Existe una urgencia por dar nuestra opinión, por escoger un bando, por transmitir “nuestras ideas”. Ya sea por la última intervención del presidente, las palabras del papa Francisco o incluso la reacción de un político o estrella sobre un tema de actualidad, todo el mundo bruñe un comentario en tiempo real, convirtiéndose de repente en politólogo, en teólogo… De forma imperceptible, el internauta compulsivo se transforma en un lobista de sus propias causas. Se expresa más de lo habitual porque no habla a nadie en concreto y “se suelta” con más facilidad al no tener un interlocutor de carne y hueso. Alimenta el zumbido de fondo. Las redes sociales han multiplicado las palabras, amplificando las de todo el mundo.

¿Cómo ajustar mejor nuestras palabras y nuestros posicionamientos cuando las conversaciones virtuales favorecen las salidas de tono?

Recordar siempre la regla de los tres tamices

Son innumerables las meteduras de pata y los excesos cuando se reacciona demasiado rápido, sin tomarse tiempo para reflexionar… ¿Dónde quedaron nuestras preguntas y nuestra búsqueda de respuestas a tientas ante la complejidad de la realidad?

Antaño la actitud era más reservada, lo guardábamos todo para nosotros mismos, mientras que ahora nos hemos vuelto tan desinhibidos que parece no haber límites: en la violencia, el insulto, la sobreexposición de uno que destruye la intimidad y la identidad profunda…

“Arrollados por este torbellino compulsivo y comunicacional, debemos reaprender a callar para volver a ser conscientes de lo que sentimos antes de decirlo, para volver a poner peso y bondad en nuestra comunicación, para no lamentar el haber hablado”, analizan el psiquiatra Jean-Christophe Seznec y el humorista Laurent Carouana en una de las numerosas obras que se preguntan por la situación de la palabra en la sociedad digital.

En su libro Paroles toxiques, paroles bienfaisantes (Palabras tóxicas, palabras beneficiosas), el filósofo Michel Lacroix creyó también oportuno hacer un llamamiento a una ética del lenguaje, porque las palabras nos comprometen tanto como los actos.

¿Es necesariamente algo bueno decir todo lo que se nos pase por la cabeza?

¿Pensar en voz alta lo que otros piensan en silencio?

Antes de hablar, el filósofo Sócrates estableció la regla de los tres tamices.

¿Es verdad?

¿Hemos tenido cuidado de verificar esa información, el origen de esa foto, de ese rumor…?

 

¿Es algo bueno?

¿Es algo bueno o se trata de una información que va a herir o causar mal a alguien?

¿Es algo útil?

Es decir, ¿tiene la posibilidad de mejorar las cosas, de hacer avanzar la cuestión)?

Este sistema es un buen filtro que permite ahorrar mucha energía derrochada en palabras vanas.

Hablar con compasión y no con pasión

¿Tenemos el deber de hablar en todo momento, sea favorable o no para dar testimonio de Cristo o cuando nuestro prójimo se extravía? Es lo que se preguntan en particular los cristianos.

“La cuestión no es saber si hay que hablar o no”, responde el padre Jean-Marie Gueullette. “Lo que importa es que la manera en que se hable se sitúe en relación con la de aquel a quien nos dirijamos. Lo que hace audible la palabra cristiana no es decirla en voz alta, de manera autoritaria, repleta de desprecio hacia el mundo como si estuviera podrido…”.

Y cita a Francisco de Sales –que por algo es el santo patrón de los periodistas– ofreciendo un criterio de acción frente a pecadores o contradictores: “Más vale tener compasión de alguien que pasión contra él”. 

Nos corresponde a nosotros trabajar nuestra manera de hablar: “Es una cuestión esencial en el ámbito de la educación y de la evangelización, en el que hay que evitar el ‘Debes hacer esto’, el ‘Está prohibido’ y demás ‘imperativos’, porque hacen desaparecer al sujeto detrás de una norma abstracta.

Dar un consejo no es decir al otro lo que tiene que hacer, sino arrojar luz sobre su conciencia para que encuentre poco a poco sus propias respuestas, interiorizando la ley.

El arte de saber callar

Para hablar oportunamente, a veces tenemos el reflejo de preguntarnos: “¿Qué diría Jesús en mi lugar?”. Para el padre Jean-Marie Gueullette, esto es un sinsentido: “No podemos hablar como lo habría hecho Jesús. Y nadie, ni siquiera Dios, puede hablar en nuestro lugar.

El creyente tiene a veces la impresión de que, cuanto menos presente esté en sus propios actos, más piadoso es. Nada más lejos de la verdad. Es nuestra conciencia la que decide, aquí y ahora, en el contexto que nos corresponde.

Somos personalmente responsables de nuestros actos y nuestras palabras

A falta de silencio para cultivar nuestra vida interior, nos encontramos sin previo aviso en la postura del activista, que se alinea por principio con todas las posiciones de su clan sin reflexionar ya por sí mismo. O bien en la del fundamentalismo, que toma todos los textos religiosos al pie de la letra sin plantearse preguntas. Saber callar nos ayuda a hablar mejor en conciencia.

Clotilde Hamon

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