Las vacaciones ofrecen muchas oportunidades para disfrutar de reuniones entre hermanos y hermanas. Es una alegría, pero supone siempre que se hagan ciertos esfuerzos por una parte y por otra
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El amor fraternal es exigente a cualquier edad: desde los chiquillos que se pelean por el mismo cubo de playa o se lanzan arena a la cara hasta los ancianos canosos que riñen por cuestiones de herencia mal digeridas.
Las disputas entre hermanos y hermanas pueden encontrarse en todas las generaciones y presentarse en todas las formas, desde las fricciones sin gravedad hasta los odios enconados.
Y no es una sorpresa: desde el pecado original, es difícil amar al prójimo, y cuanto más próximos estamos de esa otra persona –como pasa entre hermanos–, más exigentes y vulnerables somos a su mirada.
Aunque el amor entre hermanos no es fácil, es precisamente ese el motivo de su riqueza propia. Porque los hermanos son un tesoro.
Las dificultades del amor fraternal se ven ampliamente compensadas por las alegrías que genera.
Lo que aporta un hermano o una hermana es algo insustituible
En la edad adulta, las relaciones fraternales se enriquecen con la llegada eventual de cónyuges e hijos. Se enriquecen… ¡y también se complican!
Porque las “piezas agregadas” (que algunas familias prefieren llamar alegremente “valores añadidos”) no están ligadas por las mismas complicidades, los mismos recuerdos, las mismas tradiciones y rituales familiares.
Y los conceptos en materia educativa pueden variar mucho de un hogar a otro, lo que hace que a veces la convivencia entre primos sea un poco tensa.
Cabe añadir que, cuando discuten los niños, existe la tentación de que cada adulto se ponga de parte de su hijo y arriesgarse a prolongar así entre los padres las riñas de los niños.
Sin embargo, lo que aporta un hermano o una hermana es algo insustituible. Bien lo saben quienes se han visto privados de ellos, bien por ser hijos únicos o bien porque sus hermanos o hermanas han fallecido.
Un hermano es un amigo que nos da la naturaleza. Y no un amigo cualquiera, porque con él o ella compartimos nuestras raíces más profundas.
Además, es precioso observar a nuestro cónyuge entre sus hermanos, es una manera de conocerle mejor y, por consiguiente, comprenderle mejor para amarle mejor.
Si queremos disfrutar plenamente de las vacaciones con nuestros hermanos y hermanas, seamos conscientes del esfuerzo que ello implica.
Para empezar, tenemos que ser realistas y no sobrestimar nuestras capacidades. Si los cuñados son como el agua y el aceite y nuestros hijos no fueron educados en absoluto de la misma manera, quizás no sea deseable convivir durante demasiado tiempo, ¿verdad?
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El alquiler de viviendas vecinas es una buena solución que permite que cada familia viva a su ritmo al mismo tiempo que favorece los intercambios entre primos, las actividades comunes y compartir las comidas.
El objetivo es acercarse, no acumular rencores. Sería una pena malograr estos reencuentros por no haber calculado correctamente las dificultades.
Amarse entre hermanos supone que sepamos distinguir dónde están las prioridades: hay muchísimos detalles cotidianos, empezando por la elaboración de las comidas, por los que no vale la pena discutir, sobre todo cuando solamente se van a vivir unos pocos días juntos.
Disfrutemos plenamente de la alegría de estar reunidos, aceptándonos tal y como somos, dejando de lado circunstancialmente algunos de nuestros principios educativos y decidiendo adaptarnos a las fantasías de unos y a las manías de otros.
A este respecto, el humor resuelve bien las cosas, sobre todo cuando se maneja con ternura.
Y el perdón es indispensable, incluso y ante todo en los choques superficiales: precisamente porque nos amamos, nos podemos herir fácilmente.
Al acumularse, las pequeñas ofensas no perdonadas terminan por producir rencores persistentes.
Compartir unas vacaciones en común no implica vivir juntos las veinticuatro horas del día. Si no, ¡cuidado con la asfixia!
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No significa traicionar a los demás o mostrar un espíritu de independencia desmesurado si queremos reservar un tiempo para la familia reducida (mamá, papá y sus hijos), en pareja o incluso para uno solo.
Todos lo necesitamos, y algunos más que otros.
Los niños pequeños pueden sufrir también viviendo continuamente en colectividad. Es importante ofrecerles momentos de soledad o de tú a tú.
Y para amar a los demás, no olvidemos conservar los momentos de oración para recargar nuestras pilas en la Fuente de todo amor.
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