Al igual que con una ruptura amorosa, la ruptura de una amistad conlleva un verdadero sufrimiento. Aquí tienes algunos consejos para gestionar este dolor por una amistad
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No es raro enjugar lágrimas derramadas por decepciones amistosas. Un niño que se siente traicionado, un joven que ve distanciarse a sus amigos porque los centros de interés divergen, un estudiante dividido entre las amistades del instituto y el nuevo mundo de la universidad, una mujer que se convierte en madre de familia y que ve alejarse a sus amigas solteras poco a poco,…
En cada ocasión, hay en juego una transformación de fondo, una pena hecha de incomprensiones, pero también una purificación.
La amistad es un auténtico aprendizaje de la vida. Aprendemos poco a poco que en esos apegos es importante cultivar el secreto jardín del desapego.
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Cuando el comportamiento de los amigos es hiriente
Asombrosa paradoja la de esta relación que nos saca de nosotros mismos pero, al mismo tiempo, nos invita a habitar mejor nuestra alma y a conocernos mejor.
Porque aquello que va a ofrecerse en la amistad debe tener un precio. Lo que se dará y se comprometerá será tanto más valioso cuanto que la amistad no sea compartir un vacío, sino el regalo de una vida interior.
Cada sufrimiento por una amistad lleva a plantearnos la pregunta de nuestro ideal de amistad. ¿El comportamiento de nuestros amigos nos decepciona o nos hiere?
No perdamos nuestro hermoso ideal; recentrémonos en aquello que tiene valor a nuestros ojos. Pero también, no juzguemos demasiado rápido a los amigos que nos decepcionan, ellos también necesitan tiempo para madurar.
Un niño o un adolescente que confronta una decepción en la amistad puede atravesar una auténtica crisis. Esta crisis de amistad instala un desierto que los padres pueden poblar de ángeles y de santos.
La creatividad parental es más bella cuando es fruto de la oración. Las angustias de los padres sobre las compañías y la integración de su hijo en un grupo, aunque muy comprensibles, necesitan de esta oración.
La amistad no retiene a los seres. Los deja siempre libres de partir, de tomar otras elecciones. Algo difícil de explicar a un niño.
Al menos, podrá entender que la amistad no es un bien que se posea como un juguete o cualquier otro objeto. La alegría de la amistad sobrepasa a muchas otras alegrías y no hay título de propiedad sobre los amigos.
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La amistad, lugar de misericordia
Más tarde, cuando cambiamos de mundo –porque cambiemos de ciudad, de país o pasemos un punto de inflexión en nuestra vida– puede nacer la nostalgia de “los amigos de antes”.
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Entonces hay que creer que lo mejor está aún por llegar y que esas amistades ya vividas prepararon nuestro corazón para otros descubrimientos.
La oración puede entonces consistir en rezar por los amigos de mañana. Un día, al madurar, la amistad se convierte en un lugar de apostolado y de misericordia. Aceptamos que nuestros amigos son decepcionantes y los guiamos hacia Dios.
La amistad adquiere entonces una extraordinaria madurez, porque se transforma en una fraternidad acorde con Dios.
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